Paulo Londra no tiene disco. Más aún: Paulo Londra no tiene contrato con compañía discográfica alguna. No está bancado por ninguna gran productora que arregle pasadas en la radio a cambio de publicidad. De hecho, tampoco se escuchan publicidades que mencionen a Paulo Londra. Tampoco tiene sponsors, ni se habla de él en los programas de chimentos. No ha generado la épica de un Rodrigo o el rebote mediático de un rockero amigo de los excesos.
Pero es viernes a la noche y el Teatro Gran Rex está lleno de punta a punta. Y la cita es la primera de cuatro, porque repite el domingo 30 y el 12 y 13 de octubre: todas ellas agotadas y con la sensación de que, si anunciara cuatro más, las entradas volarían en un rato. Y entonces, en quienes no son adolescentes se dibuja la inevitable pregunta de quién demonios es Paulo Londra, y los adolescentes miran a los mayores con un gesto de conmiseración. Tan conectados a todo, los viejos, y no saben quién es Paulo.
Londra es cordobés, tiene 20 años y es la prueba en carne y hueso de cuánto han cambiado las cosas en la industria musical. Lanzó “Relax”, su primera canción, el año pasado en YouTube y Spotify, y las reproducciones se cuentan por millones. No es sentido figurado: “Nena maldición”, su dueto con el puertorriqueño Lenny Tavarez, tiene más de 400 millones de visionados en la plataforma de videos. El ranking ”Social” de Billboard lo ubica en el puesto 37, por delante de pesos pesados como Ed Sheeran y Lady Gaga. Surgido del Quinto Escalón, las batallas de trap que saltaron del artesanal encuentro callejero a las redes sociales, el jovencito rubio y de ojos azules con cierto aire a Javier Bardem es una megaestrella por derecho propio. A diferencia de algunos inventos astutamente diseñados en la mesa de un ejecutivo discográfico, Londra se abrió paso solo y no le debe nada a nadie: otra forma de independencia cuajada en el nuevo siglo.
Mal que les pese a los etiquetadores musicales, Londra no hace trap. O pueden decirle trap o como quieran, pero lo cierto es que el pibe es un exponente del mismo rap y hip hop presente en el panorama musical desde los años 70 en Estados Unidos. Y lo hace bien. Ver a Eminem en la película 8 Mile le cambió la vida. Encontró una veta que lo diferencia de sus colegas al evitar la temática de drogas o ilegalidades y el discurso machista, pero sobre todo tiene razón cuando titula a su gira Leones con Flow. Tiene flow, tiene gracia y tiene ideas: a diferencia de los reguetoneros en serie filtrados por AutoTune, Londra ocupa el escenario con la piel y la garganta curtidas por el entrenamiento callejero, por esas batallas ganadas en plazas públicas. Y cuando se pone a hablar con su DJ Alan Tejeda sobre la vida en el barrio, el acento y el “culiao” que aparece en el diálogo vienen a recordar que solo el estilo musical lo diferencia del pibe que un día se cuelga la guitarra y triunfa con el rock. Ni siquiera tiene la parafernalia de los rappers: jean, zapatillas nada ostentosas, buzo negro, remera negra y luego remera blanca, apenas una cadenita con una cruz. Es el chico de acá a la vuelta que mientras juega a la Play se pone a rapear sobre una “Chica paranormal”, y lo sube a internet y de pronto se encuentra con miles y miles de fans.
Y el Gran Rex, claro, estalla. El público femenino gana por escándalo y chilla como en los antediluvianos shows de The Beatles, pero también hay muchos varones; muy pocos en las butacas están más allá de los mismos veinte años del artista, porque los padres prefieren esperar a la salida (y la salida es un caos: hay casi tanta gente en las veredas y autos en triple fila como asistentes al show... sin contar a los vendedores de toda clase de merchandising). En el escenario, Londra canta y se divierte, charla con Tejeda, emboca un tiro perfecto al aro de basquet e invita a un par del público a probar suerte, azuza al auditorio, cuenta alguna anécdota: aún no tiene tantas canciones pero sabe cómo entretener para llegar a la hora veinte de show. El público canta de pe a pa “Cuando te besé”, el hit grabado junto a la estadounidense Becky G (otra animalada: 160 millones de visionados en YouTube), y “Luna llena”, y “Noche complicada”, y “Cámara lenta” y “Condenado para el millón”. Y si entre la multitud hay algún ejecutivo de discográfica, seguramente se está maldiciendo por no haberlo visto a tiempo, no haberlo firmado a tiempo, haberse perdido semejante filón.
Porque a esta altura está claro que Paulo Londra no necesita a las viejas maquinarias de la industria, ni estimular la difusión ni hacer notas ni entregar porcentajes para que su música se escuche. En el gusto de cada uno estará tomarlo o dejarlo, pero lo que hace ese pibe cordobés no es muy diferente a lo que han hecho tantos rappers a lo largo de la historia. Con honestidad y, mal que le pese al prejuicio, con talento. Un self made boy de la era virtual. Y está bien.