El presidente electo Trump asumirá el viernes 20. Se llama Donald como el inolvidable (¿y ya olvidado?) personaje de Walt Disney pero se parece menos a ese don nadie, torpe, ininteligible y malhumorado que a su tío multimillonario. “Tío Patilludo” se lo nombraba en las revistas que leía este cronista en su remota infancia, luego se lo apodó “Mac Pato”.
Bien mirado, tampoco es taaan similar. Ostenta la arrogante ignorancia de los dueños del capital y del mundo. Pero la narrativa de Disney entroncaba algo con las leyendas populares que durante siglos identificaron a los ricos con la soberbia, la petulancia, el egoísmo, el amor puesto en el dinero. Una visión crítica, con perdón de la palabra. En el discurso hegemónico del siglo XXI la riqueza extrema, antaño insultante por su demasía, es parangonada con la virtud, incluso social: el preludio del derrame para beneficiar a los pobres.
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Armonía con la época: La victoria de Trump puede discutirse desde cierto purismo democrático, mediante un cuestionamiento al sistema político estadounidense. No fue el candidato más votado, prevaleció merced al capcioso régimen que se basa en el voto indirecto (sin representación proporcional en casi todos los Estados), ni obligatorio.
El sufragio “libre” discrimina, es clasista y sesgado: los más educados o los de mejor posición económica votan más asiduamente que los humildes. ¿Es factible, en este contexto cultural, insinuar un elogio al voto obligatorio, universal que rige en la Argentina? Sí se puede y lo hacemos, casi con rubor. La herencia de los gobiernos nacional populares: la brega del radical Hipólito Yrigoyen y la ampliación del derecho a las mujeres y a las personas de más de 16 años, consumadas por los presidentes Juan Domingo Perón y Cristina Fernández de Kirchner.
De cualquier forma los hechos mandan: Trump gobernará la mayor potencia del planeta, con un Congreso muy inclinado a favor de los republicanos y una Corte Suprema que agarrate Catalina.
Pero, por encima de todo, Trump no es (no del todo) un cuerpo extraño, un advenedizo que rompe la armonía mundial. Armoniza con el signo de los tiempos y sus peores inclinaciones acentúan tendencias o hechos preexistentes.
El Muro con(tra) México, por ejemplo, está erigido. Trump lo ampliará, clama que hará que México se lo pague. Por ahí lo electrifica, si llega el momento. Pero las vallas existen, en el centro del mundo,en la Unión Europea que fue ejemplo en borrar o aligerar fronteras. Trump es contemporáneo y cofrade de la ascendente derecha racista europea.
Marine le Pen podría llegar a la presidencia de Francia este año, o la próxima vez. François Fillon, un derechista algo más presentable es, acaso, la alternativa con más potencial. En Hungría ya gobiernan, acechan en Alemania, en Gran Bretaña y siguen las firmas.
Una derecha ramplona, aferrada a esquemas económicos que ya fracasaron, que se muestra xenófoba, islamófoba, machista.
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Diferencias: Si Hillary Clinton hubiese llegado a la Casa Blanca expresaría los estertores de la patética clase política de la etapa. Muy por debajo aún de los ex presidentes Bill Clinton y Barack Obama que mostraron vestigios de las diferencias entre los demócratas tibios y los republicanos desatados.
Obama no cumplió con la palabra de levantar Guantánamo. Mandó asesinar a Osama Bin Laden y difundió cómo miraba por tevé “codificada” ese crimen. Le cupo el premio Nobel de la Paz, una señal de que el viernes que viene no es el comienzo de nada sino un desenlace extremo pero no una ruptura total...
Y sin embargo, cree este cronista aceptando la subjetividad de su juicio, las diferencias también existen. El primer presidente negro de Estados Unidos (que no fue sucedido por la primera presidenta) también impulsó el Medicare, un avance en la cultura gringa. Y articuló el deshielo con Cuba, un logro que lo dejará en la historia y que tiene toda la traza de ser abolido a similar velocidad que el Medicare… esto es muy pronto.
