“Quisiera que la nota fuese lo menos personal posible” dice, delimitando el terreno desde donde va a hablar, Luis Gusmán. Sentado en el Bar Manhattan, en el Barrio de Belgrano, el pedido del autor de quince novelas (varias de ellas fundacionales en la literatura argentina) y seis libros de ensayos, no es casual. Adelantándose a la práctica habitual del periodismo cultural, ese que tiñe las entrevistas con anécdotas personales y descripciones más o menos referenciales, Gusmán impone el peso del objeto que descansa sobre la mesa al lado de su café: casi 400 páginas de la reimpresión de Epitafios (17grises), un extenso ensayo compuesto por una serie de ensayos dedicados al género fúnebre y que juntos conforman una constelación que se pregunta por el derecho a la muerte escrita. ¿Por qué? ¿Por qué ese pedido de evitar cualquier tipo de referencia personal sobre un hombre que experimentó con el género biográfico en varios libros? Porque los tiempos políticos e históricos en los que el libro reaparece (sintomáticamente, dice) son los apropiados.
“Estaba leyendo a Julio Cortázar” dice Gusmán “el libro que escribió sobre Keats, Imagen de John Keats. Allí, Cortázar dice algo muy curioso, sin hacer chistes y sin usar ninguno de esos recursos que a veces cansan de su prosa. Cortázar dice que Keats estaba tratando de instalar el libro en su tiempo. Entonces pensaba que Epitafios se instala solo, en nuestro tiempo. No es que yo intenté instalarlo con respecto a la reedición, sino que se dio así. Porque me parece que es un momento apropiado para el libro, en el sentido de que todos conocemos. Se me ocurre una frase de Barthes que citaba Masotta: cuando aparece un libro siempre hay que pensar en que ha sido herido.
Gusmán no hace alusión a Gobierno actual de Cambiemos de un modo directo, sino que con su forma (“elusiva y alusiva” como la define él mismo) de conversar y de disgregar contextualiza su libro en nuestro presente cuya dirigencia política, como señaló en un lapsus profético la actual gobernadora de la provincia de Buenos Aires, optó por cambiar futuro por pasado.
Publicado en el año 2005 por la hoy extinta editorial Norma, Epitafios: El derecho a la muerte escrita fue un extenso estudio de Gusmán sobre el género de la inscripción mortuoria. Cinco años atrás, había ensayado una versión ficcional con su novela breve Ni muerto has perdido tu nombre, una novela sintética, apoyada en diálogos y pocas descripciones, que planteaba con un sencillo enigma policial la problemática del nombre y los desaparecidos. Para su ensayo, fueron varios disparadores que motivaron la investigación y la escritura. Hay, por supuesto, una sombra de temas y recurrencias que se repiten una y otra vez, casi obsesivas, que Gusmán revisita en su obra de ficción con la que ha creado, a lo largo de años, su mitología personal; las voces de los muertos, el espiritismo, la cuestión del doble, el uso de los cuerpos y la implementación burocrática y estatal, pero, asegura, el punto de partida son los cuerpos de los desaparecidos en la última dictadura cívico militar, aquellos cuerpos que no han recibido una sepultura ni un derecho a su muerte escrita. “Se transgredieron, se violaron, cosas muy serias. Apelo un poco al dogma cristiano respecto a la desaparición del cuerpo, el daño del cuerpo, las tumbas anónimas, el daño corpóreo. El nuestro es un país que tiene su historia por lo que pasó, pensemos en el cuento de Rodolfo Walsh `Esa mujer’, con Evita, o lo que pasó con Perón y las manos, o lo que cuenta Ernesto Sabato en Sobre héroes y tumbas con el cuerpo de Lavalle, que según él encarna la problemática del cuerpo y la desaparición.”
Lo expulsado siempre retorna; para Gusmán, los recordatorios de los desaparecidos publicados por PáginaI12 a lo largo de veinte años son un punto de partida para pensar ese derecho que ha sido robado. Esos anuncios publicados a los largo de veinte años, que no son necrológicas ni simples fotos celebratorias, realizadas por los familiares y amigos, son apariciones sintomáticas del vacío simbólico que la última dictadura dejó en la sociedad argentina. “Constituyen un documento de la memoria. Y uno entiende que se van a seguir publicando solos, como máquina de la memoria. Es un género inédito, en ningún lugar se hizo eso. Y se fue haciendo solo. Y se reproduce solo. Por eso, este libro aparece también cuando es necesario que aparezca”.
