Durante una de las sesiones de debate en el Senado por la legalización del aborto en Argentina, tuvimos que escuchar de boca de un médico, que el virus del sida traspasaba la porcelana, en un intento por desalentar el uso del preservativo. Si bien toda la comunidad científica nacional e internacional hizo sentir su repudio, lo cierto es que hay una falta de políticas públicas y un vacío de información por parte del Estado respecto del VIH que se viene agravando con los años. Y esto no solo sucede en nuestro país. Durante el último congreso internacional sobre SIDA en Ámsterdam, se hizo un llamado urgente a los Gobiernos para que aporten más fondos, de lo contrario no se podría acabar con la epidemia en 2030 –como está previsto– ni cumplir en 2020 con el objetivo 90-90-90 (que el 90% de los portadores del virus conozca su condición, el 90% de ellos la trate y, de estos, el 90% tenga una carga viral ínfima que impida su transmisión). 

En este contexto, Positivo: Crónicas con VIH de Pablo Pérez, aparece como un libro insoslayable. La edición recopila las columnas que Pérez escribió en el suplemento Soy de Página 12, el único en el mundo que sale en un diario de tirada nacional dedicado a temas de diversidad sexual. Las columnas, tan breves como contundentes, a la vez que funcionan como la mejor ficción, informan, barren con prejuicios, crean conciencia y sobre todo, genera empatía con la población portadora de HIV. A través del libro de Pérez entramos en la intimidad sin filtro de cada una de las personas protagonistas de los relatos –reales y nombradas con inicial para preservar su identidad– que diariamente deben lidiar con su enfermedad. Desde el peregrinar para conseguir la medicación, convivir con sus efectos secundarios, pasando por la estigmatización diaria, hasta las situaciones familiares, la convivencia y el amor. 

“Es gracioso, porque al referirnos a nuestra condición de portador de VIH decimos ´soy positivo´ y, a mi entender, después de 20 años de convivir con el virus, puedo decir que fue esa la actitud que me salvó”, dice Pérez. Y lo cierto es que el humor y una mirada aguda pero libre de sentimentalismo y autocompasión logran que cada capítulo del libro resulte en igual dosis, una historia emotiva y cargada de información en partes iguales. Podemos encontrar pasajes de humor (aunque siempre en el fondo sus personajes están desesperados): “Recitó mentalmente su nuevo mantra para salir de la calentura, “Lita de Lázzari, Lita de Lázzari…” dijo mientras se imaginaba a la ecónoma ama de casa en bolas apretando entre los dedos una palta para ver si estaba madura… Funcionó, la erección bajó”. Y otros, que resultan más eficaces que cualquier folleto informativo crudo y duro. En ellos aprendemos que la sífilis incrementa la probabilidad de adquirir y transmitir el VIH y en pacientes inmunodeprimidos puede evolucionar más rápido y traer complicaciones serias. También, que un grupo de investigadores españoles y franceses están investigando sobre una vacuna para seropositivos que permitiría a esta población “descansar” de la terapia farmacológica por lapsos de 5 a 10 años. O (y esto va para el doctor Albino) que usar preservativo previene de la hepatitis C para la cual no hay vacuna. De hecho, en EEUU hay más muertes por hepatitis C que por VIH. En medio de las historias de Positivo, también se cuentan fiestas llamadas barebackers (sexo a pelo o sin protección) de seropositivos; y las “ruleta rusa” entre seronegativos que buscan infectarse (bug chasers) y los seropositivos dispuestos a infectarlos (gift givers). Lo que deja claro que más allá de las conductas autodestructivas que puede tener cada sujeto –conductas que no sólo se observan en portadores de VIH sino que son inherentes al ser humano–, lo que provoca la muerte, también es la desinformación y un estado ausente.  

Positivo levanta además una bandera por el hospital público, dedicando capítulos enteros dando detalles de personas, médicos, servicios de diferentes centros de atención que funcionan como una muestra del valor irremplazable que tiene la atención pública de la salud. Resalta no sólo la idoneidad de los médicos (uno de ellos, el Dr. Rizzo es entrevistado al final del libro), sino la atención y la calidez humana: una recepcionista que se dirige a los pacientes con un “buen día mami”, o “por supuesto hija”. O ese proctólogo simpático, y con una actitud amigable que se presenta así: “Todos mis pacientes se llaman René, permitime antes de empezar, darte una pequeña clase”.  

Por todo esto, vale la pena ser reiterativos: Positivo, es un libro emocionante y necesario.