La llegada de Mauricio Macri y Cambiemos a la presidencia; el negacionismo que retomaron algunos de sus funcionarios y que algunas figuras del progresismo no rechazaron; conceptos, divisiones y algunos otros errores no forzados del campo popular son, según el investigador del Conicet especializado en genocidio y procesos de memoria y representaciones Daniel Feierstein, piezas de lo que él bautizó la Teoría de los dos demonios recargada. El detalle de qué rol cumple cada una en la configuración de ésta, de los argumentos que la sostienen y de las propuestas que pone sobre la mesa para poder superarla es la carnadura completa de su más reciente libro, Los dos demonios (recargados) –Marea– y el eje de esta entrevista en la que advirtió su consecuencia más peligrosa: “Si la Teoría de los dos demonios recargada gana la disputa, entonces cualquier acción en el presente es intencionalmente distorsionada para homologarla y así justificar la represión”.
–¿Cuáles son los argumentos sobre los que se monta la teoría de los dos demonios recargada?
–Sus argumentos centrales son los de la teoría de los dos demonios original, pero reconfigurados. Hay una cuestión de base de los dos demonios que es la ajenización de la sociedad. En la original, los dos “demonios”, los militares por un lado, la insurgencia por otro, quedaban por fuera de la sociedad. En su versión recargada, es el objetivo: si antes buscaba legitimar el juzgamiento de los genocidas, en la nueva versión está en función de demonizar la violencia insurgente. Plantear que ya hubo suficiente trabajo sobre la violencia militar y que ya es hora de mirar y criticar y llevar un proceso de demonización de las organizaciones del campo popular con el objetivo de legitimar la represión en la actualidad. Es la primera vez que veo que los intentos de los cómplices de los genocidas por ganar la disputa por el sentido común acerca de lo que nos pasó en los 70 comienzan a tener éxito y entonces creí necesario salir a confrontar con esto con mucha fuerza, algo cuya gravedad no estamos registrando. Una cosa es que un Gobierno tome una medida determinada que implique un retroceso; otra es que haya grandes sectores de la población que comiencen a avalar prácticas represivas.
–¿En qué sectores de la sociedad la ve fortalecerse?
–En gran parte de la opinión pública. Lo podés ver en los medios de comunicación, en ciertos sectores progresistas, en las escuelas, hasta, y esto es lo que más me preocupa, en la generación más joven. Chicos de 17, 18, 20 años, que no han vivido todo el período previo, se encuentran por un lado con el discurso de los organismos de derechos humanos, el del último momento del kirchnerismo, muy cerrado en sí mismo, que da por sentadas determinadas cuestiones sin abrirlas a la discusión, y con otro que les plantea una memoria completa, la necesidad de ver “lo que te ocultan”. Es lógico que cualquier joven contrahegemónico aunque sea se pregunte si no será cierto que hay cosas que “no se dicen”.
–En el libro señala que en la versión recargada se equiparan víctimas...
–Los dos demonios recargada aprende mucho de los procedimientos del campo popular de desarrollo de la memoria, aún con sus errores. Por ejemplo, el de la elección de aquellas figuras con menos involucramiento en las luchas sociales como víctimas, que fue parodiado en espejo por la Teoría recargada al seleccionar a, entre comillas, víctimas de la violencia insurgente que no estuvieran involucradas en el proceso represivo: el caso Larrabure, el caso Rucci.
–Recientemente la Cámara rechazó la reapertura de la investigación sobre el caso Larrabure...
–Claro, por que el sentido sobre estos hechos es una cuestión de disputa que se da en lo profundo de la sociedad. El fallo demuestra que la Teoría de los dos demonios recargada no es un plan elaborado desde arriba que viene decantando. No es que hay una voluntad general en el Poder Judicial ni en el Poder Ejecutivo de implementarla, sino una cantidad de fracciones operando por abajo para potenciar esta transformación. Esta es la disputa que se está dando y va a avanzar en la medida en que ganen la batalla por el sentido común. Lo cual no significa que ya hayamos sido derrotados, la marcha en repudio del 2X1 demostró justamente que está en pleno desarrollo. Lo que me preocupa es que por primera vez veo que existe la posibilidad de perderla. En cuanto a la reacción social, veo que está fracturada. hay algunas cuestiones que se han ganado y otras que son más difícil de sostener. Lo que se ganó, por ejemplo, la legitimidad de la necesidad de juzgamiento, la condena a la impunidad. La batalla por la equiparación de las prácticas a partir de las violencias está más difícil. En parte, por un error en el que ha caído gran parte del campo popular, y el académico ni hablar, en llamar con el mismo término a prácticas evidentemente distintas.
