“¿A quién consideraba su principal empleador?”, pregunta una jueza desde lo alto del estrado. “¿Al Departamento de Policía de Nueva York, que le dio la placa, o al traficante que lo contrataba?” El hombre que está sentado en medio de la sala, al lado de su abogado, piensa, mira hacia abajo y no responde. No sabe qué responder. Ingresado a la repartición en enero de 1982, a los 21 años, Michael Dowd es hijo de la era dorada del crack. Eso lo lleva, a lo largo de una década, de pedir una coima a un plan para secuestrar a la esposa de un narco para entregarla a unos colombianos, además de robarle sus diamantes y existencias de cocaína. Dowd prestaba servicio en el distrito 75º de Brooklyn, considerado el más pesado de la ciudad en los 80. De allí el título del documental que cuenta su historia, estrenado a mediados del año pasado en Estados Unidos y que puede conseguirse online, con sus correspondientes subtítulos. 

The Seven Five se sigue con la velocidad, la intriga y la locura de un thriller febril. No por nada la Sony ya compró los derechos para hacer de The Seven Five una de ficción. Es una historia de ambición sin límite, como las de Martin Scorsese (Buenos muchachos, pongámosle, pero también El lobo de Wall Street), donde una vez que se descubrió que por izquierda se puede ganar cien veces lo que por derecha, se quiere ganar mil. Y así sucesivamente, hasta estrellarse (la reciente Amigos de armas, con Jonah Hill y Milles Teller, es otro buen ejemplo de esta clase de dinámica). Las calles de Brooklyn están regadas de plata y de su equivalente, cocaína, y es justamente allí donde sus jefes envían a Mike y a sus compañeros Kenny Eurell y Henry “Chicky” Guevara, a hacer detenciones y confiscaciones. “Había una bolsa así”, dice Mike Dowd hoy en día, y el gesto que hace con los brazos casi se sale de cuadro. Esa bolsa no fue reportada, y ese día Mike inició una sociedad de hierro con Kenny, que también fue de afecto. “Un verdadero romance”, según Mike, que más adelante (el tipo no es precisamente un cana bruto) definirá como un yin-yang, en el que él sería la parte explosiva y el muy tranquilo Kenny el que llevaba los números. Como el par De Niro-Harvey Keitel en Calles peligrosas o De Niro-Joe Pesci en Casino. 

Después de un tiempo de “incautar” armas, droga y dinero (notable el relato del día en que tuvo que ponerse a dar vueltas en el patrullero, tratando de impedir que una agente “derecha” bajara a un operativo en un departamento en el que había de todo, mientras esperaba la llegada de su socio), Mike y Kenny dieron su primer salto de calidad, cuando pasaron a trabajar para un narco dominicano, llamado Barón Pérez y dueño de una casa de autoestéreos. A Barón Pérez le proveían datos y protección, pero surgió una diferencia y pasaron a hacerlo para su principal competidor, un compatriota llamado Adam Díaz. Díaz no tiene ningún problema en prestar testimonio a cámara, sin sombreados, espaldas ni borroneos de por medio. Recibiendo luz plena, con una sonrisa ladeada muy canchera y aspecto de golfista de lo más distendido, Díaz luce como un tipo mil veces más educado que muchos políticos, sindicalistas o animadores de televisión argentinos. Lo mismo que el propio Dowd y la mayoría de los polis, agentes de la DEA y de Asuntos Internos que desfilan por aquí, dicho sea paso. 

“Yo conocí a muchos polis corruptos”, dice un narco de la calle. “Todos lucían como polis. Éste no. Éste lucía como criminal.” Se refiere a Dowd, a quien los medios bautizaron “el policía más sucio de la historia”. “Mike era como yo”, dice Adam Díaz. “Me consideraba policía y gangster”, afirma el propio Dowd. En una escena preciosa, que no es vista sino contada, en medio de un operativo y cuando en un departamento allanado (a esta altura ya es imposible saber si por derecha o por izquierda) Dowd descubre una caja herméticamente cerrada, va a buscar un serrucho, vuelve, se pone a serruchar, se lleva los fajos de billetes que encuentra adentro junto con las bolsas de cocaína que hay en el departamento y termina comprándose un departamento en Miami. “Después de esos operativos nos íbamos a jugar a Atlantic City y volvíamos en el día, después de jugar miles de dólares”, cuenta Kenny. Ahí uno piensa en Casino, más que en Buenos muchachos. 

Igual, lo del serrucho es moco de pavo al lado de lo que sucedía en el distrito de al lado, el 77º, donde un grupo de policías violentaban puertas de departamentos a hachazos para entrar a robar. En ese punto, “Chicky” Guevara decidió renunciar a la repartición, y Mike estrechó lazos con Kenny, sumando a la polibanda a un par de miembros más, uno de ellos un impresionante gigantón de dos metros (literales), calvo y con bigotes. Siempre al servicio de Adam Díaz, quien les tenía una confianza total. Sobre todo a Mike. El negocio de Díaz, cuyo cartel se llamaba La Compañía, se concentraba en supermercados, al fondo de los cuales había una piecita donde no se vendían precisamente lácteos, ni productos de limpieza, ni embutidos. Un día, dos chorritos totalmente “puestos” y con mucha “ferretería” los robaron. A Díaz no le gustó nada que le vinieran a poner el pie en el territorio, y les encargó a Mike y Kenny que los encontraran y se los llevaran. Así fue. “¿Qué les hicieron?”, le pregunta a Díaz un entrevistador en el documental, y el hombre responde con su mejor sonrisa ladeada y un gesto como de “vos sabés”.

A Dowd le empieza a pasar lo mismo que a Henry Hull en Buenos muchachos. “Consumía más de lo que vendía”, dice Kenny. Se empieza a acelerar, a ponerse paranoico, a perder el control. Se desmaya en el trabajo. Un día vienen en el patrullero y se cruzan por la calle con un caos de gente, rodeando a un policía tirado, bañado en sangre. Todavía vive. Lo rescatan entre varios, lo suben al patrullero y se enteran de quién lo ejecutó: La Compañía, el cartel para el que trabajan. La cabeza de Dowd y Eurell hace crack. Falta el movimiento final, que no se contará para no spoilear el remate. “¿Quién le gustaría que hiciera de usted en la película que está en preparación?”, le preguntaron a Mike Dowd en la revista New York Magazine. “Ryan Gosling, Marky Kark (Mark Wahlberg) o James Franco”, fue su respuesta. “O cualquiera que sea vivo”.