Pensar el deporte es pensar también su organización, es indagar sobre un montón de aspectos que exceden las pelotas y las canchas. Pensar la organización del deporte es hacerse una pregunta por los sentidos que se construyen alrededor de la práctica deportiva. Sentidos que nunca vienen solos, hay intereses, tradiciones, costumbres, gustos, épocas que juegan de titulares al escribir las reglas.
Entre las distintas preguntas organizacionales que nos hacemos en la redacción de Feminista Mundial aparece la organización por géneros binaria que tienen la gran mayoría de las disciplinas deportivas. ¿Femenina de mujeres o masculina de varones? bajo la indumentaria, el traje de baño, los short de fútbol, el karateghi, la remera, la calza, el jogging, la definición del fichaje para un bando o para el otro, parece ser de una vez y para siempre anclada en la biología.
A nivel profesional son varios casos que conocemos de deportistas que han tenido que luchar judicialmente para ser reconocidas como personas trans y ser aceptadas en la categoría correspondiente a su identidad. Un caso reciente fue el de Jessica Millaman que había sido excluida de la liga femenina de hockey en Chubut y por decisión judicial tuvo que ser aceptada nuevamente.
También están los casos donde los comités deportivos -que poseen el suficiente poder para determinar si una persona es hombre o mujer- deciden si puede o no competir y en qué categoría hacerlo. Un caso viejo pero moderno para el estado de cosas actual, es el de la vallista española María Patiño que fue dejada afuera de la competición en la Olimpiadas de 1988 porque el Comité Olímpico Internacional (COI) entendió -luego de hacerle algunas pruebas- que no era una mujer porque tenía un cromosoma Y, y porque sus labios vulvares ocultaban testículos. Le arruinaron su carrera y la vida, le sacaron sus títulos y su licencia de competición, la echaron de la residencia atlética y se le revocó la beca.
Hoy en día el COI ha hecho modificaciones en lo que respecta al control de sexo, se permite competir a personas trans e intersex, aunque aún con requerimientos humillantes y poco críticos sobre el ordenamiento binario del deporte y del mundo en general.
A nivel amateur no se conocen tantos casos porque la falta de planillas y burocracia pareciera hacer al deporte más accesible, sin embargo la lógica binaria es fuerte y difícil de eludir, muchas personas trans, no binarias -aquellas que no se reconocen ni como varón ni como mujer-, o cualquiera que no se reconozca en las categorías habituales para encarnar el género quedan fuera de las canchas.
Es común que por lo bajo, y a veces tan alto como para tener que ir a la Justicia, el argumento privilegiado sea el de la ventaja deportiva, un prejuicio que sostiene que las tecnologías para adecuar corporalidad e identidad de género, como las terapias hormonales, por ejemplo, darían superioridad en la competencia. Esta denuncia sucede no sólo entre equipos que compiten sino al interior de los vestuarios en una lucha por la titularidad.
Las propuestas mixtas si bien son un avance como forma de organización del deporte siguen teniendo de fondo una matriz binaria donde juegan hombres y mujeres en el mismo engranaje. Es un paso importante, pero hay que pulir más el hueso ya que lo mixto sigue respondiendo a una lógica hombre/mujer, es decir que se sigue poniendo el género como protagonista de la organización del vestuario y no en el deseo de practicar un deporte.
“Con la camiseta del equipo no se me notan las tetas y entonces me piden explicaciones cuando entro al baño con la muñequita en la puerta”, dice Lule, basquetbolista, harta. Maru tiene 15, juega al tenis y elige esquivar el vestuario del club cuando están las del equipo de volley dentro porque ya las escuchó decir que ella debería irse al que, suponen, “le corresponde”. ¿Por marimacho? ¿Por musculosa? ¿porque le faltan tetas? Las anécdotas no son graciosas y marcan al vestuario como un sitio donde se suceden las situaciones violentas que, además de herir, expulsan.
Además de las opciones judiciales, que son tediosas y en el fondo no hacen más que reforzar una y otra vez un modelo punitivista que se nutre de la disciplina de los cuerpos que denuncia, está el día a día del vestuario tanto para medallistas como amateurs que desarrollan estrategias para sobrevivir al vestuario sin resignarse a tolerar a que los clubes, la sociedad y el mundo entero cambien mucho más lento que las ganas de jugar y a la vez desmarcarse de las categorías estancas del género. Un nadador trans cuenta entre sus “anécdotas deportivas” que prefería ir por la mañana a entrenar ya que, a cualquier hora del día el vestuario de varones le resultaba imposible, pero en el de mujeres, bien temprano, las señoras mayores “están más allá de si soy hombre o mujer”. Muy conocidas son las estrategias de ir ya con la ropa deportiva puesta, no ducharse, no cambiarse la remera al final del partido o, directamente, mudarse de ciudad para comenzar a competir sin que nadie se entere de que antes se usaba el otro vestuario.
Necesitamos y creemos que es hora de comenzar a hablar de estas cosas dentro de los vestuarios, en las canchas, con los cuerpos técnicos, entre deportistas, comités o grupos organizadores de competencias y torneos; si ha de haber un deporte feminista debe llevar estas preguntas marcadas en la agenda, en la rutina diaria de hacer caer al patriarcado en las calles, las camas y las canchas.