Muchas veces nos preguntamos si hay o no más violencia contra las mujeres. Algo difícil de responder con plena certeza. De todos modos, no erramos al afirmar que existe una sostenida y persistente violencia de género contra las mujeres y personas de identidades no hegemónicas. La raíz histórica podemos anclarla en el sistema capitalista, patriarcal y racista de dominación. Pero necesitamos explicar un poco más cuáles son sus características en contextos de políticas neoliberales, que han dado como resultado en el mundo, una concentración fabulosa de la riqueza en poquísimas manos y niveles crecientes de exclusión, pobreza, desigualdad, violencia social y política. Incluso a pesar de las diferencias, resulta ser un fenómeno que afecta también a los países desarrollados.
En América Latina a partir del avance de las derechas neoliberales y el repliegue de los gobiernos populares, ha crecido la violencia política en general, pero con especial impacto contra las mujeres y sus liderazgos. No es casual además que esos gobiernos populares llevaron por primera vez a las primeras magistraturas a lxs olvidadxs de la historia: mujeres, indios, negros, obreros. Femicidios políticos, prisiones, persecuciones y hostigamiento judicial-mediáticos contra las principales mujeres líderes opositoras recorren las crónicas de los últimos dos o tres años. Pero esto no termina sólo en la violencia política a las principales figuras. Esa violencia derrama hacia espacios de la sociedad, que son habilitados desde las indulgencias modelizadoras estatales.
Es interesante analizar la diferencia de tono y carácter del debate del aborto, antes y después de la media sanción de la ley en la Cámara de Diputados de la Nación. La virulencia creciente de los sectores contrarios a la ley se expresó en amenazas, agresiones verbales y físicas a mujeres - especialmente jóvenes-, portadoras del pañuelo verde o hacia profesionales de la salud que garantizan los abortos legales. Vimos también con estupor como fue una dirigente docente mujer en Moreno la elegida para pasar de las amenazas a la acción. No es exclusivamente hacia las mujeres, pero es importante no perder de vista el sesgo misógino, patriarcal que también adquiere este tipo de violencia política. La respuesta desde el Estado y la dirigencia política en su conjunto debería haber sido inequívoca. Porque sabemos que desde episodios aislados, luego se han recorrido derroteros del terror. Tenemos una vasta y triste experiencia.
En un contexto general bastante desolador, hemos sido las mujeres las articuladoras de un grito global de denuncia y resistencia. Se hizo internacional, masivo y visible a partir del Ni una menos, contra los femicidios como forma extrema, pero rápidamente avanzó con los reclamos contra las desigualdades económicas, laborales, étnicas, raciales y otras injusticas sociales, como la ilegalidad del aborto. Salta a la vista el contraste entre la autonomía creciente de las mujeres y la persistencia de las formas de violencia machista, con su brutalidad material y simbólica.
Con una enorme capacidad de interpelación y rebeldía, el feminismo viene poniendo al desnudo los mecanismos de coerción de la violencia de género, tanto los superestructurales como aquellos que permean el entramado de las relaciones sociales, políticas y familiares. Este movimiento con toda su diversidad, pudo articular rápidamente la denuncia de la violencia femicida junto a las formas de la dominación neocolonial y patriarcal. Con una enorme potencia anti-neoliberal y una gigantesca capacidad de movilización. Se han podido sortear las estrategias de captación por parte del poder y el gobierno de turno: no existe el presidente de diseño “feminista menos pensado”. El neoliberalismo provoca y profundiza las desigualdades sociales y de géneros.
Desde las representantes legislativas se han comenzado a impulsar varias iniciativas para reformar la ley integral de violencia contra las mujeres, con el objetivo de incluir la figura de la violencia política. Es un clima de época que estemos abordando estos baches legislativos. Pero la respuesta central no es legislativa, es política. Necesitamos convocarnos a construir una respuesta desde las mayorías populares, que permita derrotar el proyecto de ajuste, hambre, deuda y desigualdad. Pero sobre todo, abrazarnos en la construcción de un proyecto popular, de justicia social e igualdad, que será ineludiblemente feminista.