La política en Medio Oriente, sanguinaria y torpe, tendrá (todo lo indica) continuidad. Guantánamo quedará enhiesto, invasión territorial y signo de un sistema que vulnera las garantías legales para aquellos que le parecen peligrosos.
Trump escaló a la Casa Blanca en el año del Brexit, del golpe parlamentario en Brasil, de la derrota del “Sí” en la consulta popular de Colombia. En otro año en que los migrantes fueron vejados, a menudo llevados a la muerte, como poco humillados en las comarcas más ricas del planeta.
Por ridículo y caricaturesco que resulte a una primera mirada simplista, Trump expresa el signo de los tiempos.
Habrá que ver cuánto concreta el presidente horrible. Parte del daño está causado. Para calibrarlo, pensamos, hay que sopesar el valor de los símbolos en la cultura política del planeta.
Un presidente negro en el Norte, tres mujeres reelectas en Argentina, Brasil y Chile, un obrero con primaria en Brasil, un indígena en Bolivia son o fueron señales de apertura democrática, estimulantes. Un magnate mal hablado, guarro, violento, un abusador explícito de poder manejando la botonera y la chequera es otro signo, en sentido inverso. Eso ya ocurrió, es un anti ejemplo que hará escuela, porque su escala de valores ya rige.
Trump mete miedo porque “hace sistema” con la barbarie de las potencias europeas con los refugiados y con un debilitamiento mundial de los valores humanitarios.
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Proteccionismo excluyente: El proteccionismo económico que propone Trump podrá o no ser eficaz dentro de su territorio. Habrá que ver.
No es jamás un modelo a imitar fuera de él porque está inseparablemente atado a políticas públicas expulsivas, discriminadoras, xenófobas.
Los países imperiales, tal como enseñaron los referentes del pensamiento nacional-popular, “entran” o “salen” del proteccionismo al vaivén de sus conveniencias coyunturales. El librecambio, siglos atrás, y la globalización fueron ejemplos de pseudo aperturas concebidos en su propio beneficio. La bulimia del capitalismo global damnifica a sus propios habitantes. Trump se retrae a un industrialismo o cerrazón que no es novedad en Estados Unidos.
Tal vez suceda que los votantes de Trump odien especialmente a quien no deben odiar (parafraseo la expresión de alguna película del director inglésKen Loach). En todo caso la propuesta impone deportaciones, privaciones de derechos, chauvinismo.
Guantánamo no es un enclave exótico en el que rigen normas (¿normas?) de excepción. Estados Unidos rebosa cárceles que son pre embarque a la deportación, a la tortura,a castigos sin debido proceso.La remake del capitalismo imperial conlleva un nuevo arrasamiento de garantías constitucionales y del derecho universal.
El paradigma hará escuela en este Sur, ya está sucediendo. La noción de que hay personas que no son portadoras de derechos fue típica de los totalitarismos o las dictaduras del Siglo XX. Renace en regímenes democráticos que se degradan y niegan sus mejores virtudes.
El furor contra los “indocumentados” cunde. En el último año, se exacerbó en la Argentina. Ninguna persona debe ser despojada de sus derechos humanos por una circunstancia burocrática. O, por mejor decir, mediante un recurso perverso de quienes se aprovechan de ella. Los gobiernos, las fuerzas de seguridad, aquellos que los explotan de un modo u otro. Una de las medidas más interesantes, menos mentadas, del kirchnerismo fue el programa “Patria Grande” que facilitaba documentarse (y con cierta sencillez, nacionalizarse) a migrantes de naciones vecinas y hermanas.
Los migrantes, una minoría inherentemente sojuzgada, no se rebelan contra la explotación capitalista. Apenas, nada menos, procuran adquirir el derecho a ser explotados, pensando en que sus hijos podrán pasarlo mejor. Tal la raíz de todas las migraciones, la legislación argentina llegó en la década perdida a ser de las inclusivas del planeta. El macrismo está rechazando esa herencia con entusiasmo.
