En casi la mitad de los hogares en Argentina, los padres gritan o insultan a sus hijos para castigarlos. La cifra surge de un informe sobre los estilos de crianza en chicos menores de 13 años realizado por investigadores del Centro de Investigación en Estadística Aplicada (Cinea) de la Universidad Tres de Febrero. Además, el 89 por ciento de las familias reconoce que para aplicar un control disciplinador, se quita o se prohíbe algo a los niños. En el estudio también se revela cómo las tareas de cuidado y la aplicación de normas de comportamiento siguen sostenidas principalmente por el mundo femenino: más del 50 por ciento de los encuestados indicó que son las mujeres quienes se encargan preferentemente de la crianza cotidiana. El porcentaje se incrementa cuando ellas se encuentran desempleadas, pero cuando la situación se revierte y los desocupados son los hombres, las madres aún siguen a cargo de cuidar al menor.
La crianza de un hijo no es algo improvisado. Como establece Jesús Palacios en el escrito Familia y desarrollo humano, “los adultos que tienen bajo su responsabilidad el cuidado y la educación de menores de edad despliegan una serie de estrategias y tácticas que pueden denominarse estilo de crianza”. Estos modos de enseñanza propuestos por los padres, que difieren uno de otros, puestos en acto tienen como finalidad influir, educar y orientar a las niñas y los niños para vivir en sociedad. Cintia Díaz y Pía Argangnon, investigadoras del Cinea, realizaron un estudio para visualizar cómo los padres de todo el territorio argentinos educan y enseñan a sus hijos menores de 13 años. “La intención del informe fue sacar una radiografía de lo que sucede en los hogares argentinos a nivel de la crianza paternal. Y uno de los grandes hallazgos fue descubrir un gran desfasaje entre la categorización de los padres y aquello que sucede en la casa. Es decir, entre el deber ser y lo que son”, indicó Díaz.
El informe de Cinea, efectuado entre octubre y noviembre del año pasado, revela que en las casas argentinas, la atención cotidiana aún pertenece en gran medida a las mujeres: en uno de cada dos hogares, los menores de 13 años son cuidados preferentemente por las madres, con quienes residen. Esta estadística indica un clara distancia entre lo que se dice y el funcionamiento diario de las familias. Si bien un 55 por ciento de los padres encuestados indicó que las normas de comportamiento se establecen de forma compartida, es decir, que hay un acuerdo consensuado entre el padre y la madre sobre qué cosas permitir, cuáles prohibir y los parámetros para establecer la relación con los hijos, en el día a día, los quehaceres domésticos vinculados con el cuidado de los niños depende, mayoritariamente, del universo femenino. “Aunque si bien avanza hacia una mayor equidad de género, sobre todo en la implementación de normas de comportamiento, resta camino para alcanzar una efectiva crianza compartida. Las mujeres aún tienen un rol preponderante en el cuidado directo y en la definición de las pautas de conducta”, interpretó Cintia Díaz, coordinadora de proyecto en Cinea.
Incluso, el porcentaje se acrecienta cuando las madres están desocupadas: en el 88 por ciento de los casos en los cuales la mujer no tiene trabajo, ella se debe encargar de la tarea de cuidado de los niños. En cambio, cuando la condición laboral se invierte y es el padre quien no está inserto en el mercado laboral, la atención cotidiana enteramente masculina es sólo del 8,7 por ciento, el cuidado compartido es del 44 por ciento e íntegramente responsabilidad de la madre, aun con trabajo, del 46 por ciento. “Persiste un resabio tradicionalista en los modos de crianza en la población que identifica al género masculino como incapaz de ejecutar los principales quehaceres domésticos. Se evidencia un círculo vicioso, donde las mujeres tienen dificultades en el mercado laboral, por ello se abocan al cuidado doméstico, y ese mismo hecho condiciona su reinserción en el trabajo”, expone el estudio “Estilo de crianza de los hogares argentinos”, que relevó 2729 casos familiares.
Si se entiende a los modos de crianza como la combinación entre las normas de comportamiento transmitidas, las formas en las cuales se expresa el afecto, las características propias del niño y el contexto particular de la relación familiar, se pueden distinguir –de acuerdo al informe– cuatro modelos bien delimitados: democrático, autoritario, permisivo e indiferente. El 44 por ciento de los encuestados considera que su relación padre-hijo está atravesada por altos niveles de comunicación y afecto con límites muy marcados con sus respectivas explicaciones, más propensos a escuchar que a emitir castigos. En otras palabras, que en sus casas se ejercen un nivel de crianza democrático. Por su parte, el estilo permisivo –caracterizado por la ausencia de límites y la continúa manifestación de afecto con los hijos– es el segundo estilo de crianza más representativo de la encuesta, con el 27 por ciento. En menor medida pero aún con un porcentaje representativo, aparecen el modelo de crianza estricto (17 por ciento) y con el 12 por ciento, el modo indiferente. Este última manera de criar a los hijos, vínculo en el cual los padres no son tan receptivos ni exigentes, tiene mayor aceptación en los adultos mayores de 65 años, el estilo autoritario tiene más empatía en adultos de 35-64 años y los “jóvenes”, con un rango etario de 20 años a 35, se identifican preferentemente con los modelos de educación democráticos o persuasivos.
