Nafissatou Diallo nunca pensó que su nombre podía tener un lugar en la economía internacional. Pero lo tuvo. La empleada de limpieza del hotel Sofitel de Nueva York sufrió en mayo de 2011 el intento de violación de uno de sus huéspedes. Se llamaba Dominique Strauss-Kahn, era hasta ese momento el director gerente del Fondo Monetario Internacional y cuatro días después del ataque fue detenido en el aeropuerto John Fitzgerald Kennedy cuando abordaba un vuelo hacia París.
Para el organismo financiero internacional el escándalo se resolvió con su inmediata renuncia y un delicado proceso de selección del sucesor. Con el asesoramiento correcto, la elección recayó en una mujer, también francesa, cuyo rostro quizás sea por estos días más reconocible en la City porteña que en los cafés de Champs Elysées: Christine Lagarde.
En su relación con los directivos del Fondo, Mauricio Macri eligió el camino más lejano posible a las denuncias de Diallo. Con una sonrisa, explicó que “no sé cómo describirlo porque estamos hablando de enamoramiento, debo confesar que con Christine hemos iniciado una gran relación”. No conforme con hacer pública su opción personal, y a pesar de que todas las encuestas muestran un 75 por ciento de rechazo al acuerdo con el FMI, se permitió convocar a los argentinos para que compartan sus sentimientos: “espero que todo el país termine enamorado de ella”.
(Paréntesis necesario en tiempos de NiUnaMenos y MeeToo. ¿Hubiera dicho la misma frase en tiempos de Dominique Strauss-Kahn o cualquiera de los antecesores, todos hombres, de Lagarde?)
Los motivos de semejante pasión hay que buscarlos en las compartidas recetas de ajuste para encarar cualquier tipo de problema económico en cualquier país del mundo pero, en línea con las instrucciones de Jaime Durán Barba, Macri prefiere humanizar el interés y adjudicarlo a “la enorme vocación que tiene Lagarde de ayudar a los argentinos. Se ha encariñado mucho con el país, con nuestra cultura, con nuestra forma de ser”.
Tanto cariño no alcanzó a Luis Caputo, cuya eyección del Banco Central se convirtió en condición del nuevo acuerdo. Fiel a su romance con Lagarde, Macri trató de disimular el percance asegurando que “sabía que se iría”, que la salida ya estaba acordada y que “le dijimos a Luis que él eligiera el momento apropiado”.
Cuesta creer que el “momento apropiado” se encontraba en plena visita del Presidente, diseñada para convencer a los especuladores que la Argentina seguía siendo buen negocio y, sobre todo, previsible. Y más cuesta creer que el “sacrificio patriótico” de Caputo estaba pensado para solo 103 días. Si así fuera, ¿para qué se elevó el 19 de junio su pliego al Senado en busca de su confirmación en el cargo?
En todo caso el Financial Times, que tan amablemente había recibido el día anterior al Presidente, no lo creyó y usó el principal título de su tapa para decir que “La crisis argentina se profundiza con la salida del jefe del Banco Central tras solo 3 meses en el puesto”. Tampoco lo creyó Forbes, que se permitió comparar la renuncia de Caputo con un oportuno salto a tiempo desde el Titanic.
Aunque el primer convenio con el Fondo, firmado para cubrir tres años, se vino abajo en solo tres meses, ayer Lagarde se sentó delante de la bandera argentina para anunciar el nuevo acuerdo junto a Nicolás Dujovne.
Aun en su corta vida, el primero no resultó demasiado exitoso. Estaba destinado a “generar confianza” y según sus exégetas ni siquiera sería necesario utilizar los desembolsos porque semejante respaldo reestablecería la fe de “los mercados”. Algo falló. Desde el 8 de mayo el dólar saltó de 22 a 40 pesos, el riesgo país subió un 50%, la inflación se aceleró a niveles record desde el fin de la convertibilidad y el débil crecimiento se transformó en recesión cada vez más profunda. Nada novedoso como efecto de la aplicación de un programa del FMI. Pero el nuevo acuerdo promete exactamente lo mismo. Para lograrlo no cambia la medicina elegida, pero duplica su dosis. ¿Se duplicarán también sus efectos?
Cuando explicaba las nuevas medidas, el flamante titular del Central Guido Sandleris recuperó la antigua promesa del “segundo semestre” reconvertida en “puede tomar algunos meses”. Y se negó a responder la sensata pregunta de qué hará el Gobierno si las repetidas promesas de controlar el dólar y la inflación tampoco se cumplen esta vez.
Ya lo había hecho Macri. “Estoy absolutamente convencido de que este es el único camino posible. Cualquier otra cosa que uno escucha es producto de la demagogia, la mentira y el engaño”, aseguró el Presidente que utilizó decenas de veces la palabra “consenso” en su discurso ante la ONU.
Enfrentado con la posibilidad de terminar en la cárcel, ya enterrada su ascendente carrera política, Strauss-Kahn terminó indemnizando a Nafissatou Diallo como consecuencia de su agresión. El acuerdo fue secreto pero a voces: allegados de las dos partes hicieron trascender que la suma entregada estuvo entre los cinco y los ocho millones de dólares.
Si la historia del ajuste argentino se repite, ¿cuál sería el monto con que la pareja Macri-Lagarde debería indemnizar a la Argentina?