Bajemos al cabotaje. Esta columna no incursiona en el complejo conflicto entre “manteros” y “comerciantes formales”. Tiene variadas facetas, es banal reducirla a una. Lo que se vio y oyó en estos días es que quien está fuera de la ley (comercial, fiscal, documental) puede ser reprimido salvajemente. Indocumentados, evasores sin fortunas “afuera”… se transforma en lícita y hasta benéfica la barbarie de molerlos a palos.
En el devenir cotidiano nacional y foráneo, la acusación equivale, ipso facto a sentencia. Las fastidiosas mediaciones (tribunales, abogados que defienden o querellan, apelaciones) son recuerdos del pasado. El mundo funciona, para sus pobladores más desdichados, como una Corte Marcial. Los medios, un fiscal, un grupo de ciudadanos acusa a “otro”, un distinto, de terrorista, de abigeo (en Chubut), de aliado de una mafia (mantero)… la sentencia sale a ritmo veloz: las autoridades fijan las penas, a menudo castigos corporales.
La anuncia o hasta la aprobación de sectores amplios de la opinión pública “agranda” a funcionarios, comunicadores o uniformados que se sienten validados para comportarse como salvajes, impunes,
El odio al semejante nutre los cambios políticos y también la revisión de leyes básicas. Trump alecciona y, en eso, su doctrina derrama. De nuevo: entre otros factores porque encuentra suelo fértil, ya sembrado.
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El imperio chueco: Los fenómenos históricos no comienzan un día determinado, fluyen. El 11 de septiembre de 2001 es un hito pero no el inicio. Desde entonces Estados Unidos agravó todos los males que quiso combatir: las guerras en Medio Oriente, el terrorismo internacional, el odio creciente en millones de personas, Las multitudes de trashumantes que huyen para encontrar vallas, guardias costeras o “gente común” hostil.
Ya lo predicaron antes de Trump, dos hombres del siglo anterior, sabios a su modo y bien diferentes entre sí: el historiador Eric Hobsbawm y el ex presidente uruguayo José Mujica. Ambos describieron al actual imperio americano como el más impopular y rechazado de la historia humana. Los imperios ampliaban la frontera de la nacionalidad, se justificaban por promover modalidades de paz y gobernabilidad. ¿Hace falta aclarar que esto no es una alabanza sino una comparación? Por si acaso, lo dejamos dicho y volvemos al núcleo.
Estados Unidos es un imperio chueco que no promueve bienestar niequilibrio ni paz en el resto del planeta pero que sí consigue todo lo contrario. La metodología de la Casa Blanca o del Departamento de Estado evoca a la de un médico demente que, ante el fracaso de los remedios que receta, duplica la dosis. No son médicos, dirá usted. El problema es que tampoco son locos.
Trump expresa y potencia la lógica de la globalización excluyente, la única que hay en plaza. El odio y la violencia se realimentan. La corroboración no justifica nada, describe.
Antes de jurar Trump congrega el repudio de México, de China, atiza el temor de millones de laburantes que tratan de hacer la diaria, que cometen el pecado de querer sobrevivir. La prensa mundial se entretiene en una discusión virulenta con un periodista de la CNN. En esa pulseada, éste tiene razón y suscita alguna variante de solidaridad. Pero la CNN, más allá de qué “votó” en las presidenciales, alimentó a ese monstruo o al sistema que lo engendró. Y no representa a quienes más lo padecerán.
¿Es posible acentuar más el odio y la exclusión y promover (sin embargo) alguna forma de gobernabilidad? Uno no es quién para responder esa pregunta pero su formulación sugiere lo que intuye. El mundo será todavía más espantoso, más compartimentado, invivible y ajeno desde el viernes que viene. Subrayemos “todavía”. Y ya es mucho decir