No hay planeta del sistema solar que signifique para los habitantes de la Tierra lo que significa Marte. La promesa, la ambición, la amenaza, la frontera a conquistar, el misterio cercano, el hogar posible, el lugar desde donde llegará el fin. La melancolía de las expediciones de Crónicas marcianas, cuando Ray Bradbury imaginaba los últimos atardeceres en la Tierra; los inefables e incomprensibles marcianos de Marte ataca!, de Tim Burton; las Arañas de Marte que acompañaban al Ziggy Stardust de David Bowie (y, por supuesto, su hermosa y dramática canción “Life on Mars?”); los malísimos cefalópodos marcianos invasores de La Guerra de los Mundos de H. G. Wells; el hogar desolado, casi un campo de concentración, de los replicantes de Blade Runner. 

Marte es el futuro, incluso la vida después de la muerte (de nuestro planeta): casi el Más Allá. Por eso una serie como The First, la más ambiciosa que se haya producido hasta ahora para televisión sobre una expedición a Marte, es pensativa y algo mística, preocupada por cómo vivir y cómo morir y, sobre todo, sobre por qué vale la pena hacerlo. 

La serie se estrenó la semana pasada por Hulu: es una coproducción entre este canal streaming de Amazon y Channel Four, la cadena de TV de Gran Bretaña. La protagoniza Sean Penn y el guionista y padre de la criatura es Beau Willimon, el creador de House of Cards (viene bien recordar que Robin Wright, la actriz que interpreta a la implacable Claire en la serie, es la ex esposa de  Penn). Pero si House Of Cards es pura ironía rayana en el cinismo, una visión despiadada e inteligente del poder y la política, con mucho humor, claro, pero el humor agobiante del guiño y la rosca, The First es una serie romántica. Es decir: seria, ambiciosa (bienvenida la ambición: hace tanta falta porque casi se la deja de lado para evitar el gran pecado del entretenimiento, la pretensión), conversada y muy triste. Tan triste como las mejores narraciones melancólicas sobre Marte y sobre el vacío y la esperanza del Universo. The First se inscribe en una serie de películas que tienen como antecedente a Solaris, la novela de Lem y la película de Tarkovski: la aventura espacial como reflejo de nuestra humanidad, con frecuencia una resonancia desdichada o impotente. Christopher Nolan también lo intentó con Interstellar (2014, con Matthew McConaughey) y Denis Villeneuve lo logró con La llegada (2016, con Amy Adams), adaptación del cuento “La historia de tu vida” del notable autor de sci-fi Ted Chiang.  

En estas películas recientes y en The First el futuro se encarna en algo muy real: los hijos. Los que esperan, en Interstellar; los anunciados y deseados en La llegada. En cualquier caso, y en la serie especialmente, la causa por la que los padres, los adultos –científicos y astronautas, técnicos de NASA, inversores– van a la conquista de otros mundos: para intentar darles cobijo a esos chicos que no tienen la culpa de haber nacido en un mundo que se muere.

Sean Penn, a los 58 años, con un estado físico asombroso y en una actuación sobria, de gran integridad, es el contenido Tom Hagerty, líder del grupo de cinco astronautas que integran la primera expedición en la nave Providence. (El nombre es un guiño claro al Major Tom de “Space Oddity” de Bowie.) Cuando empieza la serie, Tom ha tenido que ceder su liderazgo a Kayla Price (LisaGay Hamilton), una comandante militar de excelencia, y está viendo el lanzamiento por televisión desde su preciosa casa en Nueva Orleans. Los motivos de la separación de Hagerty son personales, no tienen que ver con su solvencia. La responsable civil y financiera de la misión es Laz Ingram, CEO de Vista, compañía que logró el apoyo de la NASA y la interpreta con filosa inteligencia y frialdad la inglesa Natasha McElhone. 

Un accidente cambia los planes de manera definitiva y la misión debe reprogramarse y refinanciarse. Pero The First no pierde demasiado tiempo en estos pormenores de la política y la técnica, y los momentos que le dedica son de resolución expeditiva. Dos conversaciones con la presidente sin nombre de los Estados Unidos, interpretada con rudeza por Jeannie Berlin, bastan para distinguir la pluma y la mano de Willimon, un especialista en pasillos y palacio. 

En lo que la serie pierde el tiempo, minuciosamente, es en conocer a estos astronautas, que serán “los primeros” del título. La rabia contenida de Kayla, la comandante negra y lesbiana que es reemplazada por Hagerty aunque permanece como co-conductora del equipo. ¿Quién le saca de la cabeza, aunque se lo nieguen mil veces, que la corren por su color y su condición, privilegiando al macho alfa que, por supuesto, encuentra un vehículo perfecto en Sean Penn? La preocupación del guión por las vidas y los motivos de los protagonistas deja a Marte en un segundo plano y al mismo tiempo lo hace brillar, como un sueño inalcanzable. ¿Por qué Laz, billonaria y genial, necesita cumplir con este sueño de infancia de conquistar otro planeta? ¿Es posible para Hagerty liderar a la Humanidad hacia el futuro cuando su propia hija, adicta y depresiva, no puede, ni quiere, habitar el presente? ¿Vale la pena irse dos años a dar una vuelta por el Universo y abandonar la posibilidad de ser madre, como le pasa a Sadie Hewitt? La lentitud, los capítulos enteros dedicados a flashbacks, las elipsis, todo hace que The First sea distinta y, en algunos episodios, increíblemente linda de ver: la tensa hora final merece una pantalla grande. 

Los aciertos narrativos y estéticos no son los únicos –exceptuando una voz en off con acento sureño que es innecesaria y sí, pretetenciosa–: ambientada en 2030, es decir, en un futuro muy próximo, el mundo se parece mucho al nuestro, apenas son mejores ciertos gadgets. Los cambios sutiles hablan de un desplazamiento cultural más importante. Nunca se dan explicaciones sobre la fortuna de Laz, la CEO: en el futuro, que una mujer sea rica y poderosa no será una rareza. (Nadie la trata de perra, tampoco, y eso a pesar de que es decidida y poco sentimental.) La presidente de Estados Unidos es mujer, al fin; Hagerty, el hombre blanco, sigue teniendo privilegios –sí, una mujer negra es desplazada para volver a ponerlo al frente de la misión– pero el tema se discute, no es obvio, no está dado, es un problema. En la producción de la serie también hay un intento de ampliar la perspectiva, si bien los productores siguen siendo varones. De los ocho episodios, a cuatro los dirigen mujeres: la polaca Agnieszka Holland y la turca Deniz Gamze Ergüven, directora de la notable Mustang. Y varias de las guionistas también son mujeres: la dramaturga Carla Ching y Francesca Sloane, por ejemplo, conocida por su trabajo en la serie Seven Seconds, sobre el asesinato de un joven negro. 

En sus ocho capítulos, The First logra que el viaje a Marte sea lo importante y también lo de menos. No está confirmada una segunda temporada y, aunque la serie se lo merece, y también los espectadores, es tentador pensar que el mejor final es el abierto. Pensar que nuestro viaje vital no está definido por el heroísmo, y sí por la ansiedad y la incertidumbre.