El talentoso cantautor mexicano David Aguilar anda suelto por Sudamérica. Y la semana pasada se llevó una grata sorpresa. Se enteró de que recibió cinco nominaciones a los Grammy Latinos por su último disco, Siguiente. Competirá en las categorías como “Álbum del año”, “Mejor álbum de cantautor”, “Mejor artista nuevo” y “Canción del año” por “Embrujo” y “Danza de Gardenia”, compuesta junto a su coterránea Natalia Lafourcade. Más allá de los reconocimientos que significan los premios, el mexicano viene realizando hace más de quince años un camino musical lleno de obstinación, dedicación y sobre todo buenas canciones. Y altos y bajos. “Nunca pensé en dejar de hacer canciones. En algún momento me cayó el veinte y pensé que era bueno trabajar de otra cosa, para que no estuviera manchado lo que más me gusta con el dinero. Y porque no lo conseguía con eso, claro. Fue muy difícil para mí. Desde el 2010 empezaron a cambiar un poco las cosas, cuando me gané una beca”, cuenta. Mañana a las 21 se presentará en el Xirgu (Chacabuco 875) y el jueves tocará en Montevideo, Uruguay, en Museo Zorrilla.
En Siguiente (Universal, 2017), su último disco, el mexicano recuperó algunas canciones viejas y volvió a grabar otras, como “Eco”, uno de sus clásicos. El cantautor había editado seis discos de manera independiente, varios de ellos de forma casera y con un sonido que, tal vez, no estaba a la altura de la riqueza de sus composiciones. Pero aquí trabajó con varios productores y focalizó la energía en el estudio. Son canciones maduras que ya han transitado un camino, que fueron probadas en vivo y que conquistaron muchos oídos. De este modo, Siguiente se trata de una buena puerta de ingreso hacia el mundo musical de Aguilar. “Quería dar a conocer mi trabajo más resumidamente”, cuenta. “Algunas canciones que estaban en discos más caseros, pero que nunca publiqué de manera más formal. Quise finalmente declararlas publicadas, como ‘Eco’ o ‘La ventana Carolina’. Porque esos discos eran más demos, no estaban tan resueltos, sobre todo técnicamente”. En su canción, es tan importante la poética –utiliza muchos recursos literarios, como los juegos de palabras– como la música.
“Ahora dejo que pase al menos un par de años de que la compuse para grabarlas. Porque me gusta ver que pasen la prueba del tiempo. Pasa mucho que haces una canción y al mes ya no te gusta, aunque en el momento estés excitado por ella. Y estoy tratando de defender un tipo de publicación para toda mi carrera: que no tenga un sentido cronológico, que no necesariamente responda al momento en que estoy grabando. Ahí están las canciones y las voy sacando muy intuitivamente, de épocas y estilos diferentes”. Hay, por ejemplo, en este disco una canción de 2003, “Terca”, y otras más nuevas. “Me gusta ver la obra global, que se sienta que son colecciones. Es un sentido muy editorial”, dice el mexicano. Y se refiere a la estética pop que predomina: “Lo que quiero es publicar canciones con una vestimenta muy clara y que tenga pocos elementos. La guitarra, la voz y un par de cosas más. Que sean directas y despejadas, no me gusta la sobreproducción en la canción. Quiero que el universo último sea la canción, el track, no el álbum”. Por eso, cada canción tiene un productor diferente. Y un productor general, el reconocido Pere George.
En los últimos años, Aguilar se fue posicionando como uno de los cantautores más importantes de su país y empezó a resonar en otras regiones del continente, como en el Río de la Plata. Trazó vínculos con músicos y músicas de ambos lados del río, como los argentinos Lucio Mantel, Pablo Grinjot y Loli Molina o los hermanos Drexler (Jorge y Daniel), por nombrar algunos. “Jorge me buscó para invitarme a cantar en un concierto en México y después fui a Uruguay varias veces. E hicimos colaboraciones”. Se refiere a “Abracadabras”, canción que compuso junto al uruguayo y que está incluido en Salvavidas de hielo (2017). “Lo admiro mucho, lo sigo desde Sea. Me pasa con Kevin Johansen también, uno de los artistas más interesantes de Iberoamérica”.
Aguilar es oriundo de Culiacán, capital del estado de Sinaloa, al noroeste de México. Ahí se nutrió de la música tradicional folklórica y luego en Ciudad de México empezó a abrir más su espectro sonoro, como el jazz y el rock. En Ventarrón, publicado en 2010, abordó la música folklórica de su lugar. “Es un proyecto más cultural, un formato de música de banda, de Sinaloa; música tradicional mexicana. Hice una investigación y compuse para ése formato. Hay mucha fertilidad en ese tipo de música y no se ha explotado del todo”, cuenta. Y se detiene sobre su ciudad, Culiacán, y algo que lo inquieta. “Está abajo de Estados Unidos. Ahí se escucha música norteña, country mexicano, rancheras y narcocorridos. La narcocultura, porque de acá son los capos. Camionetas grandes, camisas de seda, anillos, botas de piel de venado, armas, drogas, descabezados, es como una cosa súper grotesca. Es un problema de violencia en México derivada de del narcotráfico pero a su vez de una necesidad, porque hay demasiada desigualdad. Se matan entre ellos, pero hay muchos asesinatos a civiles. Estoy tratando de escribir de eso, no de retratarlo, sino que quisiera ayudar con una canción que afectara a la posible persona violenta que lo escuche”.
Actualmente vive en Ciudad de México, en donde ya construyó un público. “Pero el proyecto va creciendo de a poquito, se va propagando el nombre y algunas rolas”, dice. “No soy muy de escenario, me gusta más producir y componer. Me gustaría tocar una vez al año en cada país a donde voy. No me siento muy cómodo con el vivo. Pero en México ya toqué mucho en el circuito independiente. Me gusta tocar en casas con amigos y en la calle, algo más espontáneo”. Forma parte de una nueva canción mexicana, que abarca nombres como dúo Ampersan, Caloncho, Laura Murcia, Mauricio “El Hueso” Díaz, Silvana Estrada, Anthony Escandón o incluso artistas más conocidas como la misma Lafourcade, Carla Morrison o la chilena Mon Laferte, radicada en México.