El paisaje real es un museo a la intemperie. La nieve es una sensación en el cuerpo congelado, es una placa brillante que vuelve incierto el campo de batalla. El teatro será, entonces, el territorio del documento. Allí los protagonistas devienen performers de su vida, sujetos involucrados en una película y en una obra teatral para contar su experiencia de la guerra.
Lo que ocurre en Campo minado es esa convivencia entre enemigxs que reconocen el dolor ajeno como parte de la propia historia, y es también la posibilidad de hacer con la palabra, con la reconstrucción de los hechos, un acto que involucre lo sensible y lo político.
Entonces el trabajo con el espacio, que en el teatro parece querer sostener el testimonio, se vuelve operativo y hasta a veces festivo en su modo de trasladar los hechos al film. Teatro de guerra es espectacular y escénico, un modo poderoso de pensar el documental desde elementos que se sustentan más en la puesta en escena que en el archivo.
Porque en la propuesta de Lola Arias la particularidad de esos tres ex combatientes de Malvinas y esos tres veteranos de guerra británicos es la línea que permite anudar la totalidad histórica. Y la directora lo hace a partir de entender el testimonio como una dramaturgia que se reconstruye en el vínculo creado en escena por los combatientes de bandos enemigos. Pero es necesario aclarar que esa palabra en Campo minado y Teatro de guerra forma parte del pasado. En la actualidad de la escena los seis veteranos de guerra son compañeros atravesados por las consecuencias y las motivaciones de una acción bélica que terminaron de comprender con el tiempo.
Es en ese instante indefinido entre la ficción que el teatro o la película propician y la capacidad de pensar los hechos emancipados de la crónica, del testimonio que surge después de una pregunta , que Campo minado y Teatro de guerra encuentran su potencia política. En la dirección de Arias los protagonistas parecen adueñarse de la manera de construir el relato. Deciden rechazar el lugar de víctimas y establecer una distancia ideológica con la emoción. El llanto de Lou Armour a sus veintisiete años, cuando recuerda al soldado argentino que le habló en inglés antes de morir en sus brazos, no tiene lugar en este presente. El dolor está en el semblante como algo que quedó para siempre pero no es esa clase de actuación la que el público encontrará en esta vertiente de la escenificación como documento. Si en Campo minado y Teatro de guerra los combatientes hablan es para liberar la experiencia de la denuncia o la catarsis y convertirla en un acto autónomo. La memoria es aquí una materia que los protagonistas ofrecen para enfrentarla. Hay una diversidad que hace de la guerra un tiempo permanente, como un idioma que posibilita la amistad entre ellos.
La película logra una distancia que Campo minado parece traspasar. Tal vez porque Teatro de guerra elude algunos recursos más explícitos, como los discursos de Galtieri y Thatcher que en la obra de teatro son representados por los mismos veteranos con unas mascaras infranqueables que le dan cierto tinte paródico. Trabajar sobre lo real como un objeto de reapropiación permanente, como una esfera sobre la que se va a tallar una mirada siempre cambiante, es el dato que la obra de Arias aporta como una crítica encubierta al periodismo.
La actuación está en la intervención de Arias sobre estos hombres que reproducen con el cuerpo escenas donde golpean y disparan sin armas hacia seres invisibles. Una forma de relatar que no busca ser histriónica sino que parece salir de su singularidad, como un estilo ineludible que los conquista y engalana. El testimonio surge como una matriz siempre dispar, que se modifica en el contacto con una experiencia similar, en la comprobación que el enemigo está en otra parte, que los triunfadores también sufrieron, que ganar una guerra no te libra del trauma pero que ninguno va a ceder a ese discurso que se instituyó sobre ellos. Porque la empatía queda relegada ante la urgencia de utilizar la escena como ese estruendo que provoca el extrañamiento de habitar un hecho conocido desde cierto impensable. Actuar el drama intimo y colectivo implica una transformación. No se trata únicamente de decir ,sino de involucrar el cuerpo, de interactuar con otro en un contexto que impulsa a cierta fraternidad. Entonces se obtiene una pequeña soberanía sobre el dolor.
Hay un aventurarse a una épica que el teatro y el cine argentino casi desconocen. Entrar a los grandes temas tiene algo de tragedia, especialmente cuando Malvinas es una de las últimas batallas donde se luchaba en trincheras, cuerpo a cuerpo y donde todavía se podía creer que la contienda deparaba algún sentido. Descubrir que no sabían por qué peleaban, entender que el triunfo trajo para los ingleses el thatcherismo más crudo del que fueron víctimas, es algo que tiene que ver con esa transformación que realiza el héroe en la tragedia. Arias consigue extirpar el remanente de ese heroísmo desde la cotidianidad de esos sujetos que en la contiende bélica quedaron maltrechos, que podrían ser reconocidos como sobrevivientes y que en Campo Minado y Teatro de guerra juegan con esos dos extremos. El sentido desmedido de la acción del héroe con el sin sentido del sobreviviente operan como una dimensión que estalla en ellos. El campo minado de un drama que se vuelve grito o manifiesto en la banda de música que supieron formar entre los seis y que detona como esa alegría fría, cuando se sabe que la aflicción no terminó pero que hay algo mas allá. Otro campo de fuerzas donde la bronca deviene en una serenidad siempre alerta.
Campo minado se presenta de miércoles a domingos a las 20.30 en el Teatro San Martín. Teatro de guerra se presenta en el Malba los sabados a las 20.