Hasta ahora creíamos que Chuck Blazer era el primero y único infiltrado del FBI en las guaridas de la FIFA. Pero las películas de espías siempre estuvieron de moda como para que el ex dirigente estadounidense se robara todo el protagonismo. Un ex agente de inteligencia británico, Christopher Steele, acaba de ser señalado por el New York Times como otro informante clave en la investigación de los sobornos del fútbol denunciados en mayo de 2015. Lo contrató la Asociación de su país para descubrir si se habían pagado coimas en la elección de Rusia como sede del próximo Mundial. El topo inglés es el mismo al que los medios internacionales atribuyen un carpetazo con información comprometedora contra el presidente electo de EE.UU., Donald Trump, a pocos días de asumir. A diferencia de Blazer, quien vivía de las dádivas, Steele trabaja de agente secreto. Acaba de esfumarse porque cree estar en peligro en la nueva guerra fría del espionaje que se desató entre Estados Unidos y Rusia. Su caso pone otra vez de relieve que el fútbol es un asunto de Estado en la geopolítica global. Y que los drones, micrófonos o teléfonos pinchados pueden ser tan importantes como una pelota a la hora de anticipar una jugada rival.

A la FIFA no la espiaba sólo el FBI. También una de sus asociaciones afiliadas, la inglesa, que desconfiaba en 2010 de la votación para elegir la sede del Mundial 2018. Por eso apeló a los servicios de Steele y su compañía, Orbis Business Intelligence. La burocracia del fútbol sostiene que los gobiernos no pueden entrometerse en las federaciones nacionales y los clubes tienen prohibido apelar a la Justicia ordinaria contra el fallo de un tribunal deportivo. Pero cuando una asociación contrata a un agente secreto para infiltrar a la FIFA, ¿esta situación cómo se define?

Inglaterra pretendía organizar su segundo Mundial 52 años después del que había ganado en 1966. Pero los servicios de Steele, un egresado de Cambridge, especializado en Rusia y que goza de buena reputación entre sus colegas, no le servirían de mucho. Su candidatura quedó sepultada en la primera ronda de votaciones de la FIFA. Apenas consiguió el apoyo de dos países. Los rusos terminaron imponiéndose en el segundo escrutinio sobre la pretensión de dos coorganizadores: España-Portugal y Holanda-Bélgica. Nadie les daba muchas chances de ser elegidos, pero lo lograron. Un rato después, Qatar liquidaba las aspiraciones de Estados Unidos por quedarse con la sede del Mundial 2022. Por esa doble eliminación, el espionaje sobre la federación internacional no tardaría en concretarse. Blazer, un evasor en su país y por eso rehén del FBI, empezaría a infiltrarse entre sus colegas. También Steele, el ex agente del MI-6 inglés.

En vano había sido el intento de David Dein, por entonces vicepresidente de la Asociación británica, para convencer a Julio Grondona de que apoyara la candidatura de su país. Viajó hasta Buenos Aires especialmente, le mostró un documental con la presentación inglesa al ex presidente de la AFA en el hotel Hilton y como toda respuesta escuchó una sugerencia: “¿Por qué no se ponen de acuerdo primero en Europa y eligen un candidato para que después nosotros lo apoyemos?”, le dijo a Dein el viejo patriarca de Sarandí.

Con el resultado puesto en la FIFA, la decepción se apoderó de Geoff Thompson, presidente del comité por la candidatura de Inglaterra: “No logro creer lo que ha pasado y estoy naturalmente muy, muy decepcionado. Los votos que se nos habían prometido no se han materializado. Nunca hubiera imaginado que pudiéramos salir en la primera ronda”. El Mundial del ‘66 les quedaba demasiado lejano. Los Beatles crearon ese año la canción de protesta “Taxman”, en donde aludían al impuesto conocido como Supertax aprobado durante el gobierno laborista de Harold Wilson y que gravaba los altos ingresos de la banda.

En la saga de espionaje y frustración británica por el torneo que no organizarán en 2018, quizás influyó una razón parecida a la de “Taxman”. Los impuestos que el gobierno inglés le hubiera exigido pagar a la FIFA. “Rusia no le cobró un peso”, le dijo a PáginaI12 Guillermo Tofoni, un empresario argentino que negoció en ese país un contrato de 24 partidos amistosos de la Selección argentina en 2006. Las naciones sedes de cada Mundial suelen otorgarle a la FIFA una serie de beneficios impositivos, incluso ésta obtiene pautas muy favorables para sus sponsors. Aun cuando sus ganancias son astronómicas y las pérdidas quedan en casa. Si no que lo diga Brasil, cuyo rojo tributario ascendió a 248,7 millones de dólares en 2014.

Andrew Jennings, el periodista escocés que más y mejor investigó en el mundo la corrupción de Blatter, Havelange, Grondona y compañía, sostiene en su libro La caída del Imperio: “Los aficionados bromean diciendo que la FIFA es una mafia. No es broma”. Sin embargo, el suizo hoy defenestrado supo definirla como una “ONG sin fines de lucro”. En esa organización de monjes tibetanos, Blazer y Steele se hicieron un picnic con la información que recogieron. El primero fue exonerado del fútbol. Especie de Papá Noel regordete que en lugar de regalos llevaba coimas en su bolsa navideña, se codeaba con Pelé, Platini, Beckenbauer y también con Hillary Clinton y Henry Kissinger.

El agente de inteligencia inglés está ahora escondido en algún lugar a resguardo de eventuales atentados. Las derivaciones de su informe sobre el encolerizado Donald Trump eran previsibles. Lo curioso del caso es que su tarea de espionaje contra la FIFA ahora se destaca más. Le valió ganarse una buena reputación, según medios internacionales. Investigó para la Asociación inglesa, pero también colaboró con el FBI. Citado por The Guardian, un ex funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores del Reino Unido lo definió así: “Chris es un profesional experimentado y altamente considerado. No es el tipo de persona que simplemente informara sobre rumores”.

A Steele lo precedió en la búsqueda de coimeros en la FIFA un ex agente de la CIA, que incluso había sido condecorado por la Central de Inteligencia: el abogado estadounidense Michael García fue contratado por la propia federación. Ex fiscal de Nueva York, por pedido de Blatter investigó el escándalo ISL que antecedió al de las coimas para quedarse con las sedes de los próximos dos Mundiales y los derechos de TV en diferentes ediciones de la Copa América. Los espías, en contra de la máxima discreción que exige su actividad, empiezan a tener su cuota de fama gracias al fútbol.

 

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