El día que Carlos Izquierdoz llegó a Boca no buscó la foto clásica en la Bombonera, tampoco atendió mucho el teléfono para responder a los miles de periodistas que ayer apenas lo conocían y que hoy lo endulzaban con mensajes de lo más variado y ni siquiera se deslumbró por alguno de los cracks que el plantel azul y oro ostenta en su millonaria formación. En aquella jornada, el Cali recordó eso que también había hecho en otros lugares. Para él era una especie de investigación privada, una búsqueda y una manera de sentirse cerca de aquel altar. Lo había soltado ante Leandro Cufré, el ex futbolista de la Roma y Gimnasia, cuando le consultó de buenas a primeras: “¿Cómo era Walter Samuel? Contame cómo jugaba, cómo entrenaba y qué hacía”. En su llegada al club de la Ribera, aquello se convirtió en obsesión. Izquierdoz fue detectando quiénes del plantel y del club habían compartido equipo con su gran ídolo. Le preguntó a todo el mundo. Hace poco, confiesa, Fernando Gago le contó que “El Muro” era “una bestia en el día a día”. Y, aunque es tímido, no tiene miedo en decir: “Yo escuchaba y a mí se me caía la baba. Samuel es lo más grande que vi”.
Este Izquierdoz que está sentado en la tribuna del Complejo Pedro Pompilio de Casa Amarilla es un grandote bonachón y cauteloso que sabe que llegó hasta aquí por su constancia y no por su grandilocuencia. Por eso, cada vez que le preguntan por su condición de hincha de Boca la esquiva, atento a no vender humo con aquella pertenencia. Sin embargo, el sueño de estar en el estadio de sus sueños se ve en sus ojos y se siente en sus cuidadas palabras. El oriundo de Bariloche que fue criado en Salto adora a ese estadio desde aquellas noches en las que miraba al zurdo que se hizo pared en Firmat.
-Callado, cauto, fuerte... ¿Hay un deber ser en el marcador central? ¿Son todos así?
-Somos especiales. Es clave curtirse. Nosotros somos defensores antes que cualquier otra cosa. Nuestra función es destruir el juego. Obvio que después si se puede salir jugando e intentar, bárbaro. Pero tenemos que ordenar al equipo, darle solidez y ser buenos en el mano a mano. Una vez hecho eso, después vemos el resto. Somos razas. Cada uno es distinto, pero el central tiene un modo de ser. Nos fijamos qué transmitir adentro de la cancha, en los gestos y en todo. Pero afuera de la cancha también, eh. A nosotros nos pagan y nos pagan muy bien, por lo que tenemos que ser profesionales todo el tiempo. Acá no se puede dar ventaja en nada porque todo está muy parejo y estamos en un club muy importante.
-¿En el fútbol ya no defienden solamente los defensores?
-No. En el fútbol de hoy defiende el sistema. Tenemos que estar todos involucrados para que se vuelva mejor el colectivo. Hoy una buena presión te facilita mucho las cosas a la hora del desgaste incluso. Si presionás arriba lográs que al rival no se le faciliten las cosas y así robar en pocos segundos y conseguir un ataque rápido inmediatamente. Avanzó mucho el fútbol en los últimos años. No es más que los cuatro de atrás marcan y los cuatro de adelante defienden. Ahora todos hacen todo. Eso nos hace crecer, nos obliga. Por eso, para los defensores es necesario mejorar hacia adelante y para el resto el colaborar para que todos recuperemos la pelota más rápido.
-¿Cómo es tu vida fuera de las canchas?
-Hay épocas que leo más. Otras en las que simplemente me engancho con las series. Igual, la familia me reclama también. Es tratar de sostener las costumbres y no cambiar. Porque el fútbol te puede dar muchas cosas, pero no hay como un asado con amigos. En ellos descanso y me libero de las tensiones. Por suerte pude recuperarlos un poco, porque al haber estado unos años afuera, por más que tengas whatsapp o te puedan ir a visitar, no es lo mismo. Cada asado para nosotros es como el último, lo vivimos así.
-¿Qué te gusta leer?
-Tuve una época de novelas de ciencia ficción. Ahora estoy más cerca de los sucesos históricos. He leído alguna biografía, pero no me llaman tanto. Lo mismo que los libros deportivos. Tengo algunos y me intereso en aprender alguna cosa, pero no son tan de mi preferencia. Admiro a varios deportistas, también.
-¿Qué referentes tenés en ese sentido?
-Me pasó ahora con Manu Ginóbili. Para mí Ginóbili es un superhéroe. Me reflejo ahí para saber que siempre se puede ir a más.
-¿Cuántas veces soñaste con jugar en la Bombonera?
-Es algo increíble, es esencia, es el lugar donde esta gente se siente representada. Hay algo que se vive ahí adentro que no se siente en otros lugares. Poder jugar acá con esta camiseta es algo increíble. Hay una energía positiva hacia el equipo que es impresionante. Cuando me tocó venir de visitante parecía que las tribunas se me venían encima. Es lindo lo que se transmite. El equipo empuja y eso crece. Sin dudas debe haber sido clave en la historia del club.
-¿Esa es la mística de la Bombonera?