Alguien camina por tu tumba
Ese disparador, ese punto de partida, le permite a Gusmán leer la historia en Occidente desde el género que le ha sido elidido, escamoteado, desaparecido a los desaparecidos; el derecho a la muerte escrita. La muerte como una problemática de jurisprudencia cívica. En su historiografía, aparece el viator; el viajante que pasea por entre los cementerios y se detiene en las tumbas para leer las inscripciones (Mariana Enriquez ha escrito una bello libro de crónicas en donde encarna esa figura de viajante titulado Alguien camina por tu tumba). Planteado como un paseo, Gusmán historiza en distintas partes varios ensayos aunados por temáticas. En una primera parte, titulado “Un género para la muerte” describe y analiza los elementos históricos e icónicos del género. El caminante como lector de un mensaje. La construcción de los cementerios como un derecho cívico en la antigua Grecia y las cruces del cristianismo durante el medioevo con sus imágenes del cuerpo podrido. El antiepitafio como rechazo al género moralizante. El carácter parlante de las tumbas como un género performático que le habla a quien sabe leer e interpretar las señales. El amor en las lápidas. Y finalmente, la prosopopeya como un modo de establecer un vínculo con el Mas Allá.
Un libro fundamental para entender epitafios es la obra monumental del historiador francés Phillipe Ariés El hombre ante la muerte. Ariés hace una lectura magistral sobre los distintos cambios en relación al hombre con su propia muerte; lo velorios, los modos de entierro, las fosas, y la forma que se tiene de representar a la muerte desde Occidente. El cementerio como una lucha de clases. “Hay un interés anterior por el tema que a mi me surge del libro de Ariés. El tiene esa frase clave que dice: hay un momento en la historia en la que la medicina le arrebató el cuerpo a la religión. Y eso lo ves bien en el texto de Tolstoi La Muerte de Ivan Illich, porque el que viene no es el cura, es el médico. A partir de eso, empecé a leer mucho material”.
La lectura en Gusmán opera como un imán de cosas; en Epitafios no sigue ni persigue una línea temporal, sino que reaparecen, ahí reaparecen sus lecturas que ha ensayado (muchas de ellas también fundacionales) en otros libros como La ficción calculada (uno y dos) y Kafkas, entre otros.
“En la epigrafía funeraria, la tumba parlante es aquella que se define a sí misma como sepulcro de su ocupante” señala y con esa máxima, Gusmán mueve sus lecturas hacia el terreno del procedimiento literario y la imaginación; Lord Jim, Gatsby, Ahab, el coronel Kurtz, ocupan la tercera parte del corpus. En ese sentido, resulta paradigmático el pequeño gran libro del poeta norteamericano Edgar Lee Masters, Antología de Spoon Rivers. Allí, Lee Master diseña un pequeño artefacto poético en donde cada poema funciona como una narrativa condensada; la historia de un pueblo contada (o invocada) por las voces de los muertos. Como si los muertos pudieran contar aquello que les fue negado, mediante la inscripción en la piedra que los mantiene sobre tierra. “Respecto a Antología de Spoon River me guió una tradición de los epitafios. Y ahora me doy cuenta que Yonapatawa y Spoon River son delimitaciones de un territorio. Como si la muerte exigiera una tierra y parafraseando a Onetti para que no sea Tierra de Nadie: están los epitafios. Spoon River es la tierra de el muerto que parla. Los epitafios se comunican entre sí. Se produce una especie de diálogo vivo entre los muertos. Es decir, como si estuvieran en la tierra: habladurías, chismes. Le quitan al epitafio esa sacralización y solemnidad que a veces lo vuelve un tejido gráfico muerto”.
¿Por qué escribir un epitafio? Gusmán lee en la gran novela de William Faulkner ¡Absalom, Absalom! un diálogo entre Quentin Compson y Rosa Coldfield. Ambos personajes “saben” que son futuros fantasmas de ese sur profundo de Estados Unidos donde Faulkner fundo su Yonapatawa. Es decir, un sur destinado a desaparecer como su personaje principal, el coronel Sartoris. Son los testigos de ese mundo que ya está en extinción. La memoria viva a la que le toca transmitir ese sur que alguna vez fue no un mundo sino el mundo. “En cuanto a mi libro creo que es lo que dice Jorge Jinkis en su prólogo: las fábulas, las ficciones literarias y las referencias históricas son como hitos para que el libro se hiciera posible. Todo eso metaforizado en la respuesta de Rosa Codlfield, cuando Quentin le pregunta: ¿Para que escribir epitafios? Y ella le responde: para que sepa”.
Cuerpos velados
En su operación de lectura, Gusmán abre el campo magnético de los epitafios como máquinas de sentido; lee “En la colonia penitenciaria” de Franz Kafka como una forma de inscripción que está directamente asociada con la escritura fúnebre. Se interesa por la inscripción, no como escritura, sino como una marca de insuficiencia. “Más allá de la identificación carcelaria, o de moda”, dice, “tiene una cuestión en donde hay algo que retorna, que no está cerrado. Hay gente que se injerta para volver a tatuarse. Algo retorna, es insuficiente. Se necesita la incisión real de volver a marcar”. Por eso insiste en que su libro no es sobre la muerte, sino sobre las inscripciones que asocia con la prosopopeya y el género dramático. Cita a André Gide: “escribir es poner algo a salvo de la muerte”.
