Desde que Platón instaló su utopía en La República, su significado primigenio devino en diversos hitos históricos. Varios siglos después, el teólogo humanista inglés Tomás Moro fue quien la retomó del olvido occidental (Oriente tiene las suyas, claro) y le propinó una de sus acepciones modernas: la de una sociedad imaginada, supuestamente ubicada en América del Sur, que contrastaba claramente con la Inglaterra fáctica de fines del siglo XV y principios del XVI. Ese ideal, con el transcurrir de las centurias, se fue deslizando hacia variadísimos ideales. Los hubo culturales (el anarquismo lo explica bien). Los hubo económicos (aquel socialismo utópico contra el que embistió Karl Marx es ejemplo preciso). Los hubo espirituales, también, y lejos de esa Europa, como la tierra sin mal de los guaraníes. Pero siempre el sentido común del vocablo penduló entre tres aspiraciones: el deseo, la búsqueda y la crítica hacia determinado estado “real” de las cosas. 

Bien. Quien haya cantado alguna vez “La Marcha Peronista” con el corazón seguramente experimentó la sensación de querer llegar al momento más pasional, el de esa frase tan hermosa como utópica que va por el medio: “para que reine en el pueblo el amor y la igualdad”. Difícil encontrar otra aspiración popular en esta bendita y esquizofrénica Argentina, que encarne con tanta fuerza un deseo de estar y ser mejores. No porque no haya otras. Podría señalarse “La Marcha de la Bronca”, de Pedro y Pablo, que incluso es con los dos dedos en V. O alguna canción de Víctor Heredia. O de Luis Alberto Spinetta. O de  León Gieco. O de Jaime Dávalos. O de Discépolo. O de quien ocurra, pero ninguna resulta tan transversal, histórica y socialmente emotiva como esa frase fuerza. Ninguna ha calado tan profundo en el imaginario argentino. Transversal, porque el movimiento político que la generó –si bien tiene a la clase obrera en el centro– no es, por definición, clasista. Socialmente emotiva, porque se puede entonar en cualquier situación que lo amerite, y notar en sus intérpretes un escozor indisimulable. E histórica porque, pese a sus setenta años de vida, no ha perdido el sentido existencial. Setenta años justos, sí… el número que, causalmente, han elegido Mauricio Macri & company para estigmatizar uno de los principales motores de búsqueda de esa utopía de amor e igualdad. 

El 24 de septiembre de 1948, un día como hoy pero hace siete décadas, nacía entonces (formalmente) la marcha peronista. Al fin, las huestes nacionales y populares tenían, desde el momento en que el Cuarteto folklórico de la fábrica Alpargatas la grabó por primera vez, un cántico que resumiera tres de los rasgos que definen la utopía: la orientación, la crítica y la imaginación. 

Aquel primer registro, entonces, se hizo con un grabador casero en la provincia de Tucumán, y luego se efectivizó en los estudios del sello RCA Víctor. El estrenó en vivo fue ese mismo año, durante los festejos por el tercer aniversario del Día de la Lealtad, el 17 de octubre de 1948, en los alrededores de la Casa Rosada. El segundo en registrarla fue Hugo del Carril que la grabó, a instancias de Evita, el 8 de octubre de 1949, y la “presentó” en vivo el 17 de octubre de ese año, en los balcones de la Casa Rosada y secundado por la orquesta de Domingo Marafiotti. De ahí en más, las versiones fueron innumerables. La grabó Héctor Maure. También hubo versiones en clave de carnavalito (<http://www.jdperon.gov.ar/wp-content/uploads/Marcha-Peronista-Versión-Folclore.mp3>); tango (<http://www.jdperon.gov.ar/wp-content/uploads/Marcha-Peronista-Versión-Tango.mp3>); jazz (<http://www.jdperon.gov.ar/wp-content/uploads/Marcha-Peronista-Versión-Jazz.mp3>); y guitarra milonguera <http://www.jdperon.gov.ar/wp-content/uploads/Marcha-Peronista-Versión-en-Guitarra.mp3>)

Otra arista importante en el devenir de la marchita radica en sus causales prohibiciones. Desde el decreto-ley 4161 que prohibió su difusión el 5 de marzo de 1956 a instancias de la “Libertadora”, hasta la insólita decisión de la Justicia, de dar lugar a un pedido de Del Carril hijo, de prohibir al peronismo del siglo XXI (buena parte del kirchnerismo, o sea) usar la marcha “por Hugo del Carril” en la campaña electoral de 2009, pasando por otro de los momentos en que no se podía cantar: la dictadura del 76. En 1981, por caso, la policía castigó y metió presos a unos cincuenta hinchas de Nueva Chicago por entonarla en la cancha de Mataderos, durante un partido contra Defensores de Belgrano. O ese mismo año cuando la hinchada de Boca (este cronista fue testigo) intentó hacerlo en el estadio de Independiente, y fue advertida por la voz del estadio para que “cesara de hacerlo” si no quería sufrir las consecuencias. 

Menos claro resultan los orígenes de la marcha. Respecto de la música, ciertos historiadores, caso el tándem Néstor Pinzón-Ricardo García Blaya, aseguran que la melodía surgió mediando la década del veinte del siglo pasado, del riñón de la marcha del club Barracas Juniors, compuesta por Juan Raimundo Streiff, bandoneonista de barrio que también trabajaba en el correo, y un tal Juan “Turco” Mufarrich, también personaje caracterizado del sur de la capital. Tras ese “minuto cero” de la marcha cuya primera estrofa rezaba “Los muchachos de Barracas / todos juntos cantaremos / y al mismo tiempo daremos / un hurra de corazón” aparecen otros nombres alguna vez barajados como compositores. Entre ellos el del tanguero Rodolfo Sciammarella, el de Vicente Cóppola (a quien se le concede la creación de la música original en clave de murga), el de los hermanos Lomuto, o el del pianista Norberto Ramos, a quien ya se le atribuye la autoría del antecedente más directo de la marcha en sí, que fue “Los gráficos peronistas”, hito sindical cantado el 2 de mayo de 1948 en el Teatro Colón (sí, en el Colón) durante un homenaje de los trabajadores a Eva Duarte.

Para la letra, lógico, hubo que esperar que apareciera su sujeto. El que orientó a una murga obrera de La Boca a mandarse con un “Perón, Perón, que grande sos”. En tanto, el “sos el primer trabajador”, supuestamente se corresponde con una frase del socialista José Domenech, dirigente de la Unión Ferroviaria, que identificó a Perón como el primer trabajador. Después, la historia conocida. Rafael Lauría, sindicalista gráfico, transformó la marcha de Barracas en la del sindicato que él dirigía, y después entre Oscar Ivanissevich, primero, y Hugo del Carril, después, pulieron la marcha para uso del futuro.