En el desarrollo del jazz europeo de los últimos años, Paolo Fresu aparece como una figura clave. A partir de su idea de jazz abierta al cruce de tradiciones, el trompetista sardo ha logrado un sonido personal, poniendo en juego, entre otras cosas, la cultura de quien nació en Cerdeña, una isla marcada por los tránsitos de historia que nutren al mítico Mediterráneo. El encuentro con el pianista gaditano Chano Domínguez, que por su parte realizó una operación análoga interpretando el jazz desde el flamenco, pone a ambos en la misma latitud. “Con Chano nos conocemos desde hace mucho, de la época en que frecuentábamos el Café Central de Madrid, pero nunca habíamos tocado juntos. Siempre me atrajo su manera de tocar, su sonido. Ahora formamos este dúo y funciona maravillosamente bien. Es natural, la sensibilidad y la musicalidad latina de Chano se parece mucho a la mía”, dice Fresu a PáginaI12. Hoy a las 23.30 podrá escucharse a este particular dúo en el teatro Coliseo (Marcelo T de Alvear 1125), como parte del ciclo Italia XXI, que organiza el Instituto Italiano de Cultura de Buenos Aires.
“Cada uno se nutrió de la propia tradición y la reelaboró. Eso es fundamental para hacer jazz, una música mestiza por antonomasia”, sigue contando Fresu sobre su encuentro con Domínguez. El trompetista dio sus primeros pasos en la música integrando la banda de su pueblo –Berchidda, donde desde hace más de 25 años organiza un importante festival de jazz– y después tocando “liscio y latino” en bailes populares. El jazz llegó en su adolescencia. “Fue a fines de los años setenta que lo descubrí, al mismo tiempo que maduraba mi fascinación por la rica tradición de la música folklórica sarda, que investigué y estudié. Incluso me inscribí en la Universidad de Bolonia para estudiar etnomusicología con el gran Roberto Leydi. Por esa época hubo varias experiencias que vincularon el jazz con la música mediterránea, que aunque no siempre fueron satisfactorias, abrieron un camino. Yo sentí que debía recorrer ese camino y si bien hoy apelo poco a las características estilísticas de la tradición sarda, en mi música hay un componente importantísimo que viene de ahí”, explica Fresu.
Ostinato, de 1985, es el primer registro del trompetista y su quinteto. Con ese disco Fresu comenzó un recorrido en el que con más de ochenta títulos propios e innumerables colaboraciones para sellos de Europa, Japón y Norteamérica, midió sus expectativas junto a músicos importantes de la música creativa de las últimas décadas: Richard Galliano, María Pía de Vito, Ralph Towner, Antonello Sallis, Uri Craine, Michael Nyman, Evan Parker, Trilok Gurtu, por nombrar algunos. En ese trayecto se acercó y se nutrió también de las tradiciones musicales balcánica, vietnamita, africana y bretona, por ejemplo.
–Después de tantos viajes musicales, ¿por dónde siente que pasa su identidad musical?
–Mi identidad es mi sonido y mi personalidad, es lo que me permite pronunciar cualquier música sin perder mi acento, sin dejar de ser yo mismo. Siento continuamente la necesidad de profundizar en la melodía y el sonido. A eso apuesto en mi investigación diaria, para desde ahí abordar diferentes repertorios con una huella reconocible y original.
–En su sonido es posible escuchar el desarrollo de una compleja relación con el silencio...
–El silencio forma parte de esa idea de sonido que para mí es fundamental. Lo aprendí escuchando a grandes trompetistas como Miles Davis o Chet Baker. El silencio también significa proyecto y arquitectura, es decir la capacidad de escuchar a los demás o dejar espacio para que otros jueguen y sientan con uno. Si la música es diálogo, esto presupone que debemos hablar y escuchar. Por ahí pasa el silencio.
–En la música y en la vida cotidiana, ¿cómo es su relación con la electrónica, con lo digital?
–Desde hace mucho utilizo la electrónica para ampliar el bagaje sonoro de mi instrumento, pensando sobre todo en llevar la música a lugares nuevos. Me gusta pensar en la eléctrónica como un instrumento arcaico y místico, más que proyectado al futuro. Proceso en vivo el sonido con el Harmonizer y el Delay, pero sin abandonar esa idea de profundizar la búsqueda del sonido y, por supuesto, su relación con el silencio.
–¿Qué significa “Jazz” para usted, en estos tiempos?
–Significa improvisación y libertad, una clave para leer la música y el mundo desde un punto de vista personal. Pero por otro lado, siento que “jazz” es un término demasiado corto para contar una historia tan vasta y rica.
–¿Se siente entonces un músico de jazz?
–¡Definitivamente! ¡Querría a-clarlo en mi documento de identidad, pero me dijeron que no es posible! (risas). Ser músico de jazz significa conocer esa tradición y ese lenguaje que está hecho de sonido, de repertorio, de historia, de cratividad, de locura, de libertad, de improvisacion. Si se metabolizaron todas esas cosas, tocar jazz es simplemente hacer música desde ese lugar, sintiéndote parte de una gran familia.