Dentro de dos semanas, cuando los atletas argentinos que participen en los Juegos Olímpicos de la Juventud dediquen sus alegrías deportivas a quienes dan sentido a sus vidas, los destinatarios serán recurrentes: padres, madres, hermanos, entrenadores. Pero Brian Arregui tendrá alguien más en quien pensar. “Me llenó la vida de amor. Es el amor de mi vida. Cada vez que estoy acá y pienso en ella la extraño un montón y por ahí me pongo mal. Que esté allá sólo con la madre y no esté con el padre me parte el corazón”, expone con ternura sobre Briana Jazmín, la luz que el mes pasado cumplió su primer año.

“Acá” es el CeNARD, donde llegó a principios de año para enfocarse en el mayor desafío que tendrá ahora en su carrera como boxeador: ser uno de los 141 deportistas que desde el 6 hasta el 18 de octubre soñarán en el máximo acontecimiento olímpico que alguna vez haya albergado este país. “Allá” es el municipio entrerriano de Villaguay, donde lo bancan, lo esperan y lo alientan Briana, Paola –su esposa– y Santino, el hijo de ella de 4 años. “Son chiquitas las criaturas, pero hay que saberlos llevar. Yo tampoco soy muy adulto, me estoy criando junto con ellos”, aporta Brian con una sonrisa desde la frescura de sus 18 años, edad tope para formar parte de la gran fiesta del olimpismo juvenil.

Brian –así, sin “a”; como Brian Castaño, uno de sus ídolos y el único pugilista argentino con título mundial vigente– no será el único padre o madre de la delegación nacional, también extendió su apellido Mirco Cuello, el otro joven argentino que será olímpico en boxeo en Buenos Aires 2018 (la tercera y última representante de nuestro país será Victoria Saputo). “Sí, somos los únicos. Somos filosos”, noquea con gracia. 

De estilo agresivo (“Me gusta la guerra a mí, no soy estilista, voy al tome y traiga nomás”), el joven que compite en la categoría hasta 69 kilos demostró no sólo tener chispa para las respuestas rápidas sino también valentía abajo del ring. Porque Paola es hija del ex boxeador Darío “Chanchito” Pérez, su entrenador de toda la vida y luego también su suegro. 

-¿Seguro que primero fue tu entrenador o ya era tu suegro?

-(Se ríe) Primero fue mi entrenador porque cuando empecé era chiquito, tenía 9 años. Yo había arrancado en otro gimnasio y después me cambié con él, que fue quien me formó. Cuando la conocí a Paola, no sabía que era su hija. La vi por primera vez en un festival de boxeo y desde ese momento me enamoré. Y cuando me enteré quién era, lo empecé a joder. Que estaba linda la hija, que me la presente. Llegó un momento que lo cansé tanto que ya no me daba bola, pero todo bien, no se enojaba. Después nos pusimos de novios, nunca le dije nada y se enteró solo (risas).

Mucho antes de que se convirtiera en el abuelo de la hija de su pupilo, Chanchito ya se había vuelto una persona muy importante para Brian. Se percibe en las verdades que él dispara como puños: “Mi papá falleció cuando yo era chiquito y desde que empecé a boxear él siempre fue como un padre para mí. Siempre estuvo pendiente de mí, de que no me falte nada en la parte deportiva ni en lo personal. Me llevaba de calladito y me compraba cosas para que yo entrene, para que coma. Eso lo valoro un montón”. 

-Con él en el rincón te podés quedar muy tranquilo entonces…

-Como boxeador me transmite lo malo que vivió para que yo no lo repita. Él dice “antes de que a vos te peguen, me van a tener que pegar a mí”. Siempre me cuidó y me va a seguir cuidando porque siempre voy a seguir con él. Cuando arranqué a entrenar, yo era así (hace el gesto con la mano de alguien que mide un metro de altura) y él me decía “yo te espero a vos nada más”. Y hasta el día de hoy se acuerda de eso. Creo que porque yo era muy responsable de chiquito, nunca faltaba, daba todo en los entrenamientos y siempre quería mejorar. Por eso siempre creyó en mí.

-¿Cómo fue tener que separarte de tu familia y mudarte al CeNARD?

