Todo transeúnte de Buenos Aires debe haber reparado en la repentina aparición de miles de ciclistas munidos de enormes mochilas generalmente cuadradas, algunos con uniformes al tono. Trabajan en dos empresas de “multidelivery on-demand”, Glovo y Rappi, llegadas en los últimos meses al país. Su particularidad es el uso de una aplicación de celular para gestionar los envíos. La facilidad y las pocas exigencias para sumarse a las empresas atrajeron a numerosos jóvenes. Es entendible: distintos organizaciones calculan que la desocupación en la franja de los 16 a los 24 años se arrimaba al 25 por ciento en Argentina en 2017 y aproximadamente el 40 por ciento de los desempleados totales son de esa franja etaria. Estas empresas promocionan que alcanza con una bicicleta y un celular para devenir emprendedor.
Detrás de las app
Los defensores de negocios basados en aplicaciones (Uber como ejemplo paradigmático) suelen descartar las críticas: solo se trata de una aplicación. Desde su punto de vista, enfrentar un futuro que llega para simplificar todo es retrógrado. Del otro lado contestan que el problema no es la aplicación, sino el modelo de negocios que sostiene. ¿Qué tipo de relación encierra ese código?
Glovo, fundado en 2015 en Barcelona, desembarcó en el país en febrero de este año con un modelo flexible: tiene convenios con múltiples negocios a los que ofrece vender online sin lidiar con la logística. Quien reparte los pedidos es denominado Glover; en su sitio se lo describe como “una persona que quiere ayudar a ahorrar mucho tiempo mientras hacen sus vidas más fáciles en el camino. Los Glovers regalan tiempo y sonrisas para emitir buenas vibraciones y alegría”. No queda claro, entre otras cosas, cuál es la relación que lo une a la empresa. Para ser admitidos, los ciclistas de amarillo deben completar un formulario, asistir a un centro y en “24 hs. estarán trabajando”. Según se explica, una de las ventajas es que el Glover trabaja “como autónomo con total libertad”. Los Glovers cobran por kilómetro y también por la espera.
La otra empresa recién aterrizada es Rappi. De capitales colombianos, ofrece distribuir todo tipo de productos de variados proveedores e incluye la opción “Lo que sea”: hay que indicar qué, de dónde y ellos lo pagaran, si es necesario, para llevarlo al cliente. Para trabajar solo piden el DNI o una residencia precaria, un formulario, un CBU para los pagos y, más recientemente, el monotributo. En el sitio ofrecen al nuevo Rappi ser su “propio jefe” en una “comunidad llena de pasión, y con un gran sentido de responsabilidad por hacer feliz a cada usuario, ayudándolo con lo que necesita”. Matías Casoy, el general manager en Argentina explicaba en una entrevista que “Los repartidores no son empleados: nos gusta llamarlos “microempresarios que disponen de su tiempo”. El trabajo en el tecno-paraíso neoliberal ofrece la realización personal en un mundo sin conflictos en lugar de seguro médico, aguinaldo u otros derechos laborales.
Pese a tan idílico vínculo, Rappi registró varios titulares en los medios gracias a la huelga de los “microempresarios” que hicieron varios reclamos: no se les pagaban las esperas (muchas veces extendidas por problemas en el sistema), bloqueos de la aplicación por rechazar un envío inconveniente y engaños con los kilómetros a recorrer (PáginaI12 le dedicó varias notas al tema en los últimos meses).
Una de las particularidades de esta nueva modalidad de “trabajo” es que, al estar mediada por una aplicación, las condiciones se modifican con un simple “update”. Un trabajador de Rappi, que prefiere el anonimato, resume el conflicto para Cash: “Cuando actualizaron la app en julio ya no pudimos elegir el viaje que queríamos hacer. Nos llegaba y lo teníamos que tomar. Si no lo hacíamos, nos bloqueaban”. Según cuenta, al principio la app ofrece pedidos razonables para los 35 pesos que paga: de esa manera conquista a los nuevos empleados que ven una esperanza y se aferran a ella. “Lo que pasa es que suman gente todo el tiempo y al que se queja lo bloquean. Después de la protesta bloquearon a uno de los que convocó y los otros se asustaron. Muchos son profesionales venezolanos pero no les reconocen el título en Argentina y no tienen opción”. Casoy reconoció a la prensa que un pequeño grupo se manifestó, lo escucharon, pero negó que existieran castigos para los Rappi que rechazan trabajos.
Microempresarios
Las aplicaciones median cada vez más relaciones sociales: la amistad, el amor, las compras, la interacción con los vecinos. Parece un proceso natural mejorado por la tecnología, que deja una sensación de abundancia disponible. Pocos notan que en su arquitectura misma están embebidos los objetivos de la empresa: generar atención, extraer datos o, como en este caso, encubrir una relación laboral como si fuera un “feature” técnico. La supuesta meritocracia, ciega a las condiciones iniciales, culpabiliza al que no tiene éxito: es por esa fisura por la que, paradójicamente se cuelan nuevas formas de explotación. Jóvenes sin experiencia laboral ni alternativas, acicateados por el discurso “emprendedor” y posiblemente deslumbrados en un principio por el “trabajo líquido” (parafraseando a Zygmunt Bauman) se sienten atraídos por una libertad que se parece mucho a la ley de la selva.