Veinte años son los que pasaron desde el inicio de este proyecto; nos tomó casi diez años de investigación para llegar a las mil páginas de estos dos tomos y hace diez que editamos la primera edición.
Desde entonces, muchas cosas cambiaron; otras siguen igual. De allí que estos libros siguen siendo necesarios. ¿Por qué? Nos sobran los motivos; pero vamos a destacar tres.
El primero es la reivindicación de una memoria crítica. Actualmente hay un cuestionamiento de la memoria en tanto esta se encuentra atrapada por la subjetividad de quien la emite. Como si la historia se pudiera hacer sin la memoria o, lo que es peor aún, como si en la historia y en la memoria no se jugara una lucha de poder.
La historia es interpretación y toma de distancia crítica del pasado. La memoria, en cambio implica una participación pasional con ese pasado, es imaginaria y, en alguna medida no es objetiva. La memoria pone los datos dentro de esquemas conceptuales y configura el pasado sobre la base de las exigencias del presente.
Sin embargo, la memoria como un modo propio de autenticación, ya sea individual o colectiva, puede caer fácilmente en la melancolía o la conmemoración. Por lo tanto, la necesidad de autenticación de la memoria debe permitir el compromiso con la más crítica subjetividad en cuyo nombre opera. Para ello la memoria debe atenerse a los mismos principios del razonamiento histórico que funda las bases de los modelos psicoanalíticos, es decir el reconocimiento y el análisis de la multiplicidad, la alteridad e historicidad del sujeto recordado y del sujeto recordante. De esta manera, la autoridad de la memoria se encuentra en el reemplazo de la afirmación “yo sé” por la afirmación “yo recuerdo”. Este es el reemplazo de una relación sujeto-objeto o de una relación de un sujeto con otro sujeto por una relación de un sujeto consigo mismo. Al posibilitar la autocrítica, la memoria separa el agente recordante de la experiencia recordada; su resultado va a ser que una memoria crítica puede ser capaz de erigirse como el mejor tipo de análisis histórico. Por ello, como dice Régine Robin: “La memoria crítica transforma, por tanto, la conmemoración en rememoración, lo ´fijado´ de una vez por todas en la piedra en construcción fluctuante, efímera, sujeta a la evolución, a las transformaciones, a los avatares de la memoria, a su movimiento. Ella transforma el carácter impuesto de un relato en diálogo interactivo con los riesgos que ese diálogo implica. Lejos estamos de la ilusión de un memorial intangible, y del deseo, igualmente ilusorio a través del pasaje de las generaciones, de un traumatismo que debe mantenerse eternamente presente y vivo. Lejos estamos también de la memoria prótesis que puede desembocar en el simulacro de la trasmisión del trauma. La memoria crítica tiene una conciencia aguda de las aporías del memorial y de su fragilidad”.
El segundo es porque aquí se recuperan las huellas de las memorias sobre la constitución del campo de salud mental en la Argentina desde los inicios hasta el cono de sombra que impuso la última dictadura cívico-militar. Este fue un período muy importante de fertilidad, de creatividad e invención de dispositivos de trabajo en psicoanálisis y salud mental. Dichas época suelen ser desestimadas en la formación de las nuevas generaciones de los profesionales del campo de la salud mental. Sus logros pocas veces son rescatados; por lo cual se transforman en una herencia no reconocida que, como dice Marx, “oprime el cerebro de los vivos”. El trabajo de apropiación de esa herencia en el campo de la salud mental y el psicoanálisis constituye a la vez la propia genealogía y permite tomar como propio aquellos que hicieron quienes nos precedieron. Las huellas de la memoria constituyen un acervo de herencias y genealogías de los momentos fundantes de nuestro campo.
El tercero nos remite a que la cuestión de la memoria y el olvido no pueden analizarse sin tener en cuenta el terror impuesto por la dictadura cívico-militar de 1976 a través de los campos de concentración y exterminio para instalar un proyecto político, económico y social. Muy pocos países en el mundo utilizaron esta metodología represiva. En estas instituciones totales se encerraba a los detenidos para iniciar un proceso de destrucción de su condición humana en la lógica característica de los campos de concentración-exterminio. Es decir, se los transformaba en una cosa, un número para luego eliminarlos. Aún hoy se los sigue denominando con el eufemismo de Centro de Detención Clandestinos. Esto ha llevado que sectores del poder impulsen un negacionismo del genocidio a través de lo que ellos denominan “memoria completa”. Es decir, una memoria que a través de “la teoría de los dos demonios” niega la responsabilidad de un Estado cívico-militar que organizó y planificó el asesinato de miles de personas a través de más de 340 campos de concentración y exterminio.
Esta historia continúa atravesando el tejido social. Cuerpos, historias, actores, prácticas, esperanzas, ideas fueron desaparecidas. Por ello sigue siendo necesario echar luz sobre ellas. Otra vez. Porque los efectos siguen vigentes. De allí la necesidad de publicar una nueva edición corregida y ampliada de estas huellas de la memoria en el campo del psicoanálisis y la salud mental ya que sigue siendo una lucha contra los efectos de la muerte en nuestros cuerpos.