Que el dólar haya alcanzado el récord de 40 pesos no es sorpresa. Más allá de demostrar que la economía argentina no es competitiva, y que no hay señales concretas que intenten revertir la situación, hay una causalidad coyuntural que retroalimenta la situación. No se llega a una suba de la paridad cambiaria acumulada del 70 por ciento en nueve meses sólo por rigideces. Para que la política económica logre los objetivos deseados, ésta debe ser transmitida bajo dos canales: mediante un instrumento económico, y, en simultáneo, uno comunicacional. Desde que el 2018 ha comenzado, en el primer caso no se logra, aun, comprender cuál el mecanismo de política monetaria que el Gobierno realiza. Y, en el segundo caso, los mensajes siempre dirigidos hacia “los mercados” no logran convencer a ningún interlocutor.

Cuando nos referimos a un mecanismo de transmisión de política económica, estábamos hablando de una herramienta. Durante el régimen de Metas de Inflación implementando en su momento por Federico Sturzenegger en el Banco Central, la idea principal era que, mediante el manejo de la tasa de interés poder controlar la política monetaria para combatir la inflación.

En mayo y junio, la conducción económica ratificaron el esquema de Inflation Targeting ante el FMI, con un esquema de subasta de dólares. Una incongruencia: si la herramienta de transmisión es la tasa de interés, no deberían existir variaciones de reservas producto de intervenciones en el mercado cambiario. Un esquema híbrido entre un sistema con una herramienta “rota”, la tasa de interés, y débiles intervenciones para contener al dólar, sin calmar nunca al mercado.

Si el esquema fuera realmente el de pisar el tipo de cambio, debería hacerse como en 2008. En ese momento, el BC enfrentó la corrida producto de un verdadero estallido internacional (la economía argentina, en ese momento, tenía, más allá de un comienzo inflacionario, fundamentals sólidos). No existía un esquema de Metas de Inflación, pero sí de flotación administrada del dólar. La respuesta fue mostrar el poder de fuego del Central: una intervención de 1000 millones de dólares. Todo en base a un razonamiento muy sencillo: dado que había un incremento en la demanda de dólares, que ponía presión a la cotización, había más que incrementar la oferta, para generar un gran exceso, que no solamente planchara las expectativas, sino que las bajara. Los mercados se dieron cuenta entonces que no sería tan sencillo especular contra el peso. Y si lo tenían que hacer, tenían que estar dispuestos a enfrentarse al Central.

Los mercados financieros, aquellos que fueron frenados por una política del Central diez años atrás, hoy observan que no tienen nadie dispuestos a jugar una pulseada. Hasta el momento, descuentan que, si piden dólares, el BCRA abre la canilla. Y que el Gobierno está dispuesto a tomar más deuda con organismos internacionales para garantizarlo. El primer mensaje del Presidente, cuando avisó que recurriría al FMI, transmitió a los mercados que la economía argentina estaba en necesidad de un rescate. 

Si la política monetaria no es convincente, su comunicación es aun peor. La política comunicacional se centra en los mercados, parte ínfima de la población, que ante determinados acontecimientos reacciona muy sensiblemente vendiendo acciones y bonos argentinos. El resto de la población no recibe noticias, salvo las de ajuste.

De continuar con estos mecanismos de transmisión, uno errático, el otro, erróneo, de política económica, aún si existiera un inversor con ganas de abrir una fábrica en el país, a la hora de proyectar sus ventas potenciales, éstas serían tan bajas que lo llevarían a abstenerse de tan solo intentarlo.

* Economista.