Desde Londres
En 2015 Jeremy Corbyn fue sorpresivamente elegido como líder del Partido Laborista. Un año más tarde las encuestas lo mostraban a una distancia sideral de la nueva primer ministro, Theresa May, pero en las elecciones anticipadas de 2017, perdió por poco, obtuvo el mayor incremento de votos del laborismo desde 1945 y recuperó parcialmente una plaza fundamental para su partido: Escocia.
Con un gobierno contra las cuerdas por su desastroso manejo de la negociación con la Unión Europea (UE) por el Brexit y una economía en desaceleración, todo parecía servido este año para que Corbyn diera el próximo salto, pero no. Las encuestas lo muestran en el mismo lugar que el año pasado: cabeza a cabeza con May. ¿Cómo puede ser que en medio del desmadre, entre las profundas divisiones de los conservadores, entre las marchas y contramarchas de May, Corbyn no se haya posicionado como el candidato natural para dirigir el destino del Reino Unido?
Es la pregunta que sobrevolará los 4 días del Congreso Anual del Partido Laborista que comienza hoy. La respuesta la dará el tema dominante de la política británica en los últimos dos años: el Brexit. En el caso particular del laborismo, el actual alcalde de Manchester, Andy Burnham, lo definió como el dilema partidario de “Hampstead y Hull”.
Hampstead es una sofisticada zona del norte de Londres, cuna de numerosos intelectuales laboristas declaradamente pro-europeos, mientras que la ciudad norteña de Hull representa a la histórica base industrial laborista que votó a favor del Brexit en el referendo de 2016, achacando a la inmigración europea el impacto des-industrializador del thatcherismo y la globalización.
En la elección de 2017 el laborismo saldó este debate de fondo con una salida salomónica y retórica que ponía en el centro de la negociación “retener los beneficios del Mercado Unico Europeo y la Unión Aduanera” con un acuerdo que protegiera “el empleo y la economía”. Según un ex asesor de Corbyn, Matt Zarb-Cousin, esta estrategia fue clave. “Si no la hubiéramos seguido, el resultado de la elección hubiera sido muy diferente”, señaló al matutino The Guardian.
Era una táctica opositora de manual –plantear objetivos abstractos, dejar que el gobierno se embadurne con la realidad– que funcionó mientras el Brexit fue una fecha más o menos lejana. A seis meses del evento –el Reino Unido dejará oficialmente la UE el 29 de marz – se ha vuelto insostenible.
La dinámica de la negociación exige definiciones claras: las tensiones en el interior del laborismo están a la vista.
Corbyn rechaza el plan “Chequers” de la primer ministro Theresa May que este jueves fue demolido en una cumbre informal de la Unión Europea (UE) en Salzburgo. El líder laborista se pronunció a favor de la Unión Aduanera con la Unión Europea, algo que rechazan los conservadores y que resolvería parte de los problemas que plantea la negociación, en especial, el de la única frontera terrestre, la que existe entre la República de Irlanda (UE) e Irlanda del Norte (que pertenece al Reino Unido).
Hasta acá coinciden la posición de Corbyn y la de la inmensa mayoría de sus 257 diputados (un puñado de laboristas es pro Brexit). Pero Corbyn rechaza el Mercado Unico Europeo porque exige la libre circulación de personas, algo definitivamente repudiado en el referendo por la base laborista de Hull y otras ciudades del norte. Esta posición lo vuelve pasible de la misma crítica que se le hace a Theresa May: no se puede tener “los mismos beneficios económicos del mercado único” si no se aceptan las reglas de juego. La derecha anti-corbinista, que mayoritariamente quiere permanecer en el interior del Mercado, no ha perdido la oportunidad de señalar ese impasse. Más relevante e inesperado, el movimiento juvenil que encumbró a Corbyn en la jefatura partidaria, está en desacuerdo con su líder.
El profundo pro europeísmo de los jóvenes ha presionado para que el congreso partidario discuta y quizás vote esta semana, a favor de un referendo sobre el resultado de la negociación que conduce Theresa May. Esto desarmaría el precario equilibrio alcanzado por Corbyn en los últimos tres años y lo obligaría a definir su propia posición, a desencantar a Hampstead o a Hull.
Una encuesta publicada el viernes, añadió presión sobre Corbyn al apuntar que el laborismo ganaría un millón y medio de votos si apoyara un referendo. Pero aún si el congreso partidario no se pronuncia a favor de esta política, el dilema se volverá a plantear en noviembre o diciembre cuando el parlamento británico debate y vote sobre el acuerdo (o la falta de acuerdo) al que llegue May.
En caso de que May logre un acuerdo, es virtualmente imposible que pase los seis tests que puso el portavoz del Brexit por el laborismo, Keith Kramer, para el resultado de la negociación con la UE. El problema es que la alternativa sería la nada del “Hard Brexit”, es decir, una relación futura con la UE sin ningún tipo de tratado. Por otro lado, una derrota parlamentaria podría forzar la renuncia de Theresa May y una nueva elección, aspiración de máxima del Corbynismo que, además, dejaría el Brexit patas para arriba.
Estos dilemas de la oposición son clave en las aguas turbulentas de la negociación con la UE. Con un creciente número de diputados Tory que rechazan la estrategia de May, la primer ministra dependerá en gran medida de cómo resuelvan los laboristas sus contradicciones. El congreso partidario que empieza hoy a debatir el tema será la primera señal al respecto.