La inflación en los supermercados de las últimas cuatro semanas escaló al record de 7,1 por ciento, más del doble de los aumentos registrados en agosto, cuando el indicador marcó 3,4 por ciento. Empresas de todos los rubros se lanzaron a una carrera de remarcaciones que provocó una caída en espejo de las ventas minoristas. El escenario de estanflación quedó configurado con pureza de manual. La evolución del último mes fue la siguiente: en la última semana de agosto la inflación fue del 0,81 por ciento; en la primera de septiembre, del 2,48; en la segunda, del 3,45, y en la tercera, del 3,29. Durante el período, las subas en alimentos secos se ubicaron en 5,9 por ciento, con aceites a la cabeza (9,8) y pastas en segundo lugar (8,8). En alimentos frescos la situación fue peor. El promedio del último mes llegó a 6,4 por ciento, liderado por pescados y mariscos (16,5), pastas (12,3), congelados (7,6) y productos de carnicería (6,8). El sacudón de precios en electrodomésticos fue del 10,3 por ciento, con fuerte incidencia de bienes importados. En artículos de limpieza el promedio de los ajustes fue del 8,9 por ciento (detergentes 13,9 y lavandinas 12,3). En bienes del hogar, del 8,5 (muebles de interior 42,4 y muebles de oficina 36,1). Finalmente, entre los rubros más destacados, el alza en textiles resultó del 4,0 por ciento (con la única baja de todo el muestreo, en calzados, del -0,1). El reporte del Centro de Estudios Económicos y Sociales Scalabrini Ortiz, que dirige el economista y columnista de este diario Andrés Asiain, refleja en qué terminan los planes de ajuste, endeudamiento y bicicleta financiera como el que ahora vuelve a lanzar el Gobierno de la mano del FMI.
El entusiasmo de las autoridades, economistas del mercado y la prensa militante por la baja del dólar de los últimos días, con una economía mutilada, pretende instalar la idea de un futuro reparador como si el presente no existiera. “A partir de acá vamos a ir bajando lentamente la inflación”, prometió ayer Mauricio Macri. Es una operación que busca naturalizar las consecuencias desastrosas del programa implementado desde diciembre de 2015. Como el Gobierno no identifica y mucho menos corrige los errores que llevaron a esta situación, los pronósticos sobre lo que viene son tan sombríos como los que se hicieron aquí cuando la experiencia neoliberal de los CEO arrancó hace casi tres años. Cuando los dólares de la nueva deuda con el Fondo Monetario se consuman por la fuga de capitales, que sigue habilitada, y la bicicleta del carry trade se interrumpa como ya ha ocurrido, otra vez estallarán el tipo de cambio y la inflación, en tanto que en el camino la recesión, el desempleo, la desigualdad social y la pérdida de derechos seguirán deteriorando la calidad de vida de las mayorías populares como ha ocurrido con intensidad desde que el Presidente bailó en el balcón. Eso siempre y cuando antes no vuelvan a pasar cosas, como dice el jefe de la Casa Rosada.
