“Resabios de una fiesta en la Condesa” iba a ser una conversación telefónica entre dos personajes: Jonathan y Gabriel. Seguramente, de haber prosperado esa idea, no se habría llamado así. Pero antes de que pudiera escribir dos párrafos, los personajes, de algún modo, borraron las distancias y se me presentaron uno frente al otro. Jonathan, que en un principio iba a estar en el hotel con su mamá y solamente se iba a enterar de la fiesta al escuchar las voces de fondo mientras hablaba por teléfono con Gabriel, se me apareció en la casona de la Colonia Condesa de México D. F. Uno puede imaginar una historia y llevarla al papel (o al procesador de textos) creyendo que ya tiene todo más o menos organizado. Pero es en el momento de escribir cuando en realidad todo sucede. Lo que prefiguramos no es más que un esquema, una idea que puede, y debe, modificarse en la escritura. Fue durante la escritura que aparecieron los rasgos que definen a la dueña de casa y al tipo al que el narrador, influenciado por el punto de vista de Jonathan, llama payaso. Jonathan, por otra parte, no era un personaje nuevo. Ya para entonces había escrito “El secuestro”. Este relato, si bien ocurre con anterioridad a “El secuestro”, lo escribí después. Como quería que las historias siguieran un orden cronológico, decidí que “Resabios de una fiesta en la Condesa” abriera el libro No hay risas en el cielo.