¿Cuántos papeles interpretó, a lo largo de su intensa y breve vida, el más deslumbrante poeta y narrador portugués del siglo XX? La mayor parte de la fama de Fernando Pessoa anda de la mano de los heterónimos, término con el que designa a distintos personajes que asume al escribir, como Alberto Caeiro, Ricardo Reis y Alvaro de Campo; mentes independientes respecto de las cuales el escritor es una especie de médium. “Me siento abandonado como un náufrago en medio del mar. Y finalmente, ¿qué soy yo si no un náufrago? Por eso solo en mí mismo puedo confiar. ¿Confiar en mí mismo? ¿Qué confianza podré tener en estas líneas? Ninguna. Cuando las vuelvo a leer mi espíritu sufre al percibir cuán pretenciosas son, ¡cuánto delatan la pretensión de armar un diario literario! En alguna incluso llegué a lograr estilo. La verdad, sin embargo, es que sufro. Un hombre puede sufrir tanto en ropas de seda como metido en un saco o en un manto de trapos. Nada más”, se lee en el final de un texto fechado el 25 de julio de 1907 incluido en Papeles personales, con selección, traducción y prólogo del poeta y editor chileno Adán Méndez, una inteligentísima antología publicada por Ediciones Universidad Diego Portales que prefiere escapar de los célebres heterónimos, la zona más visitada, estudiada y canonizada, para sumergirse en las prosas más o menos autobiográficas, en cartas, entrevistas y algunos testimonios de quienes trataron con el autor de Mensagem, primer libro que publicó un año antes de su muerte.
En el minucioso prólogo escrito por Méndez, fundador y director de Ediciones Tácitas y autor del poemario Antología precipitada, recuerda que, aunque Pessoa (1888-1935) dejó sus papeles ordenados en sobres o envoltorios debidamente etiquetados, ese orden se fue perdiendo porque fue manipulado y alterado por investigadores y editores. En 1969 se empezó el inventario de ese legado que arrojó una cifra alucinante: 25.426 originales que, junto con otros documentos, fueron adquiridos por el Estado de Portugal. “La letra manuscrita de Pessoa a veces es ilegible o casi, y su desciframiento constituye una de las capacitaciones que deben hacer los pessoístas actuales para ejercer de tales; y como cuenta uno de los principales, Richard Zenith, hay que acostumbrarse a la idea de que en una misma hoja suelta puedan convivir un fragmento de un ensayo sobre la Primera Guerra Mundial, una reflexión filosófica y varios poemas”, revela el prologuista. “La visión panorámica de la obra sigue siendo, en todo caso, poco clara, todavía en pleno movimiento y encuadre nebuloso. Y dadas sus características materiales es muy posible que no se quede nunca quieta, porque los saqueadores podemos armar los libros que queramos en base a un legado hecho de retazos, con lo que prosigue un juego heteronímico en el que incluso los menores textos encuentran su ocasión de brillar”, plantea Méndez.
Papeles personales está organizado en tres partes: los “Textos fechados” –el primero probablemente sea entre 1904-1908; el último, una carta inconclusa, es de 1935–, “Textos sin fecha” y “Testimonios”. Pessoa haciendo de sí mismo –o de ele mesmo, como él decía– es tan fascinante como enrevesado. Hay cartas cuyas primera líneas son tóxicas por el modo en que trabaja con una ironía casi al borde del catastrofismo. “Creo que hace dos maletas que no le escribo. Con toda seguridad, una. Discúlpeme. Yo ya no soy yo. Soy un fragmento de mí que se conserva en un museo abandonado. Ahora que mi familia se fue a Suiza, se desataron sobre mí todos los tipos de desastres que pueden ocurrir. Por eso estoy en una abulia absoluta, o casi absoluta, y hacer cualquier cosa me cuesta como si tuviera que levantar un peso enorme o leer un volumen de Teófilo”, le escribe a Armando Côrtes-Rodrigues en una carta fechada el 19 de noviembre de 1914. Este sentimiento, presente en varios textos, aparece en la última prosa de los textos sin fecha: “Varias veces, en el transcurso de mi vida oprimida por las circunstancias, me ha pasado que al querer librarme de algunas de ellas, me veo súbitamente rodeado por otras del mismo tipo, como si hubiera una clara enemistad hacia mí en el tejido incierto de las cosas. Me arranco del cuello una mano que me sofoca. Veo que con la mano, con que arranqué aquella, venía una cuerda que me cayó al pescuezo durante el gesto liberador. Aparto, con cuidado, la cuerda y entonces casi me estrangulo con mis propias manos”.
Una zona excepcional, entre los textos fechados, es una seguidilla de “Comunicaciones mediúmnicas”, el costado espiritista de Pessoa. “Ningún hombre es un hombre si no actúa por motivos ligados a la organización política. Quienquiera que se muestre indiferente o negligente traiciona su misión en el mundo. No te digo esto para disuadirte de cómo deseas actuar ahora; sin embargo, piensa en lo que digo cuando tengas la oportunidad espiritual. Estás demasiado sujeto a fantasías pasajeras y eres liviano respecto a tus deberes últimos en la Tierra”, se lee en uno de los fragmentos, fechado en 1916. En una carta de 1919 dirigida a Héctor y Henri Durville, el escritor portugués les suplica que le envíen información sobre el Instituto de Magnetismo y Psiquismo Experimental, y especialmente respecto del curso de magnetismo personal por correspondencia. “A Pessoa nada oculto le es ajeno, y esa dimensión no convencional del personaje y de la obra le otorga al asunto completo un grado más de complejidad”, advierte Méndez, y agrega que el poeta y narrador portugués fue amigo del ocultista y místico inglés Aleister Crowley (1875-1947). En una extensa carta a Adolfo Casais Montero, en 1935, argumenta su creencia en el ocultismo: “Creo en la existencia de mundos superiores al nuestro y de habitantes de esos mundos, en experiencias de diversos grados de espiritualidad, de creciente sutileza, hasta llegar a un Ente Supremo, que presumiblemente creó este mundo. Puede que haya otros Entes, igualmente Supremos, que hayan creado otros universos, y que esos universos coexistan con el nuestro, interpenetrándose o no”.
En una suerte de pequeño ensayo sobre el provincialismo portugués, fechado en 1928, Pessoa advierte que el rasgo más profundo del provincialismo es la falta de ironía. “La esencia de la ironía consiste en que no se pueda descubrir el segundo sentido del texto en ninguna palabra del mismo, y que sin embargo se deduzca ese segundo sentido en el hecho de que sea imposible que el texto deba decir eso que dice. Así, el mayor de todos los ironistas, Swift, redactó, durante una de las hambrunas en Irlanda, y como sátira brutal a Inglaterra, un breve escrito proponiendo una solución para esa hambruna. Propone que los irlandeses se coman sus propios hijos. Examina con gran seriedad el problema, y expone con claridad y ciencia la utilidad de los niños de menos de 7 años como alimento. Ninguna palabra en esas páginas asombrosas rompe la absoluta gravedad de la exposición; nadie podría concluir, del texto, que la propuesta no ha sido hecha con absoluta seriedad, si no fuera por la circunstancia, exterior al texto, de que una propuesta así no podría haber sido hecha en serio”, reflexiona el autor de Libro del desasosiego.
En Papeles personales, prosas y cartas “menores” brillan de la mano de “un loco que sueña en grande” –como se definió Pessoa–, un escritor que contribuyó a engrandecer el universo.