–Plantea la llegada de Cambiemos a la presidencia como uno de los elementos que posibilitan la instalación de la teoría de los dos demonios recargada. ¿Qué otros lo hacen?
–Hay algunos de orden político y otros de orden conceptual, muchos cometidos por el propio campo popular, los “errores no forzados”. De las cuestiones de orden político, la más grave es haber, tanto desde sectores kirchneristas como desde antikirchneristas, sectorizado o partidizado una lucha que era transversal. En 2006 se quiebra la marcha en conmemoración del 24 de marzo, pero este quiebre se marca con mucha más fuerza en 2010. La derrota a la impunidad fue y es una política de Estado que atraviesa muy distintas ideologías. Cuando eso se concibe como una conquista, por plantearlo en lenguaje kirchnerista, de Néstor y Cristina, esto genera la recuperación de los dos demonios recargados como parte del discurso antikirchnerista. Si los juicios a los genocidas es kirchnerismo, entonces, cualquier mirada antikirchnerista debe plantearse contra ellos. Del mismo modo ocurrió con aquellos que cuestionaron al kirchnerismo y que no pudieron asumir esas conquistas colectivas como propias. Las miradas no kirchneristas no pudieron separar al proceso de juzgamiento de los genocidas de las críticas al kirchnerismo. Y la verdad es que, con todos sus problemas, la experiencia argentina es única en el mundo, es la que ha llegado más lejos. En 2011 no hubo candidato que se anime a criticar a los juicios. En 2015 la crítica empieza a aparecer en medios de comunicación y en los planteos de algunos partidos políticos, tibios, para diferenciarse del kirchnerismo. Aquí hubo un problema de todo el arco político de corte popular.
–¿Y en cuanto a lo conceptual?
–No haber reparado en la importancia en los modos de representar el pasado habilitó que los modos más instalados hegemónicamente coincidieran en el uso de algunos conceptos que nos hacen entrar desarmados a la discusión. El más provocativo que señalo en el libro porque es el más instalado socialmente es el del “terrorismo de Estado” porque nos lleva directamente a la dualidad. Deja regalada la pregunta al otro: ¿y qué pasa con el otro terrorismo? Pero además, los argumentos nos encierran. Si el de la insurgencia no fue terrorismo porque su violencia no fue indiscriminada, el del Estado tampoco lo fue. Y si el Estado fue terrorista porque aplicó acciones que generaron terror en la sociedad, eso es tan subjetivo que cualquier otro podrá plantear que la insurgencia también lo hizo. Y entonces, ¿cómo discutir si el asesinato de Rucci no generó terror en la sociedad? Por eso, uno de los mayores aciertos del término genocidio, con el que se ganaron varias batallas judiciales, es el de quebrar esa dualidad. No hay nada equiparable a genocidio. El otro concepto que nos mete en la trampa de los dos demonios recargada es el de “violencia política”. Los referentes de la versión recargada de los dos demonios usan esa homologación para equiparar protestas y resistencias populares de la actualidad, como las movilizaciones contra la reforma previsional de diciembre pasado, con la insurgencia de los 70. En ese sentido, preocupa porque se da en el marco de un Gobierno que busca relegitimar la represión. Siempre que estamos discutiendo sobre el pasado es para generar consecuencias en el presente.
–¿La relegitimación de la represión es una de esas consecuencias? ¿Para qué?
–Si se logra justificar la violencia genocida como respuesta a la supuesta violencia insurgente, terrorista, que se dio en un contexto de violencia política, si esta explicación gana la disputa, entonces cualquier acción en el presente es intencionalmente distorsionada para homologarla y así justificar la represión. Hay distorsión porque no hay en el presente argentino ninguna organización política que proponga la lucha armada. Yo creo que lo hacen porque se está llegando a una situación de transferencia de ingresos desde los sectores populares como la del 2001, pero lo que se quiere evitar es la respuesta popular, no la quieren tolerar. Por eso esta disputa de sentido sobre los 70 no es propia del sector académico ni del campo de los estudios sobre la memoria. Sino que tiene que ver con cómo vamos a posicionarnos con respecto a lo que sucede hoy.