-Antes de tener a mi hija ya sabía que tenía que venir a concentrar por los Juegos. Pero no me había dado cuenta hasta que llegó el momento. Me lo confirmaron 15 días antes de venir y me explotó la cabeza. Llegué y a los dos días me quería ir a la mierda, pero después me acostumbré. Me costó por mi hija. Ahora a Villaguay voy una vez al mes. Más allá de que allá tengo un muy buen entrenador, es un paso adelante estar acá. Por los técnicos, mis compañeros, los sparrings.

-¿Podrás ir a visitarlos antes de los Juegos Olímpicos?

-No, los veré después. Fui hace diez días porque le festejamos el primer cumpleaños a Briana. Ella nació el 18 de agosto del año pasado, pero justo para esa fecha yo estaba afuera. La verdad que cada vez que voy me dan más fuerzas para seguir. Mi familia está muy contenta por mí y por la nena. Siempre una criatura es una bendición, como siempre digo yo. Es la segunda nieta que tiene mi mamá y por ser de su hijo menor se le cae la baba. Allá estoy haciendo mi casa para vivir con Paola y los nenes, pero todavía no la pude terminar porque al estar acá se me complica, pero me falta poco. Sé que el año que viene si Dios quiere la termino. 

-¿Sos igual que cualquier pibe de 18 años?

-No tengo la mentalidad de un pibe de 18 años, me doy cuenta cuando estoy con los grandes. Con los pibes soy uno más, pero cuando tenés muchas responsabilidades o estás en la Selección, te cambia la mentalidad. Y yo soy muy responsable.

-¿Por eso sos el capitán de Los Pitbulls (N. de R.: la selección argentina juvenil de boxeo)?

-Sí, creo que me eligieron por ser responsable, pero soy uno más. Por ahí si mis compañeros tienen alguna incomodidad, me la dicen a mí y yo se la comento a los técnicos, pero nada más. No soy más que ellos.

-Entrenás varias horas todos los días, ¿cómo hacés para bancarte los gastos?

-Tengo una beca de Villaguay de 6.000 pesos por mes y acá otra de 5.000. De ahí le mando a Briana lo que necesita y me quedo con una parte para los gastos. Tengo la suerte de estar acá en el CeNARD y sólo tengo que ocuparme de entrenar porque el alojamiento y la comida los tengo pagos. Así que eso está bueno para seguir creciendo. 

-¿Cómo arrancaste a boxear?

-Mis primos son boxeadores y los iba a ver. Un día, el más chico de ellos me dijo “acompañame a entrenar”. No me llamaba la atención la verdad, pero me puse a saltar la soga, me gustó y me dieron ganas de empezar, pero mi mamá no me dejaba. Pasó un tiempito, mi hermano cumplió 15 años y le regalaron una moto. Y entonces le dije “bueno, ya que le regalaste la moto entonces dejame entrenar a mí”. No le quedó otra. Yo tenía 9 años. Ahí empecé y no paré más.

Brian lleva la mitad de su vida boxeando, pero eso no impidió que pudiera terminar la secundaria. Planea hacer el profesorado de Educación Física y continuar paso a paso su formación en el amateurismo antes de convertirse en profesional, aunque primero sabe que tendrá que transitar la experiencia olímpica. “Quiero que pase esto y después pensar con la cabeza fría. Ya estoy un poco aturdido de estar acá y de no estar con mi hija. Quiero disfrutar de estar con ella y después vemos para el año que viene”, sostiene con madurez. Mientras tanto, ya cosechó títulos internacionales en Estados Unidos, Montenegro y Bulgaria. Es por el rendimiento que alcanzó que tiene buenas chances de medalla en los Juegos Olímpicos de la Juventud.

-¿Qué pensás antes de subir al ring?

-Le pido a mi papá y a Diosito que me cuiden nomás. Es lo único. Arriba del ring subo y tiro todo. No me importa nada, pegame que te pego. Sólo deseo que no me lastimen, pero no es que vaya a regular para que no me lastimen, eh. Es para que mi vieja no sufra. Mira las peleas, pero sufre mucho, se pone muy nerviosa. Igual, ella siempre me dice que está feliz si estoy acá porque quiere que yo vaya por mi sueño.