Seguramente nadie conoce nunca al otro realmente pero hay que confiar de algún modo y respetar las lagunas de silencio. Callar no necesariamente significa ocultar algo: la intimidad también es parte de la necesidad del olvido. Muchas veces nos construimos una imagen propia del otro y pretendemos verlo comportarse tal cual lo hemos imaginado para finalmente, hacer un uso despótico de la decepción. Y también está el temor a preguntar. Hay que hacer algo después con lo que se sabe. Además, el que confiesa puede exigir otra confesión para no sentirse en desventaja. Un intercambio de historias íntimas puede provocar la ilusión de conocer más al otro. Hay gente buena, y otros incapaces de hacer el mal. Y son las víctimas de los verdaderamente peligrosos, los manipuladores sin culpa, o peor,los que han degenerado su perversión en una ideología sin contradicciones porque creen que hubo una derrota que sobrevino en persecución, un revanchismo más que búsqueda de justicia, a los patriotas que eran ellos. Estos son algunos de los temas que aborda Hernán Ronsino en Cameron, su nueva novela; y logra abordar esta multiplicidad de ejes por medio de un trabajo exhaustivo en la construcción de sus personajes, una precisión de mecanismo de relojería en la trama y, sobre todo, una capacidad estilística realmente notable para hacer confluir tensiones de clima con ambigüedad de sentidos.
En un pueblo que podría ser muchos y ninguno al mismo tiempo, un lugar de río y nevadas patagónicas, Julio Cameron tiene lo que, en principio, podría definirse como una existencia solitaria, apartada del mundanal ruido pero atenta a los cuidados de Mita, una mujer que lo abandona durante la época de invierno y con quien mantiene una relación extraña. Dura poco la empatía que se pueda generar con el viejo Cameron; su deambular lento y nocturno por la casa, su introspección donde habitan recuerdos que se convierten en diálogos consigo mismo, lentamente van mostrando signos de algo más que una misantropía profunda; pero no resulta tan sencillo definirlo hasta que Ronsino hace de ese narrador en primera persona una construcción de la conciencia del personaje: habitar la mente de Cameron es al mismo tiempo entrar en su juego de representaciones, mentiras y manipulación, verdades dichas a medias y hasta deseos inconfesables que hay que desarticular a partir de sus desvaríos por culpa de la fiebre. “Me gusta seguir a la gente. Inteligencia y preservación, así se dice. Hay deseos que no se pueden olvidar”. A Cameron se le viene encima toda clase de recuerdos, conocidos de otras épocas donde solía apostar fuerte, su participación de adolescente junto a otros amigos en la construcción del Puente de Hierro, noches en un Club de Jazz donde solía beber whisky y escuchar cantar a Elda Cook; la vez que un tal Silverio, habitué del Club, un hombre raro que trabaja en una radio anunciando publicidad y recitando poesía, le confesó algo que le generaba mucha vergüenza, entre muchos otros. Pero sin dudas el más importante es el regreso de Pajarito Lernú (los lectores recordarán su muerte en Lumbre) que más que desplegar el mapa literario de Ronsino actúa dentro de la novela para dividir los planos narrativos. “Parece que duermo catorce horas. Despierto de madrugada en una habitación oscura que desconozco. Tengo un acto reflejo, como se dice. Intentar pararme pero cuando lo hago confirmo una sensación que todo mi cuerpo me comunicaba de distintas formas: me falta la pierna ortopédica. Recuerdo entonces a Pajarito Lernú. Porque fue Pajarito, para cagarlos”.
A partir de este momento la trama de Cameron le hace guiños al policial pero no termina nunca de constituirse en ese género porque a Ronsino le interesa otra zona. Esta vuelta de turca constituirá lo más original de la novela. Algo hizo Julio Cameron y le hicieron, está prófugo de la justicia y la fiscal Feldman está empeñada en encontrarlo. El viejo Cameron ha logrado engañar a un hombre bueno, Orsini, que lo esconde en su casa. Confía en su relato y lo mantendrá a salvo todo el tiempo que pueda. Incluso le da una medicación para sus dolores y la fiebre. La consecuencia es uno de los momentos más reveladores y mejor logrados: Cameron entra en una especie de delirio donde lo onírico se mezcla con el inconsciente para mostrar lo más oscuro y abyecto que esconde en su interior. Ahora solo resta saber en qué circunstancia Cameron perdió una pierna y de qué manera Pajarito Lernú es parte de la coartada. “Malebranche, mi abogado, cuando consiguió la domiciliaria trató por todos los medios de convencer a dos policías para que me pusieran la tobillera en la ortopédica”, le dirá Cameron a Orsini que ha logrado por medio de la tecnología, ubicar los distintos recorridos que esta haciendo la pierna ortopédica para desorientar a la policía. Sólo que Orsini, al igual que el lector, no sabrá hasta el final quién fue verdaderamente Cameron antes de convertirse en la mano de obra desocupada de la última dictadura cívico militar.