Más allá de los discursos oficiales, los debates con una tibia oposición que no cuestiona a fondo el brutal ajuste en marcha, es inocultable la cruda realidad que se impone por sí misma de modo espeluznante y siniestro.

El autoproclamado mejor equipo del último medio siglo está devastando la sociedad y principalmente ejerciendo una violencia explícita sobre los sectores más vulnerables de la población: niñas, niños y ancianas y ancianos.

Además, vigila y castiga cualquier atisbo de resistencia a la exclusión. Para muestra, basta un breve racconto de luctuosos acontecimientos: represión a los trabajadores del astillero Río Santiago, amenazas y torturas a docentes en huelga en la provincia de Buenos Aires, asesinato de un joven y un bebé en el Chaco, hostigamiento permanente en la provincia de Chubut a comunidades mapuche, deportación del Lonko Facundo Jones Huala, dudosa muerte de Silverio Enríquez  miembro de la Comisión de Recuperación Territorial en Miraflores (Chaco).

El ministro de hacienda, vocero de los banqueros vernáculos y foráneos habla de shocks y tormentas, eufemismos para maquillar las políticas que transfieren recursos materiales desde las clases subalternas  en un verdadero proceso de expoliación.

Se retacean fondos para salud, educación y niñez y se los destina a armar aun más fuerzas represivas estatales.

El futuro es sombrío y el presente desde nuestra perspectiva debe ser de lucha solidaria y autónoma, de resistencia por fuera de toda estructura vertical o burocrática.