La pantalla chica argentina sigue conjugando su programación en pasado. Como si buena parte de sus hacedores no comprendieran los tiempos que corren, el medio que paradójicamente es presente continuo sufre las consecuencias de no adaptarse a una actualidad que ejercita un voraz consumo audiovisual y construye audiencias cada vez más exigentes. En medio de la fuga de televidentes, la TV local responde con herramientas propias del siglo pasado a los hábitos que impuso el nuevo milenio. Tal vez esa sea una de las causas por las que el derrumbe en la audiencia se evidencia más en la televisión argentina que en cualquier otro lugar del mundo. Incluso, en relación a países donde la velocidad de la banda ancha y la situación económica de los ciudadanos facilita el acceso a otras formas de entretenimiento audiovisual. Brindar respuestas viejas a problemas nuevos no parece ser el camino con el que la TV abierta local recuperará el tiempo perdido.
La semana que acaba de finalizar terminó de confirmar que echar mano a herramientas antiguas ya no dan el mismo resultado que antaño. Quien vivió en carne propia ese cambio de clima social, televisivo y cultural fue nada menos que Marcelo Tinelli, el conductor con mayor capacidad de generar rating de la pantalla chica, que a lo largo de sus casi 30 años al frente de Showmatch dio sobradas muestras de su timing para percibir lo que la sociedad argentina quería ver según cada época. Una virtud que le permitió a Showmatch mantenerse durante tres décadas como el programa más visto de la TV argentina. En un año en el que el rating no lo acompaña (promedia 12 puntos, pierde en su competencia directa con 100 días para enamorarse y ya no es el cuco de años anteriores), Tinelli sacó a relucir en pantalla recursos exitosos en el pasado pero que resultan indiferentes a la luz de un presente en el que los espectadores tienen más opciones para ver cuando y donde quieran.
La versión FlyBondi de Showmatch sintió desde su estreno que no solo la pantalla chica había cambiado sino también el paradigma cultural. La “ola verde” le impuso a Tinelli adaptar su contenido: ya no hay lugar para el corte de polleritas ni los comentarios machirulos. A sabiendas del cambio social que experimenta la sociedad argentina, el conductor había anticipado una temporada más ligada a la emotividad que a los escándalos. Pero esa idea duró lo que algunas planillas de rating en contra: el ciclo de El Trece, que la primera semana de emisión le había ganado en audiencia a 100 días para enamorarse, empezó a perder con la ficción de Telefe y con la turca de Todo por mi hija y lo planificado se fue al diablo.
¿Cuál fue la reacción de Tinelli ante los magros resultados? Apelar al quilombo, el viejo y siempre a mano recurso, que esta semana tuvo como protagonistas a la jurado Laura Fernández y a la participante Mica Viciconte. Una pelea discursiva de cuarta categoría que se dio casualmente en un programa grabado, lo que les permitió promocionarla por las redes sociales y obtener repercusión en los medios satélites para generar expectativa para el envío del martes. Sin embargo, nada de esto ocurrió y esa noche Showmatch volvió a perder con 100 días... y midió 12,1 puntos de rating, la misma cifra que la emisión del día anterior. Ni el Aquadance —el baile que generaba sus picos de audiencia— ni el escándalo atrajeron televidentes. ¿No será, acaso, que el programa que durante años fue el más visto de la TV argentina empieza a oler a rancio?
En contraste, 100 días... se convirtió en el ciclo que lidera el rating de la TV abierta argentina, recuperando desde la ficción diaria local un protagonista que el género había perdido. No parece ser casualidad. La ficción de Underground y Telefe, en todo caso, atrajo espectadores a la TV abierta corriéndose de la fórmula, desarrollando una trama que se animó a abordar en profundidad temáticas actuales, como la identidad de género y la despenalización del aborto. Hay humor, hay amor, hay enredos, pero contenidos en situaciones y problemáticas de las que hoy se hablan en buena parte de los hogares argentinos, especialmente entre aquellos jóvenes que no se sentían interpelados por la TV abierta. 100 días... puede pensarse, entonces, como una respuesta artística nueva a una coyuntura cultural y televisiva en plena transformación.
En medio de esos contrastes que marcan la pantalla chica, entre los que asumen riesgos y los que ponen práctica recursos antiguos, las ficciones unitarias o las series de emisión semanal también resultan objeto de los nuevos problemas que impone la era digital. La ficción programada en periodicidad semanal en TV abierta está fuera de época. En tiempos de ansiedad audiovisual, en los que las rutinas de consumo se volvieron maratónicas, las ficciones ya no sólo cargan con la necesidad de presentar historias atractivas sino también con satisfacer la demanda de un espectador que —en términos freudianos— es puro ello.
Desde hace tiempo es usual comprobar cómo miniseries de buena calidad artística debutan en la pantalla abierta con voluminosas audiencias que se desvanecen semana a semana. Si bien hay razones artísticas que influyen en esa fuga homeopática de televidentes, es posible pensar que la periodicidad semanal en la que se programan pasa a ser un argumento de peso para explicar sus declives. Basta como ejemplo el andar de El lobista, la ficción de Pol-Ka que debutó con 13 puntos y finalizó con apenas 6 puntos, pero que a la vez fue la ficción nacional más vista en Cablevisión Flow, la plataforma donde desde el día siguiente a su estreno en TV abierta estaban colgados todos los episodios. También vale analizar el fenómeno de El marginal, que luego de una primera temporada que cosechó mejores críticas que volumen de audiencia, tras su paso por Netflix tuvo este año una temporada que promedió 10,4 puntos en la fría pantalla de la TV Pública. A diferencia de El lobista, El marginal construyó un círculo virtuoso con la plataforma online, que recién subió la temporada completa una vez que finalizó su emisión en la pantalla chica.
El problema de las ficciones semanales es que, para poder realizarse por sus altos costos, los productores y canales necesitan asociarse a plataformas online que exigen tenerlas en sus catálogos al mismo tiempo que se emiten en la TV abierta. Un vínculo que muchas veces termina canibalizando a la audiencia de la TV de aire. En este aspecto, una respuesta interesante fue la que puso en marcha Telefe con Sandro de América, la miniserie sobre la vida del Gitano que fue un suceso en audiencia. En este caso, Darío Turovelzky abandonó la vieja fórmula de emisión semanal para emitir sus doce episodios en forma diaria, de lunes a jueves, durante el mes de marzo. En paralelo, los episodios se subieron a al web del canal en forma diaria, pero disponibles sólo hasta el domingo siguiente. Una estrategia que le dio resultados: Sandro de América mantuvo sus niveles de audiencia (promedió 14,7 puntos) a lo largo de toda la temporada. El futuro llegó. Es hora de que la televisión argentina se entere.