En relación a Kafka y la inscripción en los cuerpos, esta nueva edición tiene un extenso capítulo nuevo titulado “Política de los huesos”. Texto que funciona como coda y al mismo tiempo condensa las ideas que analiza minuciosamente en su libro. La política de los huesos, sin embargo, como un modo de legislar la muerte desde el terrorismo de Estado. Por un lado como derecho, por el otro como violación del derecho en el caso argentino, como en otros que Gusmán menciona en su libro, el caso armenio a manos de los turcos, o los grandes traumas experimentados por las sociedades después de una guerra mundial. “Como decía Goethe, a los huesos se les puede atribuir vida y humanidad. Él los leía como un texto. Y creo que ese procedimiento anticipa y se orienta en la línea con el grupo de Antropología Forense de la Argentina y su trabajo con la recuperación de los cuerpos desaparecidos”. Pero para Gusmán, esa apareción de los huesos como rastro, no contribuye a llenar el vacío simbólico. “Para mí, aparición con vida significa lo que está dicho en la frase de Goethe. Pero en el caso de los desaparecidos ¿hubo vida? No: desaparecido. La palabra “desaparecido” pretendió suprimir que hubo vida. Creo que para cualquier familiar el derecho a la muerte escrita de sus parientes es justamente un derecho. La política de los huesos formó parte de una política de terrorismo de Estado. Basta ver en la historia para advertir como la política de los huesos formó parte de ella, ya sea por el ocultamiento, el retorno, la legitimación o el escarnio”.
La historia argentina está cargada de paralelismos, por un lado entre la “política de los huesos” y los usos genéricos de la narrativa fúnebre que Gusmán analiza. Por ejemplo, si en los cementerios europeos el epitafio le “habla” al visitante en un acto performativo, Gusmán lee en La Cautiva de Esteban Echeverría ese mismo acto pero en el desierto. El desierto se llena de voces. Desde el epígrafe de Manzoni (uno de los tantos que proliferan en el texto) se lee: “ya de muertos la tierra está cubierta / y la vasta llanura toda es sangre”. Gusmán encuentra en los textos fundacionales de la literatura gauchesca un modo de relacionar la muerte con el entorno natural; el desierto como cementerio. Y lo hace sin dejar de hallar paralelismos: si el caminante que visita y lee mientras escucha las voces de los muertos en los epitafios siguiendo los signos de la cruz, en La Cautiva hay un signo que sobresale de la tierra: el ombú. “Toda tumba implica una figura necesaria” escribe Gusmán “la del caminante que se detiene interpelado por la muerte a través de un epitafio o de un signo como la cruz. En el caso de La cautiva el signo es el ombú, el árbol que convoca a postrarse en oración. En cambio, para el salvaje el ombú indica otra cosa. El indio cree que ahí está el espectro de Brian, y para exorcizarlo pronuncia el nombre del árbol. La tradición oral transforma el vacío de inscripción en leyenda”.
A esa potencia del desierto como territorio para la muerte y las voces que reclaman, Gusmán analiza el Facundo de Sarmiento a quien denomina como “un flaneur del Mas Allá”. Su célebre frase de inicio que parece sacada de una novela gótica es también una frase performática o extraída de una sesión con un médium espiritista: “Sombra terrible de Facundo voy a evocarte”. Allí, rescata la figura de Sarmiento como viator, no solo del desierto argentino representado como un cementerio griego, sino de una caminante en el cementerio de la Recoleta, que acompaña a su amigo José Mármol, capaz de leer los epitafios. En el mismo corte, Gusmán lee el desierto como voces de muertos que son evocados para “entender” la historia argentina y analiza el epitafio de Juan Moreira en contraposición a la hipótesis de David Viñas quien señala que el epitafio de Moreira son las cicatrices. A falta de un epitafio que cumpla con las convenciones del género (es apenas un número), Gusmán interpreta el asesinato que Moreira realiza en el último capítulo como una marca distintiva que se inscriben los cuchilleros en los cuerpos. En lugar de inscribir una S, dice Gusmán, Moreira marca una U y realiza el pasaje de los escriptural en el cuerpo: ese es su epitafio que retorna.
El libro de Gusmán también funciona como un epitafio; con su galería de personajes, historias y recursos, invoca a pensar y a leer nuestro presente. Los distintos episodios que analiza desde el género fúnebre conducen siempre a lo que él llama, una y otra vez, “la política de los huesos”. Insiste: su ensayo debe ser leído en el contexto actual. “Cuando se acaba la política empiezan los cadáveres. Y hay cosas que han quedado abiertas. En el traslado de cadáveres había una figura, el “transi” (el cadáver en transito hacia) al desaparecer los cuerpos, esos cuerpos han quedado detenidos, y eso detenido, es lo que retorna. Como dice Dylan Thomas: ‘Enterremos a los muertos/ para que no marchen con trabajo a la tumba’. Es indudable que lo insepulto por haber desaparecido los cuerpos, tienen y tendrán este efecto de detenimiento. En ese sentido la publicación diaria de los textos de los familiares en el diario ponen en “movimiento” aquello que sí se pretende sepultar en otro sentido del término”.