El índice de inflación en los supermercados del Ceso registra la evolución de 20 mil precios online desde las páginas de las principales cadenas en la Ciudad de Buenos Aires y el conurbano bonaerense. El 7,1 por ciento de aumento las últimas cuatro semanas no encuentra antecedentes en los últimos años. Para conocer el dato consolidado de septiembre habrá que esperar a que transcurra la última semana del mes. Pero la proyección de inflación a esta altura, ponderando las variaciones de precios según la canasta del Indec, junto con los incrementos de servicios e insumos básicos, oscila entre 7 y 7,5 por ciento. La consultora Elypsis, de los ex funcionarios macristas Eduardo Levy Yeyati y Luciano Cohan, también señaló esta semana que la inflación de septiembre tendrá un piso de 7 por ciento. A su vez, Consumidores Libres, que conduce el ex diputado Héctor Polino, advirtió que el seguimiento de precios de 38 productos de la canasta alimentaria se disparó 3,97 por ciento en la primera quincena del mes. Estos valores superan el peor momento de inflación del actual gobierno, en abril de 2016, cuando el IPC de la Ciudad de Buenos Aires arrojó una suba del 6,5 por ciento. El Indec en ese momento había producido un apagón informativo que impide conocer el dato del Estado nacional. Para encontrar un número peor hay que remontarse a la hiperinflación de 1990. Es decir que las políticas económicas del Gobierno condujeron a la inflación más alta en 28 años. El macrismo había prometido una solución al problema de los precios pero lo único que consiguió son marcas superiores a las que existían cuando tomó el poder: 41 por ciento en 2016 (índice CABA), 24,8 en 2017 (IPC nacional) y el gobierno proyecta 42 por ciento para este año. La devaluación fue un factor preponderante en 2016 y 2018, en tanto los tarifazos marcaron el ritmo en 2017.
La inconsistencia del programa económico no se altera por conseguir un adelantamiento de los desembolsos del crédito con el FMI y eventualmente un aumento de las partidas por 20.000 millones de dólares, hasta conformar un paquete inédito de 70.000 millones de dólares. Lo único que demuestra semejante auxilio financiero es el compromiso de Estados Unidos y el establishment internacional por sostener a un gobierno que abre la economía a las importaciones y se presta a la libre circulación de capitales especulativos. Resulta claro que entre los ganadores del modelo aparecen los intereses corporativos de los países prestamistas, quienes a través del endeudamiento masivo del Estado se quedaron con la última palabra sobre lo que se puede hacer y lo que no en política económica. Es decir que el gobierno resigna la soberanía nacional en la toma de decisiones para imponer un plan que mantiene al país en el subdesarrollo, en beneficio de quienes le dan oxígeno con aportes de divisas. El ajuste en ciencia y tecnología, educación, la eliminación de programas y créditos para la industria, la jibarización del INTI, entre otros ejemplos, ilustran sobre el camino emprendido. Es un mensaje al mismo tiempo al resto de la región, que ha dejado de lado por la misma dinámica los intentos de integración productiva y política, al punto que del Mercosur lo único que queda es poco más que un lejano recuerdo. Otro factor relevante es la continuidad de la dependencia en el tiempo y la amenaza latente de graves consecuencias cuando el esquema finalmente caiga por su propio peso, como demostró el default tras el proceso neoliberal del menemismo y la Alianza. Sobre el punto es importante puntualizar que varios de los actores económicos y hasta los personajes políticos son los mismos entonces y ahora, lejos de los “70 años de populismo” con que pretende confundir el oficialismo.
Que el Gobierno gane eventualmente tiempo con más dólares del FMI y en el mejor de los casos, según las aspiraciones de Cambiemos y de Estados Unidos, tenga expectativas de sostenerse en el poder después de 2019, llevó al colega Fernando Krakowiak a identificar puntos de contacto entre la situación actual y lo que fue el origen del Plan Primavera en agosto de 1988, al final del gobierno de Raúl Alfonsín. Por supuesto que existen enormes diferencias de contexto económico, político y geopolítico en la situación actual respecto de aquel momento. Pero valga como juego recordar lo que dice Wikipedia sobre aquella experiencia: “El Plan Primavera fue un plan económico ortodoxo que intentó estabilizar la economía argentina. Fue concebido con el propósito de evitar el estallido hiperinflacionario antes de la elección presidencial de mayo de 1989. Su única meta residía en la remota posibilidad de una reversión de las encuestas preelectorales a favor del candidato radical”. Aquel intento tan aventurado como inviable se estrelló el 6 de febrero de 1989, cuando José Luis Machinea desde el Banco Central sucumbió a los embates de los mercados financieros y concedió la devaluación del Austral, desencadenando la híper. El plan duró seis meses.