Macri pidió a los argentinos que se enamoren de la presidenta del FMI y el Indec dice que con este gobierno de millonarios incompetentes hay menos pobres que antes. Es como decir que negro es blanco, pero es la Biblia para muchos, una especie de Biblia negra, la contracara de esta realidad donde los pobres se han multiplicado por la aplicación de las políticas del FMI, del cual hay que enamorarse. El macrismo sigue construyendo sentido común hegemónico con la ayuda de un Indec trucho, de las corporaciones mediáticas, sectores del poder judicial y la credulidad o la mezquindad del ser humano. Y genera estas criaturas simbólicas grotescas.
En medio de la hiperdevaluación y la remarcación serial, la causa por las fotocopias de cuadernos o el encantamiento del presidente con Christine Lagarde o la infamia del Indec macrista, tienden a pasar desapercibidos. Un público de mediano y alto poder adquisitivo quiere que la sociedad crea que el gobierno que votaron haya bajado la pobreza. Y ya están enamorados de Lagarde. Pero la mayoría de la sociedad tiene que preocuparse por las facturas de los servicios y el salario que, en la mayoría de los casos, ya está por debajo de la verdadera línea de pobreza. Sin embargo, cuando pasa la primera ola de impacto de la crisis, comienzan a reverberar estos engendros que han sido concebidos con una fuerte carga ideológica y difundidos por las corporaciones de medios oficialistas como se esparce el virus de la peste bubónica.
Las encuestadoras coinciden en que más del 70 por ciento del país critica el acuerdo con el Fondo. En ese país del 70 por ciento, el Presidente habla de enamorarse de Lagarde. Y en el marco de una dura negociación, Lagarde se da el lujo de hacer desplazar a Luis Caputo del Banco Central. Caputo no era su enemigo y, en cambio, era amigo personal de Mauricio Macri. Su cabeza fue entregada a Lagarde, como actuación del amor de Macri en un gesto simbólico de subordinación a un poder superior.
El FMI no quiere que el nuevo préstamo que otorga a la Argentina sea usado por el Central para frenar al dólar y subsidiar la fuga de capitales. Pero esa decisión se podría haber tomado con un Caputo que no se hubiera resistido. El desplazamiento del titular del Banco Central justo cuando el presidente Mauricio Macri negociaba el nuevo acuerdo con el FMI, no pudo ser una decisión personal de Caputo como dice el comunicado, y aparece claramente como un sacrificio en el altar del organismo financiero internacional. Fue la declaración del nuevo virreynato del Río de la Plata.
Si el 70 por ciento rechaza el acuerdo con el FMI, se podría pensar que estas actuaciones de Macri acelerarían su suicidio político. Pero en realidad, forman parte de una estrategia donde este esfuerzo por enraizar un sentido común a favor del endeudamiento fenomenal y la consecuente pérdida de decisión soberana ante un poder extraño, se apoya en una contraparte. Puede decir y naturalizar estas barbaridades, porque al mismo tiempo se respalda en la actividad permanente que genera la causa de las fotocopias que seguirá produciendo titulares y comentarios periodísticos durante todo el próximo año electoral.
La estrategia de fondo busca instalar un sentido común que naturaliza la deuda externa y la pobreza y trata de destruir el sentido común que se le opone. Esa es la razón del caso de las fotocopias de los cuadernos del chófer y el romance descarado con el Fondo al mismo tiempo. No van por separado. Las dos cosas van juntas. Seguramente hubo hechos de corrupción como en todos los gobiernos durante el kirchnerismo. Pero al sistema no le interesa combatir la corrupción. Le interesa instalar que el populismo es corrupto, dígase peronismo o kirchnerismo. Le interesa naturalizar que la soberanía política no es importante y que los que piensan que sí, son corruptos. La discusión no es la corrupción sino la soberanía.
El tema de la dependencia, de unidos o dominados, se complementa con el de la pobreza. Porque son temas que van de la mano, la subordinación a otros intereses genera pobreza. Y en general, las estrategias de defensa de la soberanía implican distribución de la riqueza. La derecha se preocupó desde los primeros días del gobierno de Néstor Kirchner por insistir en que el discurso distributivo era una mentira, un “relato” del kirchnerismo.
Durante el gobierno neoliberal menemista ya habían incursionado en el tema buscando naturalizar la idea de que “siempre habrá pobres”. Durante el kirchnerismo, esa cortina de humo de la derecha fue más a fondo con diferentes estrategias: se midió la pobreza con canastas diferentes, se exageraron cifras y se mostraron situaciones de pobreza fuera de contexto. Por supuesto que existían esas situaciones, pero el sentido de las medidas de gobierno —creación de millones de puestos de trabajo, paritarias y programas sociales, índice de aumento y moratorias de las jubilaciones y otras— generaban como tendencia el descenso de la pobreza y de la indigencia.