Sin embargo, cualquiera fuese el prototipo de crianza, a la hora de ejercer el control disciplinario casi todos los padres (89 por ciento) quitan un privilegio al chico. Además, de acuerdo a la encuesta, en cuatro de cada diez hogares, los mayores a cargo levantan el tono o insultan para castigar a su hijo, el 38 por ciento de ellos los cachetea o le tira del pelo, y el 22 por ciento lo zamarrea. “Pese a que un porcentaje menor se reconoce como un padre autoritario, la idea del castigo como refuerzo punitivo está bastante arraigada. Incluso en los padres que se consideran democráticos, la mayoría de ellos dice que más vale un golpe a tiempo que después lamentarse”, explicó Díaz.
Aquella afirmación condice con otra estadística. En más de la mitad de los casos, ya sea modelos de crianzas democráticos, permisivos, autoritarios o indiferentes, la noción del castigo “puede ser considerada como algo positivo si estimulan al niño a mejorar su conducta”. Pero para los padres una cosa es el castigo –que puede incluir gritos, una tirada de pelo o el quite de un privilegio– y otra muy distinta es la violencia. Consultados por la represalia corporal, los encuestados rechazan de manera unánime las estrategias educativas que evidencian castigos físicos y ellos mismos consideran, en un 40 por ciento, que “los castigos corporales son el fracaso de los padres en encontrar una solución más adecuada a las necesidades de los hijos”.
“Esto es así porque lo digo yo, que soy tu padre/madre”. Aunque parezca insólito, aquella frase funcionó como disparador de otro de los índices centrales del estudio: la comunicación, la explicación y el consenso en las estrategias de crianza. El 80 por ciento de las familias dice que la comunicación entre los adultos y los niños es “fluida”. Allí, los adultos habitualmente explican las razones de porqué los menores deben comportarse de determinada manera. Por su parte, el 15 por ciento indicó que la comunicación con sus hijos es “algo fluida”, mientras que un cinco por ciento comentó que, prácticamente, en sus hogares no hay lugar para la instrucción y explicación. Pese a que estadísticamente este último porcentaje es bastante bajo, no quita que todavía existan espacios de crianza donde los adultos no generan una interacción verbal para argumentar, discutir los castigos o prohibiciones, ni lugar para escuchar los argumentos y las razones de determinados comportamientos de sus propios hijos.
El informe establece que, tanto en los hogares con un estilo democrático o permisivo, la fluidez en la comunicación alcanza más del 90 por ciento. Incluso con el modelo autoritario, donde las pautas de conducta son estrictas y se remarca la relación asimétrica entre padre-hijo, el vínculo comunicacional obtiene los mismos porcentajes. Sólo en los padres que reconocen una educación con indiferencia el diálogo familiar es bastante bajo (88 por ciento) o bien, inexistente en el 12 por ciento de los casos.
“Es interesante ver que ahora hay más lugar de los padres para dialogar y consensuar con los chicos acerca de las normas de conducta, las cosas que se pueden hacer o no. Comparado con generaciones anteriores, donde el ‘esto es así porque lo digo yo’ se escuchaba en casi todas las casas, estos números inducen a pensar un cambio de mentalidad en los modos de crianza”, reflexionó Díaz.
Por último, el trabajo propuesto por Cinea profundiza el factor del afecto en las familias argentinas. La relación entre los niños o niñas menores de 13 años y los adultos del hogar es “afectuosa” en el 88 por ciento de los casos relevados. Un porcentaje menor (11 por ciento) considera que el vínculo es “poco cariñoso”, mientras que es casi inexistente las familias que se reconozcan como carente de apego. Sin embargo, contra cualquier pronóstico, los padres que se incluyen en el modelo autoritario consideran que el vínculo paternal es “bastante afectuoso”. El mismo porcentaje aparece en el estilo de crianza democrático. En cambio en los hogares con estilo indiferente de crianza las opiniones se dividen en dos mitades casi iguales entre quienes consideran que la relación es afectuosa y quienes opinan que lo es poco o nada. De acuerdo a las cifras que se revelan en el informe, en un 80 por ciento los padres permisivos indicaron que en el hogar se establecen relaciones afectuosas entre los adultos y los niños.
Informe: Jeremías Batagelj.