Dos peligros gravísimos afronta hoy nuestro país, por lo menos dos: la extraordinaria indefensión militar, y la grosera concentración de lo que se conoce como “el campo”, que no es verdad que “somos todos” sino que es de muy pocos dueños.
El primer ítem es, más que grave, sombrío. Mientras las Fuerzas Armadas sean mero instrumento de represión policial, y no factor fundamental para la Defensa de la Soberanía, la República Argentina además de la quiebra económica y el desastre social, será, políticamente, una especie de minusválido institucional en el concierto de las naciones.
Especialmente luego de los traumas vividos en las últimas décadas, el rol del aparato militar se extravió de manera peligrosísima para la integridad territorial y el resguardo de las fabulosas riquezas naturales que atesoran los casi tres millones de kilómetros cuadrados de extensión que tenemos. Y dicho sea “tenemos” a sabiendas de que hoy es un concepto precario y falible.
Desde hace ya muchos años, y de izquierda a derecha, hay aquí un debate pendiente -silencioso, inconfesado- respecto del rol de las FFAA en nuestra democracia. Todas las posiciones resultan precarias: las que dicen que no las necesitamos; las que sueñan con el retorno a autoritarismos vetustos que siempre las consideraron custodias de glorias pasadas y dudosas “reservas morales de la patria”; las que las pretenden reducidas a mero papel simbólico y pivotean sobre la “ausencia de amenazas”; y naturalmente las que procuran pensar el verdadero rol militar de las FFAA en una democracia moderna y en un país como el nuestro.
En el contexto latinoamericano de los últimos 40 años, y tras la tragedia que impuso a nuestros pueblos el estúpido y criminal militarismo de los años 60 a 80 del siglo pasado, a la postre genocida y corrupto, las FFAA argentinas no encontraron -ni encuentran aún- el rol que explique la necesidad, racionalidad, independencia, servicio y eficiencia republicana que deben tener las estructuras militares en un país como éste, hoy sometido a quiebra económica y social infame, moralmente resquebrajado, políticamente sacudido y con su integridad territorial en grave peligro, sobre todo porque es negado e ignorado.
La explotación racional y eficiente de los recursos, que a la vez los preserve, así como la decisión de ser parte del mundo global con firme y clara autodeterminación, hacen a la existencia misma del Estado y a su capacidad de responder a las necesidades y a la felicidad del pueblo argentino, con la segura participación de FF.AA. democráticas, modernas, disciplinadas y con alto y honrado sentido patriótico.
Con las actuales estructruras armadas, nada de eso tenemos. Con por lo menos tres o cuatro bases militares extranjeras ya instaladas en nuestro territorio, particularmente en Jujuy con tropas que miran amenazantes hacia Bolivia; con nuestras reservas petroleras y gasíferas desnacionalizadas; con los grandes acuíferos prácticamente cedidos a potencias globlales; con las Malvinas ya entregadas por el macrismo a Inglaterra y convertidas en gigantesco portaaviones que apunta hacia el continente, o sea nosotros; con el litio y las fabulosas riquezas minerales que subyacen a lo largo de 5000 kilómetros de cordillera hoy entregadas de hecho a multinacionales que el Estado argentino no controla; y con FF.AA. cada vez más equipadas solamente para la represión popular (y que según muchos expertos que se consultan fácilmente en internet no estarían en condiciones de resistir un ataque exterior ni durante una semana), el derrumbe político, económico y social de nuestro país supera todo lo imaginable y la verdad es que no hay ni atisbos de respuestas en ninguna de las expresiones políticas que hoy protagonizan el desmadre nacional.
Todo lo cual se combina con el problema de la tenencia de la tierra y la perversa invisibilización de las tramas agropecuarias, que el reconocido dirigente agrario Pedro Peretti y quien firma hemos estudiado y denunciamos en un libro que se publica en estos días: “La Argentina agropecuaria. Propuestas para una agricultura nacional y popular de rostro humano”. Allí, con prólogo de Adrián Paenza, se desarrolla la historia reciente del agro argentino, se desnudan sus trampas y se abren nuevas perspectivas de recuperación.
El mundo agrario, igual que el militar, siempre ha sido y es, en todo el planeta, bastante conservador y hay muchas explicaciones político-sociológicas para tales fenómenos. Y aunque no es posible desarrollarlas aquí y ahora, sí cabe decir que la renovación de autoridades que se produjo esta semana en la otrora combativa y orgullosa FAA (Federación Agraria Argentina) deja a este instrumento gremial agrario desde ahora en manos de Cambiemos, con las consecuencias que traerá.
Este hecho, poco difundido, consolida el apoderamiento del universo agrario argentino por la derecha dura que hoy gobierna este país. Y cuya estrategia de acumulación ya le permitió cooptar a la UIA (Unión Industrial Argentina), la CAME (Confederación Argentina de la Mediana Empresa) y diversas federaciones económicas y asociaciones empresariales.
Informes confiables señalan que detrás está la mano del ex dirigente agrario Eduardo Buzzi, ahora funcionario del gobierno nacional como asesor rentado del presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó. Y también se menciona como operadores al gobernador mendocino Alfredo Cornejo y al favorito macrista en las sombras Ernesto Sanz. Ambos, según Clarín, habrían apadrinado la elección del nuevo presidente de la FAA, el también mendocino Carlos Achetoni.
A años luz de los tiempos en que el histórico presidente de la FAA, Humberto Volando, presidió y condujo la resistencia a las políticas neoliberales de los gobiernos de Menem y De la Rúa, ahora esta entidad se convierte en una caricatura de sí misma: informes reservados indican que circuló dinero del gobierno para crear filiales truchas para votar, e incluso se chimenta que el gobernador salteño Juan Manuel Urtubey o el diputado ultraamarillo Alfredo Olmedo habrían dispuesto autobuses para trasladar productores truchos.
Lo cierto es que ésta parece haber sido la elección menos transparente de la historia de la FAA, además de contar con la menor cantidad de productores agropecuarios presentes, mezclados esta vez con punteros políticos, ñoquis, productores truchos y asesores ministeriales totalizando una magra concurrencia de 400 personas.
Con estas dos perspectivas aún silenciadas (y sobre las cuales habrá que volver) el peligro de disolución nacional no es una frase más.