¿Qué tienen en común los gallos de riña y los piratas del asfalto? En principio, parece que no mucho. Aunque si se revisa una de las series argentinas de mayor éxito de los últimos tiempos, el vínculo es mucho más sencillo. Es que la multipremiada Un gallo para Esculapio está a punto de lanzar su segunda temporada, y el NO salió en busca de Ariel Staltari, actor y guionista de la tira, para entender mejor este fenómeno.
Ariel es un capo, un tipo tranquilo, relajado, que sabe de lo que habla y disfruta de los pequeños grandes placeres de la vida: sus hijos, su mujer, su familia, tocar la batería, ir a la cancha a ver a Boca, actuar y dar clases. Y en vísperas del estreno siente que la segunda temporada de Un gallo (que será mucho más compacta, con sólo seis capítulos) va a estar a la altura de la primera: “Terminó muy arriba, hicimos mierda todo. Sentimos que atraviesa una serie de atmósferas y mundos que son alucinantes. Al ser una secuela se pueden elaborar diferentes hipótesis, y nuestro trabajo fue justamente tratar de complicar un poco las cosas”, resume.
La serie inauguró un nuevo mundo en la carrera artística de Staltari ya que, además de lucirse como actor, tuvo la oportunidad de ser guionista de ambas temporadas. De la mano de Bruno Stagnaro, viejo conocido de la etapa de Okupas, Ariel comenzó a tirar líneas detrás de una computadora antes de pararse frente a las cámaras. “Bruno tenía esta idea desde hace 15 años, como un guión cinematográfico. También tenía otra sobre piratas del asfalto. Cuando se presentó el proyecto, se le ocurrió fusionar ambas y lo empecé a acompañar en la investigación. Habrá sentido que le daba devoluciones copadas y me propuso ser coautor de la serie, junto a él. No lo podía creer, ¡pensé que me estaba cargando!”, cuenta con una sonrisa. Y hace una salvedad: “En esta temporada directamente él armaba la estructura y me decía que fuera para delante. Pero nunca le perdí el respeto a Bruno. Por más que sea compañero suyo, el que maneja el bondi es él, y yo voy atrás como un gran soldado”.
Hay algo relacionado a la marginalidad que atrae al público, ¿por qué creés que se da?
--Al principio, cuando Bruno lo inauguró con Pizza, birra, faso en cine y Okupas en televisión, era muy flashero. El tipo puso una cámara en la esquina del barrio de tu casa. Eso fue una locura, desde ese lugar fue novedoso. El léxico tumbero, que no se conocía hasta el momento, habilitó una manera de hacer ficción diferente. Fue progresando hasta llegar a estos tiempos, donde cualquier persona de clase media, clase media alta, o lo que queda de la clase media, conoce esa terminología. Eso sobreabundó, generó un empaste y fue dejando de llamar la atención. Con Un gallo, de la mano de Chelo (protagonizado por Luis Brandoni), volvimos a instalar a esos tipos que no entendían en el 2000 qué era “poner el pecho” o “las llantas”. Chelo quiso o intentó clausurar esa manera de hablar, quiso poner ese límite, y eso estuvo bueno. Creo que la sociedad se engancha con eso porque genera empatía en muchos, en algunos debe seguir generando sorpresa el enterarse que existen mundos así, y otros lo mirarán para pasar el tiempo y nada más. En cierto punto la marginalidad, lamentablemente, tiene un contacto con la verdad. El laburo nuestro fue inédito porque nos metimos en cada entraña y en situaciones que no las contamos de oído. Las vivimos en carne propia.
