Son tantos los hechos, que necesito un machete", admite Marisol Fabro, fiscal de la Unidad de Homicidios de Rosario. Tiene en sus manos un papel con las descripciones de los 4 homicidios perpetrados en menos de una semana (siete en lo que va del año). Enero, como casi todos los eneros de los últimos tiempos, vomitó muertes con virulencia, crímenes que ensangrentaron la periferia del Gran Rosario.
De todas las muertes perpetradas en la segunda semana del año, que incluyeron un albañil acribillado en Villa Banana, un chico de 18 años con 19 orificios de bala en su cuerpo en Las Flores, otro acuchillado en la zona sur y un pequeño de 14 años con una bala en el cráneo a instancias de su propia madre, la más emblemática fue la de Abigail Candela Maciel. Apenas dos años. Víctima de una bala perdida en Barrio La Ribera de Villa Gobernador Gálvez.
Abigail nació en un barrio miserable y olvidado y cuando ella murió, desde hacía cuatro noches los tiros no cesaban en la ribera más pobre de esa ciudad. "Los facturitas" y "Los Quevedo" se disputaban con "los pibes del Negro Ninci" el territorio para la venta de estupefacientes. Tiros incesantes en los que nadie reparó hasta su muerte.
El reporte policial dice que la nena estaba en brazos de su papá cuando una bala le ingresó por la axila y le atravesó el tórax. La mamá, Roxana, 21 años, embarazada de siete meses, dice que no. Que la nena estaba cuerpo a tierra junto a la cama (la única en la que duermen los 4 integrantes de la familia) "porque no paraban de tirar" pero que la chapa "no pudo" parar las balas y una "le dio a la nena". Está claro que una balacera es más peligrosa si las paredes y el techo son de chapa y llegado a este punto podemos concluir que Abigail se murió porque era pobre. Pero lo que sigue del relato no deja lugar a dudas.
Tan pronto la vio herida su mamá llamó a una ambulancia que nunca llegó. Y entonces, olvidándose de su embarazo y de las balas que todavía zumbaban en el aire, se subió a una moto con la nena en brazos y salió rumbo al Hospital Anselmo Gamen. Anduvo así hasta encontrar un remís que finalmente pudo trasladarla con mas celeridad. Roxana vio como los médicos intentaron reanimar a su beba durante varios minutos y por eso quizá, dijo luego que había llegado con vida. Pero no. El reporte oficial dice que Abigail había perdido demasiada sangre y ya no respiraba cuando entró.
Con las primeras horas del amanecer Roxana y su mamá, aún aturdidas por el crimen de la nena, hablaban con los vecinos a fin de reunir algún dinero "para comprar un cajoncito, porque cuando la traigan de la morgue... ¿donde la ponemos?", se preguntaban. Y entre sollozos corrían la faja de clausura que les había dejado la Gendarmería en la puerta del ranchito para "poder velarla". Llegar a este mundo e irse tiene un costo monetario que los más pobres no pueden pagar. Lo primero está resuelto con un sistema de salud público, lo segundo es aún una deuda pendiente.
Dos horas la velaron a Abigail, que fue despedida en silencio por todo un barrio hundido en la desgracia. Esa noche los móviles militares se concentraron en torno a las precarias y amontonadas viviendas, rodeadas de líquidos cloacales, yuyos y calles en mal estado. Al menos por una noche no se escucharon detonaciones. Volverían al día siguiente. Algunos medios se hicieron eco de esa violencia sin fin. Otros no. Y hubo quienes respiraron aliviados, avizorando el olvido generalizado que volvería a enquistarse en el lugar, lejos del runrun mediático y la incomodidad de tener que explicar lo inexplicable.
A una semana del crimen de Abigail, Rosario vive otro enero sangriento en el que las balaceras y los homicidios no cesan. Las estadísticas oficiales hablan de un descenso en el número de víctimas, que siguen siendo jóvenes y pobres, culpables de crecer en lugares donde la violencia estructural es el negocio de unos pocos impunes. Que nunca aparecen en los titulares.