Las cifras insultantes que dio a conocer el Indec dicen que en el primer semestre, la pobreza subió algo más que un punto, pero que igual se ubica muy por debajo de como estaba en el 2015. Esas cifras buscan generar la ilusión de que con políticas que producen una colosal transferencia de riqueza hacia los sectores más concentrados de la economía, la pobreza puede bajar. Para el Indec macrista de Jorge Todesca, los servicios suben grotescamente y puede bajar la pobreza. Suben astronómicamente los precios de los alimentos y la pobreza baja. Hay cientos de miles de despedidos y bajan la pobreza y la indigencia. El salario promedio ha perdido casi el 13 por ciento de poder adquisitivo en estos años, pero baja la pobreza.
El informe del Indec es tan sesgado que plantea que en el segundo semestre del 2016 el macrismo había logrado bajar la pobreza del 32,2 al 25,7 por ciento. Son cifras que se suman a la frase de Macri de que el kirchnerismo dejó a “la tercera parte de los argentinos por debajo de la línea de pobreza”. Es el discurso macrista y de alguna parte de la izquierda que no puede diferenciar las políticas distributivas de las políticas neoliberales.
Porque no es la pobreza lo que está en discusión para el discurso del neoliberalismo, sino la necesidad de demostrar que el populismo la genera y el libre mercado la disminuye. Necesita demostrar que la Asignación Universal por Hijo y el índice de movilidad jubilatorio son parte de políticas de pobreza. Y que por el contrario, las políticas que favorecen a los ricos bajan la pobreza.
Ni la pobreza, ni la corrupción le interesan al neoliberalismo o al macrismo. Estas cifras, junto con la causa de las fotocopias de los cuadernos y el endiosamiento del FMI están explicadas en una cita que tiene unos cuantos años: “La hegemonía del neoliberalismo no se funda sólo en la coerción, sino en la creación de un sentido común frente a las formas de comportamiento. El neoliberalismo es, por encima de todo, un gobierno sobre la organización de los afectos y los deseos. Interviene sobre la cotidianeidad de las personas, sobre el modo en que se alimentan, se divierten, educan a sus hijos, llevan su vida sexual, desarrollan sus intereses espirituales. No hay gobierno sin la creación de un habitus”.
Parece un texto de Durán Barba bajando línea al periodismo oficialista. No lo es, pero seguramente el publicista de la derecha sacó de allí mucho contenido. La cita es del curso “Nacimiento de la biopolítica”, de 1979, de Foucault.
El debate central, el que la derecha esconde y rehúye, no es una discusión técnica sobre la medición de la pobreza ni sobre las formas legales para perseguir a la corrupción. Es claro que eso no es lo que está en discusión. La polémica se da entre dos proyectos políticos o por lo menos entre dos campos, uno amplio y diverso que representa al campo popular y nacional con sus diferentes corrientes y modelos de país más o menos compatibles, frente al modelo de país que encarna Cambiemos como expresión política del capital concentrado y las transnacionales.
La economía que peor funcionó en América Latina fue la de la Argentina macrista. La economía que mejor funcionó fue en la Bolivia de Evo Morales. En su discurso en el Consejo de Seguridad, y a pocos metros de Donald Trump, el presidente boliviano desnudó la política de doble rasero: “Estados Unidos invade países, lanza misiles o financia cambio de regímenes y lo hace acompañado de una campaña de propaganda que reitera que es a nombre de la justicia, la libertad, la democracia, los derechos humanos, o por razones humanitarias”. “Quiero decirles —agregó— a Estados Unidos no le interesa la democracia. Si no, no habría financiado golpes de Estado y apoyado dictaduras, no amenazaría con intervenir militarmente a gobiernos democráticamente electos, como lo hace con Venezuela. No le interesan los derechos humanos ni la Justicia. Si así fuera firmaría los convenios internacionales de protección a los derechos humanos (...) no promovería el uso de la tortura, no abandonaría el Consejo de Derechos Humanos y no separaría a niños migrantes de sus familias ni los pondría en jaulas”.
Como demostró Morales, a Estados Unidos no le interesan demasiado la democracia ni los derechos humanos con que llenan sus discursos. Lo mismo sucede en la Argentina con Cambiemos: no le interesan la pobreza ni la corrupción con que llenan de titulares los medios del oficialismo. Y cuando hablan de esos dos temas, lo que están imponiendo de manera velada y embustera es un modelo de país para pocos.