“Un abrazo, un ‘te quiero’, un chirlo o un te odio, todo es afecto. No existe el no-afecto. Sin embargo, se puede diferenciar claramente una relación padre-hijo con apego, con cariño, de aquellas familias con malos tratos, donde el castigo y la violencia son el lenguaje cotidiano.
Hay que entender que el afecto, en realidad, es algo que se reproduce. Ya sea una demostración de cariño o una carencia afectiva, todo se traspasa, mayoritariamente, en un nivel inconsciente. Es decir, una transferencia no-voluntaria. Los chicos reproducirán aquellos modelos que han recibido y una relación carente de afecto se puede traducir en todo tipo de consecuencias: enfermedades patológicas, autoinmunes, adicciones. Por eso también se puede hablar de familias de golpeadores, de jugadores o de lo que fuera. Aquellas personas que realmente tienen el deseo de escapar de este círculo carente de cariño suelen buscar algo diferente para formar una familia e intentan encontrar a una compañía con otra historia de vida.
Por otra parte, es necesario explicar que el afecto no es propio de una persona o de una familia: es transgeneracional. Es un producto cultural que trasciende el ámbito familiar. Por eso mismo debe ser tratado, puesto en la lupa, además que desde el Estado se promuevan nuevas políticas para efectivamente producir un cambio. Incluso los medios de comunicación deben ser una herramienta para reflexionar sobre el afecto en nuestra comunidad. Pero que sea social no significa que uno mismo no puede hacer nada: la propia persona se debe preguntar por el estilo de crianza en el cual fue educado, cuestionarlo, reconocer los aspectos positivos y negativos, y así, no replicar las mismas costumbres heredadas.”