Por las asociaciones que provoca, la fecha de la muerte de una persona no puede ser nunca irrelevante. Los diarios de aquella mañana de hace 50 años en que el cuerpo de John William Cooke era llevado al cementerio para su cremación informaban el descubrimiento en Taco Ralo, al sur de Tucumán, de un campamento guerrillero de las Fuerzas Armadas Peronistas. El episodio marcaba un nuevo momento de la resistencia popular a la dictadura y para quienes conversábamos esa mañana en Chacarita, la asociación entre ambas noticias resultaba inevitable. Varios de los militantes detenidos en Tucumán habían tenido relación con John y su compañera Alicia. Pero aunque no hubiera sido así, la prédica del Bebe Cooke se había constituido en el aporte fundamental al discurso del peronismo revolucionario. Después del golpe de Onganía, en un contexto de acercamiento al gobierno y confusión ideológica, la voz de Cooke se alzó para decir en el Informe a las Bases que el peronismo no podía alentar expectativas de ningún tipo en torno a los militares golpistas.
Muchos años después nos enteramos de otra conversación no menos importante mantenida en el velatorio, la noche anterior. En la anotación de su diario correspondiente al 19 de noviembre de 1968, Rodolfo Walsh –que no se considera amigo del muerto aunque éste merecía su respeto “por algo de coraje que tuvo y nadie desmintió”– se muestra muy enojado con quienes piensan que el reciente acercamiento entre Perón y Augusto Vandor convierte la unidad en una exigencia, “aun a costa de Ongaro”. Es difícil saber los alcances de la imprecación contra “los hombres que se han vuelto mezquinos”, pero Rodolfo no disimula “la rabia intensa” que le provoca “todo ese tacticaje” y sólo desea que “Raimundo les patee el tablero una vez más”.
Estas palabras de Walsh velando al muerto ilustre hacen pensar en algo así como un relevo. ¿La postura del autor de Operación Masacre es la misma que hubiera adoptado el ex delegado de Perón? Probablemente sí, porque en los últimos años éste ha cuestionado la política del General que insiste en congregar a todos, incluso a quienes parecen menos recuperables. De cualquier modo, no es posible afirmarlo porque el Bebe siempre supo esquivar un enfrentamiento abierto y ostensible con el conductor quien, por su parte, eludía diplomáticamente la discusión de las diferencias.
El frustrado retorno de Perón en diciembre de 1964 fue distanciando las posiciones. Cooke señala que no puede calificarse de fracaso porque se ha puesto de relieve la decisión del líder que arriesgó su vida en el intento, pero es categórico en su condena a la Comisión pro Retorno orientada por Vandor. Esta confió demasiado en su relación con los factores de poder, pero por ese camino no se puede traerlo a Perón. Desde entonces, Cooke verá la vuelta del General como un objetivo final: por las vías pacíficas no era posible asegurarla y para traerlo por la fuerza sería necesario un largo proceso revolucionario que debía transformar la misma condición del peronismo.
En las semanas anteriores a la muerte de Cooke, el acercamiento entre Perón y Vandor había logrado que varios de los principales sindicatos abandonaran la CGT de los Argentinos. El metalúrgico había experimentado en 1966 que enfrentando a Perón no podía conducir el movimiento, pero más tarde logró convencer al General que sin el concurso de los grandes gremios industriales nunca podría lograrse una verdadera unidad sindical. Raimundo Ongaro resistió la decisión de Perón y la CGT de los Argentinos tuvo aún los días gloriosos de la resistencia de 1969, que culminó en el Cordobazo, pero su suerte como CGT estaba echada. Perón quería volver al país sosteniendo la propuesta de Pacto Social y esto requería la más amplia unidad sindical.
Postrado por la enfermedad, Cooke no participó en este debate. Ya hemos dicho que no creía en una rápida vuelta del General y su mirada, como la de Walsh, se orientaba hacia una larga lucha estratégica que requería menos la presencia de Perón en Argentina que la invocación de su nombre como símbolo. Perón nunca será un obstáculo, escribió Cooke un año antes de morir, convencido de que no había revolución posible sin levantar al general como bandera pero que, en esta ocasión, no necesariamente la conducción correspondería al exiliado en Madrid.
Contra propios y extraños, Perón quiso volver y desarrolló una política admirable para lograrlo. Se apoyó en la lucha de los jóvenes peronistas y las puebladas en todo el país, pero no se hubiera logrado el aislamiento político y social de la dictadura sin la unidad popular que siempre reclamó. Convirtiendo la consigna del retorno en lo que Ernesto Laclau llamaría más tarde un significante vacío, Perón logró una notable acumulación de fuerzas. Sin embargo, esa abigarrada y heterogénea convocatoria también explica las dificultades que siguieron al 73’. Por eso el autor de esta nota no es el único que tuvo más de una opinión sobre esa estrategia en diferentes momentos. Pero en la euforia que nos generaba la humillación de la dictadura, en el primer retorno exitoso pudimos gozar un plus, no faltó en Perón el recuerdo generoso hacia Cooke: un homenaje póstumo tan significativo y tan poco habitual como la decisión de nombrarlo su heredero en 1956, cuando Perón tenía razones para temer su propia muerte. En noviembre de 1972 calificó a su ex delegado como “un prohombre de nuestro movimiento” y cuando algún periodista extranjero preguntó si no había sido demasiado izquierdista, el líder que regresaba dijo que “eso venía bien para compensar a tantos que son demasiado derechistas”, acompañando la expresión con esa sonrisa cautivadora que ganó tantas voluntades en esos días.
Cooke fue el más ilustrado de los políticos peronistas y uno de los más grandes pensadores argentinos. Cerradamente ateo, su discurso tiene rasgos de mesianismo y religiosidad popular siempre presentes en quienes luchan por una causa –como el radicalismo naciente, los forjistas o el peronismo de la resistencia– para la que ningún sacrificio parece excesivo. Visceralmente peronista, siempre aceptó el concurso de todos y nunca pidió credenciales a quienes se sumaban a la lucha de liberación. Hoy, cuando se invoca “el desastre de los últimos 70 años” para justificar el desmantelamiento de todo resto de la Argentina peronista, Cooke es un guía notable para orientar a las nuevas generaciones en la recuperación de ese legado.