“Tardé unos meses en comprarlo y cuando lo compré no pude pagar más las clases”. No sin ironía Julio Coviello está contando de cómo se hizo de su instrumento: el bandoneón. Ese que agarró a los tempranos dieciséis y nunca más soltó.
Los Coviello –cierta tradición obrera en la familia, trabajadores del cuero; él nació en un sanatorio de la UOM y ahora vive en Boedo, el mismo barrio de crianza de sus padres– no eran muy tangueros. Cinco hermanos, algunos de ellos bateristas: ésa era la música más a mano. Ésa y la que ahora recuerda: “Toda la década del noventa fue el discurso de la globalización, la cultura global y bla bla. Un poco como respuesta a eso, como el adolescente revolucionario que se suele ser a esa edad, mi intención era tomar un lenguaje propio. Y fue el tango. Escuchaba Rivero, Sosa, Tita Merello, Pugliese. En la radio siempre aparecía Larrea y te ponía un tango. Es esa presencia de tango que aunque no lo busques, está”.
Pero antes, una demora en la compra de aquel fueye: “Les dije a todos que estaba buscando uno. Era monotemático, insistente con eso. Y un amigo de una amiga de una tía en Vedia vendía uno. Un tal Zabaleta, director de la Orquesta de Vedia. No tenía toda la plata así que pusimos trescientos pesos y el resto en cuotas. Y es el bandoneón con el que toqué toda mi carrera y aún suelo tocarlo. El mismo comisionista que lo trajo era el que venía a cobrar las cuotas”. Entonces: un changarín perdido cruza parte de la pampa bonaerense llevando un bandoneón y mientras el país se incendia –pleno 2001–, mes a mes, vuelve a la casa del pibe Coviello a cobrar la cuota del instrumento: el tango del siglo XXI también está hecho de esas historias mínimas.
Del secundario salió como eyectado hacia dos lugares: al Conservatorio Manuel de Falla –donde se recibió– y a una de las orquestas que conformaban La Máquina Tanguera, un colectivo de distintas orquestas-escuelas desde la cual, al poco tiempo, en 2002, se incorporó a la Orquesta Típica Fernández Fierro. “Recién habían grabado cuando empecé a tocar con ellos. Antes de hacer la primera gira a Europa, antes de fundar el CAFF, antes de ir a tocar a la calle. Laburamos un montón. Fue un crecimiento para todos. Imaginate una convivencia de catorce personas durante tantos años. No sólo personas, ¡músicos! Más explícito no puedo ser. Catorce años está bien, ¿o no?” Apenas un poco antes de dejar la Fernández Fierro armó un conjunto bajo su propia rúbrica. Ciertas búsquedas, ganas de sintetizar un poco. Así, el Cuarteto Coviello editó 14 (2010) y Llegaron (2013). Allí, en ambos discos, el trazo instrumental convive con cierta cancionística. Y las composiciones nuevas con arreglos propios de clásicos. Y Guerrero, el propio Coviello, Alejandro Bordas, Hernán Cabrera, Alejandro Guyot, Nicolás di Lorenzo con Piazzolla, Homero Manzi, Piana, Zitarrosa e Idea Vilariño, un anónimo mapuche, Troilo y Cadícamo: “Quería escribir mis tangos más libremente y armar un grupo donde la dinámica fuera que todos escribieran y compusieran. Cierta obsesión de que todos participaran pero sin quitarme, sin aparentar que no hay director. Siempre pensé que el trabajo en grupo y en cooperativa era y es lo más productivo, lo más innovador. Lo que se le ocurra a varios va a ser mucho más rico que lo que se le ocurra a uno solo”.
Y aquel Cuarteto, entre idas y venidas de integrantes, llegó a convertirse en lo que es la actual criatura sonora y tanguera de Coviello: el trío Cañón, con el que hacia fines de 2017 editaron, después de tres años de laburo y pulido sonoro, su primer trabajo: Brujos. Aquí, esos matices que ya estaban presentes en los discos del Cuarteto ahora están todavía más asentados –y acentuados–: la yumba como marca, un sonido potente, cargado, aún a pesar de la austeridad que puede sugerir su instrumentación (además del bandoneón de Coviello, Nicolás di Lorenzo en piano y bombo y Mariano Bustos en contrabajo). “Síntesis. La propuesta sonora es bastante llena e intensa. No buscamos climas muy íntimos. Sino que cuando aprieta, aprieta” comenta. Vale rescatar, por ejemplo, las piezas “Fiera” o “Telarañas”, donde esa tríada sonora apunta directamente a la quijada; “Caída libre” y “Tiempo catarata” donde se cargan dos bellísimas letras de Guyot y di Lorenzo respectivamente; “Duerme”, casi una canción de cuna en clave de milonga que cierra el disco o una personalísima y gran versión de “Porque hoy nací” (Manal). “Ellos fueron como una inauguración. Esa poética urbana que nos llega y nos hermana con el tango, ¿no? Y ese concepto de los nacimientos constantes. Ante todo derrumbe se sigue naciendo. Somos músicos y somos lo que escuchamos. Más allá de que uno, con su criterio artístico, pueda elegir un género musical”. Y allí, en medio de una parla mandada y encendida –aunque, con todo, tiene un decir cansino, a su tiempo–, agrega: “Música ciudadana, música argentina, a mí me gusta decir que es tango. Tango es Gardel y D´Arienzo. Pugliese y Piazzolla. No le inventamos palabras nuevas, cada uno hace su visión. Una música de ciudad, cosmopolita, contestataria muchas veces. Filosófica. Es un abanico amplio. También hay frívolos. Jorge Alorsa fue el primero de los que empezó a escribir tangos nuevos con ese peso existencial. Nosotros estábamos haciendo instrumentales y el ya estaba con veinte temas nuevos en la carpeta de Sadaic”.
De alguna manera Coviello ha juntado las puntas de dos extremos: en sus inicios formó parte de la Fierro y ahora –desde principios de este año– forma parte del Cuarteto Cedrón. “¡Sí Tata, sí!” dice que fue toda su respuesta ante la invitación de Cedrón. Y cuenta: “Se aprende un montón. Vas descubriendo su obra, inabarcable. El está en una idea de buscar lo más sencillo. A la raíz, a la melodía. Es toda una concepción. Trae canciones nuevas todas las semanas, no para. Lo conozco hace muchos años. Le confesé que el cassette grabado que tengo de su disco con Tuñón lo gasté. Me llamó desde Francia. Me dijo: ´tocá un mes así me das tiempo de buscar otro porque sé que estás muy ocupado´. Me conquistó”. Por si fuera poco: mantiene un dúo junto a Edgardo Lorenzo, forma parte de Derrotas Cadenas –comandando por el violinista Bruno Giuntini–, participa y organiza una milonga todos los martes en Vuela el Pez. “La historia del tango se escribió por una convicción estética, artística de una música que sea una identidad. Un lenguaje que te represente. Por más que no sea masivo, es algo muy valioso. Entonces, ¿por qué insistir con el tango? Porque tiene que estar. No es la única música que escucho, pero algunos músicos tenemos que seguir escribiendo y haciendo tangos”.
Con todo lo andado y andando: el tango siempre encima, entre dos manos.