El Presupuesto 2018 preveía un crecimiento económico del 3,5 por ciento. Los pronósticos oficiales fallaron otra vez. Ahora, el Gobierno proyecta caída del 2,4 por ciento en 2018 y 0,5 por ciento en 2019. De confirmarse esa reestimación, la economía acumulara un retroceso de 1,9 por ciento respecto de 2015. Además, la caída del PIB per cápita será cercana al 6 por ciento. La receta macrista para superar ese crítico escenario es profundizar el ajuste fiscal. La evidencia empírica demuestra la inexistencia del “ajuste expansivo”. 

Otros sectores proponen alternativas aún más destructivas. Por ejemplo, la dolarización, cuestión muy debatida en 2001/2002. En ese momento, el economista Rudi Dornbusch planteaba que “los argentinos deben humildemente darse cuenta de que sin un masivo apoyo e intromisión extranjera no podrán salir de este desastre. ¿Qué clase de ayuda financiera? Ésta va más allá del financiamiento. En el corazón de los problemas argentinos está una crisis de confianza como sociedad y de confianza en el futuro de la economía. Ningún grupo está deseando resolver las quejas y arreglar el país para entregar el poder a ningún otro grupo local”. En ese marco, el Premio Nobel de Economía proponía la alternativa dolarizadora. Esa supuesta panacea también era recomendada por los economistas Guillermo Calvo, Robert Barro, Jeffrey Sachs, Jorge Ávila y Sebastián Edwards.

La traumática salida de la convertibilidad fue un espacio de batalla entre dolarizadores y devaluadores. En el primer grupo revistaban compañías extranjeras que intentaban evitar la depreciación en moneda dura de sus activos y dividendos. El club de los devaluadores estaba representado por el Grupo Productivo (UIA, Cámara Argentina de la Construcción, Confederaciones Rurales Argentinas). Uno de sus voceros era el presidente de la UIA José de Mendiguren. Como se sabe, ese empresario terminó siendo ministro de la Producción de la administración duhaldista. 

El debate fue reactualizado luego de las declaraciones de Lawrence Kudlow. El asesor económico de Donald Trump sostuvo que “la única salida para el dilema argentino es fijar el tipo de cambio, atar el peso al dólar. La gente del Departamento del Tesoro está metida en ese tema”. La opinión de Kudlow levantó polvareda porque es director del Consejo Económico Nacional (CEN) del gobierno estadounidense. Sin embargo, Nicolás Dujovne negó esa posibilidad en su reciente paso por el Congreso. Más allá de la desmentida, la cuestión no deja de ser preocupante. 

El especialista en derecho financiero Sebastián Soler explica en “Cualquier cosa dolarizamos, no?”, artículo publicado en el sitio El cohete a la luna, que eso “significaría resignar un atributo constitutivo de la soberanía nacional, perder la facultad de influir sobre un aspecto crucial de la política económica como el tipo de cambio, dejar de contar con un prestamista de última instancia para nuestro sistema bancario y, en la práctica, delegar a un gobierno extranjero la gestión de las variables claves de nuestra economía”. 

En otras palabras, la renuncia a la soberanía monetaria no conduce al desarrollo. El ex presidente del BCRA, Alejandro Vanoli, agrega que “implicaría una inflación espiralizada, una muy fuerte baja de los salarios y una recesión que se volvería estructural. Esto es así porque la productividad de la Argentina al estar por debajo de los Estados Unidos requeriría de una recesión y una deflación sostenida, para evitar la desaparición del aparato productivo y un desempleo insostenible económica y socialmente”. La dolarización no soluciona ningún problema y agrava los existentes. 

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@diegorubinzal