El origen de este cuento se remonta a un juego infantil que presencié hace casi cuarenta aòos atrás cuando, con mi familia, estábamos exiliados en Holanda. Nathalie, la hermanita de mi mujer Angélica, venía desde Londres a visitarnos al departamentito que ocupábamos en las afueras de Ámsterdam. Una de las actividades que más le gustaba a la chiquita, que tendría por entonces cinco aòos de edad, era jugar a “papá y mamá” con su sobrino, nuestro hijo Rodrigo que era, paradójicamente, mayor que ella. Viendo a los dos niños escondidos adentro de su “casa” (una mesa cubierta por una sábana), simulando ser adultos y repitiendo en forma cándida palabras que habían escuchado de nosotros, me enternecía, por cierto, pero también me evocaba el Chile lejano donde en ese mismo momento, pequeños como ellos seguramente se entretenían en pasatiempos similares. ¿Cómo sería ese juego si lo jugaban los hijos de padres que vivían en la clandestinidad tratando de escapar de la policía secreta de Pinochet? ¿Qué temores secretos expresaban esos chicos?

Y fue así que salió este cuento. Quise explorar esa situación chilena desde la perspectiva del hermanito mayor que, a medida que se da cuenta del peligro que su familia corre, va perdiendo justamente una inocencia que, trágicamente, no le servía para sobrevivir.

Si el cuento comenzó por ser un descenso hacia el infierno cotidiano creado por la persecución política, con el tiempo descubrí que mi narración retrataba el drama de otros niños en otros lugares, específicamente los terrores que enfrentan los hijos de inmigrantes indocumentados en los Estados Unidos. Lo que me llevó a filmar, veinte aòos más tarde, con mi hijo Rodrigo, ya crecido, un cortometraje de ficción en que ese juego de papá y mamá sucedía en los Estados Unidos.

¿Y ahora? ¿Ahora que una de las políticas fundamentales de Trump es deportar violentamente a los latinos que él llama “criminales”? ¿Ahora que el odio a los extranjeros es utilizado en el mundo entero por nacionalistas rábidos para acceder al poder? ¿Ahora que tales desmesuras se extienden por nuestros propios pueblos latinoamericanos?

¿Qué hacer? Rodrigo piensa volver a filmar este cuento, usando miembros de familias de indocumentados perseguidos por las autoridades norteamericanas y, por mi parte, voy a publicarlo de nuevo en PáginaI12, lleno de preguntas que siguen siendo tan y quizás más urgentes que en esa ocasión remota y cercana cuando observaba a dos niños ingenuos jugando en Amsterdam.