-Sí, sin dudas debe ser. Hay algo que hay que tener en cuenta: es la gente. Ellos logran eso. No me pasó en ningún lugar del mundo. En México decían que la gente de Tigres era la que más empujaba y yo te puedo asegurar que no es ni un diez por ciento de lo que se vive acá. La pasión del argentino es inigualable. Después, a veces se acerca a la locura y toma estados que no son tan convenientes. También tenemos que vivir con eso.
-Riquelme decía que él trabajaba de lunes a sábado y que el domingo era para disfrutar...
-Román ve y veía el fútbol de una forma que lo ve sólo él. Él sí disfrutaba. Él tenía una calidad para hacer las cosas que al resto de los seres humanos se nos complica. Yo quiero ganar. Y es tanta la tensión y el nerviosismo que te terminás dando cuenta que sólo tipos como él pueden disfrutar.
-¿El jugador de fútbol disfruta poco?
-Disfrutamos después de que termina el partido y ganamos. Ahí decimos que nos vamos contentos a casa y felices. Estamos todo el tiempo concentrados y dedicados, porque una distracción te lleva puesto. Tenemos esa presión. Vivimos con ella. Igual, no puedo negar que somos jugadores de fútbol y disfrutamos el trayecto. Las concentraciones, el desayunar con los compañeros y demás. Pero adentro de la cancha se complica.
-¿En el fútbol hay que ser y parecer?
-Es que es un mundo muy rápido este. Todo el tiempo pasan cosas y hay muchas presiones. Yo soy de pensar que hay que cuidarse en todo, porque no sabés cuándo lo podés perder. Es lógico que haya chicos más jóvenes a los que le cueste más. O que por ahí tuvieron otros desarrollos y no puedan acomodarse. Pero esto dura poco y hay que estar concentrado siempre. La carrera del futbolista es muy corta y depende de muchas cosas y de demasiados factores como para dejarla ir por no dedicarse.
-Si te hubieran dicho de pibe que ibas a ser el central titular de Boca en la Copa Libertadores, ¿qué hubieras pensado?
-Ni en el mejor de los sueños hubiera pensado en esto. Si vos me preguntabas veinte años atrás, ni pasaba por mi cabeza. Obvio que soñaba mil cosas, pero era imposible proyectarlas. Todavía me cuesta creerlo.
-¿En algún momento pensaste que el fútbol no era para vos?
-Tuve un tiempo cuando me tuve que ir de Lanús a Atlanta en el que creí que iba a volverme a mi pueblo y a trabajar de otra cosa, te soy sincero. Fue duro bajar de categoría luego de un año y medio de lesiones, que venían una tras otra. Y me puse a pensar que por ahí no era para mí este camino. Que no me iba a tocar. De golpe, ese paso a Atlanta, donde yo no quería ir, fue clave para crecer. Ahí me hice jugador. Y hoy lo recuerdo con cariño, porque llegué hasta acá por esos días en los que me costaba todo más e incluso así me levantaba y ponía todo en cada momento de trabajo.
-¿Los peores momentos son los que te hacen crecer?
-Sí, seguro. Son los que te hacen tomar dimensión de los buenos momentos. Hoy que estoy acá donde quería estar y que me toca jugar por cosas importantes, me doy cuenta de lo que cuesta llegar hasta dar cada paso en una carrera.
-¿Qué hiciste bien para llegar acá?
-Fui feliz jugando de pibe con mis amigos. Éramos seis o siete locos jugando allá en Salto horas y horas y nos divertíamos. Nos preocupaba eso, solamente. Y, quieras o no, cuando te entregás así a la pelota es hermoso. Y después, me puse a trabajar. Fui aprendiendo y mejorando, porque uno crece desde el día que toca la pelota hasta que la abandona. No es lo mismo cuando debuté que ahora. El progreso fue constante. Hay momentos duros, claro, en los que si estás fuerte salís el doble de bien que antes.
-¿Qué aprendés todavía?
-Todos tenemos un don y por eso vamos progresando, pero vamos aprendiendo día a día. Yo llegué a Lanús a los 16 años y ni jugaba. Pasé el primer año medio de milagro, jugando poco. Casi me dejan libre. Y trabajé. Y progresé. Pero, por ejemplo, cuando debuté en Primera la zurda la tenía para apoyar: si le acertaba a la cancha era una suerte. Y ahora me animo a meter un pase o a intentar algo. En lo táctico y en lo estratégico también, fui creciendo y me doy cuenta de cosas que antes no pensaba o no percibía dentro de la cancha.
-¿En qué pensás cuando apoyás la cabeza en la almohada?
-En salir campeón con Boca. No debe haber nada más lindo que eso. Porque una cosa es llegar a un lugar y pasar desapercibido e irte sin llamar la atención. Y yo no quiero eso. No quiero llegar acá, a mi sueño, y pasar desapercibido. Porque a Boca llegan muchos, un montón, y no dejan una huella ni una marca. Y no quiero que eso me pase. Y después siempre está ahí la selección. No voy a perder esa ilusión hasta el día que me retire. Obvio que quiero jugar en equipos europeos, pero eso depende de tantas cosas que habrá que ver.
-¿Tu mayor sueño es dejar un recuerdo?
-Sí, eso es lo mejor que hay. Jugar por el orgullo y por quedar en la historia. Si conseguís eso y te das cuenta, el resto llega sólo. Yo juego para quedar en la historia, después hay cosas que uno puede conseguir por su cuenta, otras colectivas y otras que son simplemente del tiempo.