Después de 4.323 días en la cárcel, José Mujica, dirigente tupamaro y futuro presidente de Uruguay, sale en libertad. En sus brazos, lleva una pelela convertida en maceta en la que empieza a crecer una plantita, sembrada en ella cuando, sobre el final de sus días en prisión, ya no tuvo que usarla para hacer sus necesidades.
Es un símbolo que sintetiza todo: una pelela de la que nacen brotes verdes, y una vida que vuelve a empezar.
Junto a él son liberados Eleuterio Fernández Huidobro y Mauricio Rosencof, que años después serían funcionarios de su gobierno, sus dos compañeros de “La noche de 12 años”, título de la película que retrata la vida y la muerte en las prisiones uruguayas, pero que podría ser la vida y la muerte en cualquiera de las cárceles de todas las dictaduras militares.
Pocas guerrillas en América Latina tuvieron tanta prensa como la guerrilla tupamara. Sus acciones despertaban la simpatía de muchos. Aun de los que no apoyaban la lucha armada o el ideario político del Movimiento de Liberación Nacional (MLN), que fue fundado por Raúl Sendic en el año 1961.
La actividad de la organización fue corta, ya que las fuerzas represivas lograron desarticularla y matar o encarcelar a todos sus dirigentes antes de tomar el poder en Uruguay con el golpe cívico militar de 1973, que contó con el apoyo y la complicidad de Juan María Bordaberry, presidente que sucedió a Jorge Pacheco Areco en marzo de 1972.
El accionar tupamaro en un país pequeño, con solo tres millones de habitantes, sus operativos audaces, sorpresivos y espectaculares, su ingeniosa propaganda política, el sonido de su nombre que recordaba las luchas de Tupac Amaru, la casi ausencia de víctimas fatales en sus acciones armadas, el carisma, la trayectoria y el prestigio militante de sus líderes, hombres y mujeres, despertaron la curiosidad y el apoyo de un variado espectro político en todo el mundo.
La espectacular fuga del Penal de Punta Carretas, donde 111 guerrilleros se fueron a través de un túnel el 6 de setiembre de 1971, sin disparar un solo tiro, ocupó las tapas de los diarios e hizo temblar los cimientos del gobierno de Pacheco Areco.
Los tres protagonistas de la película la recordaron en un reportaje en este diario cuando se cumplieron 40 años del gran escape. José Mujica y el “Ñato” Fernández Huidobro recobraron su libertad saliendo por el famoso túnel, cavado en las narices de la represión. Mauricio Rosencof, uno de los cerebros de la fuga, los esperaba afuera. Cuenta divertido Rosencof que cuando le preguntaron a Raúl Sendic cuántos debían escapar su respuesta fue cortita: “Todos”.
La toma de Pando, un pueblo cercano a Montevideo, y el secuestro de Dan Mitrione, un agente de la Cía camuflado de funcionario diplomático, fueron otros de los espectaculares operativos de los Tupamaros: en este último hecho basó Costa Gavras su film “Estado de Sitio”, que batió records de recaudación y premios en los principales festivales del mundo. La estrella de cinco puntas con la T en el medio, símbolo de la organización, brillaba y se multiplicaba en las paredes uruguayas.
El ascenso fue rápido, pero la desviación militarista los llevó también a una rápida derrota. Mientras en la Argentina crecían y se fortalecían organizaciones armadas que habían nacido de su ejemplo, los Tupamaros eran perseguidos y diezmados.
La muerte, la tortura y la cárcel fue el destino de sus dirigentes y militantes. Entre los detenidos estaban Mujica, Huidobro y Rosencof, que en “La noche de 12 años” son encarnados por el actor español Antonio de la Torre, el uruguayo Alfonso Tort y el Chino Darín respectivamente.
Los tres formaron parte de un grupo de nueve dirigentes del MLN, conocidos como “los rehenes”, que la dictadura uruguaya aisló para quebrarlos: “Si no los podemos matar los vamos a volver locos, Mujica”, le dice un oficial al Pepe durante uno de los interrogatorios. Una frase que resonó en toda la región. El Plan Cóndor mataba y torturaba en Uruguay, en Argentina, en Chile y en Brasil, con los mismos métodos y los mismos objetivos.
La película no relata el ideario tupamaro, sino la vida en prisión de tres de sus principales dirigentes. Sin golpes bajos, con pinceladas sobrias pero impactantes, el director Alvaro Brechner trasmite con certeza las vivencias de tres militantes condenados a vivir en agujeros inmundos. Durante algunos años, incluso, fueron encerrados en aljibes, donde los guardias se turnaban para orinarlos y golpearlos de todas las formas posibles.
Otras veces fueron alojados en calabozos oscuros y húmedos, donde el techo era tan bajo que no les permitía pararse. Enterrados vivos.
La película nunca agobia. En medio de esa oscuridad, cada uno de ellos construyó su universo personal que se unía con el de sus compañeros. A golpes de nudillos en la pared, con un alfabeto propio, podían comunicarse. Fue tal la soltura que lograron que “hablaban” casi de corrido, apurados, a pesar de tener todo el tiempo del mundo.
En una escena increíble por lo real, durante una discusión, Rosencof (Darín) le dice a Huidobro (Tort): “hablar con vos es como hablar con la pared”, y siguen moviendo las piezas de un ajedrez imaginario, hasta que uno canta Jaque Mate, inventando un triunfo que les devuelve la carcajada a ambos. Allí, en el fondo de la tierra.
“La noche de 12 años” no es una película triste y tampoco presenta a esos hombres como héroes ni como mártires. Son tres soledades resistiendo la locura.
Fue Pepe Mujica quien la rozó, con alucinaciones, ruidos en su cabeza que lo atormentaban, ideas obsesivas que lo perseguían: “pienso, pienso, tengo que parar de pensar”, grita con todas sus fuerzas para detener el insoportable dolor psíquico.
Su madre lo alienta en una visita: “Tenés que resistir, Pepe, tenés que resistir. Los únicos hombres derrotados son los que bajan los brazos”, lo reta, golpeando una mesa con todas sus fuerzas.
Rosencof, escritor y poeta, se encarga de ablandar algunos vínculos escribiendo cartas de amor a las novias de un par de guardianes. Y se hace de un prestigio que lo lleva a conseguir un cuaderno y un lápiz, dos tesoros soñados en esos pozos inmundos.
Las charlas de Rosencof y de Huidobro con sus hijas en las esporádicas visitas estremecen. “¿Por qué no tenés brazos papá?”, pregunta la niña al Ñato Huidobro, que los escondía para que no se vieran las esposas. “Sí que tengo”, contesta el Ñato, moviendo en un aleteo hacia arriba sus manos esposadas. “ Y son como mariposas, vuelan”, agrega ante los ojos extasiados de la niña.
Podrían citarse más escenas, pero es mejor verlas que leerlas.
¿Cuáles son las convicciones, cuáles las ideas, de dónde salen las fuerzas para sobrevivir en el infierno? Los tres rehenes no lo dicen, se adivinan en cada uno de sus gestos.
Quizás la respuesta esté en la pelela que florece cuando Mujica deja la cárcel. Quizás en ese aleteo de mariposas en las manos esposadas de Huidobro, o tal vez en el poema que Mauricio Rosencof, en esa soledad tan desolada, les trasmite a sus dos compañeros de cautiverio golpeando los nudillos contra el muro, palpitando quizás una muerte cercana:
“Si este fuera mi último poema/insumiso y triste/raído pero entero/tan sólo una palabra escribiría/ Compañero”.