Gran parte del elenco de Un gallo... es sub-35, y son actores que no venían de proyectos tan desafiantes como el propuesto en la serie. “Componer estos personajes tiene su complejidad, pero también saben que se la están jugando por algo diferente –evalúa Ariel–. No solo el elenco, todo el equipo. Se la juegan porque saben que el resultado es muy importante y nos puede cambiar la vida a todos. De hecho, a mí me la volvió a cambiar porque ahora soy actor y guionista. Hay chicos que no venían laburando en este tipo de proyectos y tuvieron la posibilidad de brillar. Hay mucho talento, son unos grossos. Y en esta temporada tenemos una participación más activa de las chicas, Un protagonismo femenino más importante, y la rompen. Sentimos que la mujer tiene una voz que las va a representar de una manera muy potente.
La serie ganó muchos premios. ¿Agrega presión extra para la segunda temporada?
--La noche de los Martín Fierro fue soñada. La gente le da mucha trascendencia. Yo también, pero en su justa medida. Conozco bien el paño y al otro día sé dónde estoy, lo sutil de la vida y lo esencial. Esto es un momento efímero que pasa. No obstante, no deja de ser un premio prestigioso para el que labura en este medio. A mí particularmente no me genera presión. Para mí presión era cuando no tenía laburo o cuando me pasaron otras cosas. Eso te presiona mucho más que tener laburo y seguir disfrutando. Después tengo mucha fe en el producto y en el laburo que hicimos con Bruno. Los premios tienen de malo que, de repente, te llenás de amigos. Lo triste es si te enganchás con todos esos espejitos de colores que te dan los premios. Para mí ahora es fácil, pero en Okupas mordí el polvo un poco. Ya viví toda esa boludez en aquel momento que era más pendejo. Hoy me meto en el circo, salgo y me voy a mi casa, que es donde permanezco. Al día siguiente de ganar, llevé el Martín Fierro a mi clase y empezamos a hablar sobre qué les parecía. Fue muy linda esa charla y pude hablar del dolor, el sacrificio, el esfuerzo y de todo lo que no se ve cuando ese premio no está. A mis alumnos les digo que traten de ser felices. El arte tiene que estar puesto en función de mejorar la vida, sino no sirve para nada.
En tu carreta tuviste la posibilidad de encarnar grandes personajes como Walter y Loquillo. ¿Cuáles fueron los que más disfrutaste?
--Con El Japa de Sol negro me quedé caliente que no se lo reconociera, y para mí fue algo muy bien logrado. Me preparé mucho para hacer ese personaje. Walter ni hablar, me llevó a que hoy en día me sigan diciendo: “¿Quién es el más poronga?”. Estoy orgulloso de ese personaje. Loquillo también es muy lindo, y lo quiero mucho. Me dio varias satisfacciones y ojalá me las siga dando. Hubo un unipersonal que hice, de la vida del escritor Pedro Fernández. Me vieron cinco borrachos hermosos, lo hice con mucho orgullo para ellos, pero me hubiese gustado que lo vieran más personas. Todo eso te va forjando como actor.
Además de actor y guionista, tenés una relación muy cercana con la batería. ¿Puede entrar en el combo?
--Sí, tengo muchos pensamientos con respecto a eso. Algún día quiero volver a armar mi banda, quiero que mis hijos me vean tocar. Pero todavía no es el momento porque le tengo que dar importancia y seriedad a lo que me está pasando con la actuación y la escritura. Y después darle la misma responsabilidad a la música. Por suerte en la música tuve como mi momento y mis años de tocar en Cemento, en festivales, sacar un disco, tener fans. Era así, era una época los ‘90 que no había 300 mil banda por barrio y nosotros llevábamos gente. Perros de la Noche se llamaba la banda, éramos de Ciudadela y copábamos el oeste. Teníamos temas propios, dónde tocábamos fletábamos micros, presentábamos discos, hacían trapos. Fuimos una banda que vivió un sueño hermoso. Vivimos como ese sueño de star rock y no nos conoció mucha gente. Solo los del barrio, pero con eso nos sentíamos los Stones. Era una cosa de locos. Tengo ganas de volver al ruedo, pero cuando esté un poquitito más tranquilo.