Desde la tarde del viernes Brasil entró en clima de tensión máxima. En su cuarto de hospital, el capitán reformado y candidato ultraderechista a la presidencia, Jair Bolsonaro, concedió una entrevista a un popularesco presentador de televisión, cuyo programa es transmitido en directo.
Dos frases marcaron la temperatura: Bolsonaro dijo que no aceptará, en las elecciones cuya primera vuelta se dará el domingo 7 de octubre, otro resultado que no sea la victoria. Denunció, por anticipado, que cualquier resultado que no sea su elección será resultado de fraude.
La otra frase es quizá más inquietante. Bolsonaro, cuya campaña es coordinada por un nutrido grupo de oficiales reformados, casi todos generales, dijo que en un primer momento, en caso de que el candidato del PT, Fernando Haddad, sea el victorioso, las fuerzas armadas no impedirán que asuma el gobierno. Pero advirtió que “al primer error”, intervendrán. Es un caso único desde el retorno de la democracia, en 1985, luego de 21 años de severa dictadura militar: además de adelantar que no aceptará otro resultado que la victoria, el capitán candidato advierte que “al primer error” el vencedor (por fraude, desde luego) será destituido.
Más grave aún: ninguna autoridad del Ejército o de las demás fuerzas se manifestó.
Por la noche, otro golpazo: Luis Fux, integrante del Supremo Tribunal Federal anuló una decisión de su colega de Corte, Ricardo Lewandowski, que había autorizado el ex presidente Lula da Silva, quien se encuentra detenido a raíz de un juicio en que no surgió una sola prueba en su contra, pueda conceder dos entrevistas, una al diario Folha de S. Paulo y otra al diario El País de España, que iban a ser transmitidas por Internet.
Es un caso inédito de un juez de la corte suprema anular una decisión de un colega sin llevar el tema al pleno.
Y más: Fux, conocido por el brillo de sus peluquines importados, determinó que si las entrevistas ya se habían hecho, quedaba prohibida su divulgación. La Constitución brasileña prohíbe expresamente la imposición de censura previa.
Otro general retirado que integra el equipo de coordinación del programa de gobierno del candidato ultraderechista había provocado inquietud al declarar, entre otras perlas del género, que en caso de victoria de Bolsonaro los libros que tratan el régimen militar que duró de 1964 a 1985 como “dictadura” serán prohibidos.
Además de insistir en calificar al golpe cívico-militar de 1964 como “revolución”, tanto Bolsonaro como su candidato a vicepresidente, Hamilton Mourão, defienden a la dictadura y tratan al fallecido capitán Carlos Alberto Brilhante Ustra como “héroe”. El héroe en cuestión fue reconocido por la justicia brasileña como involucrado en más de 400 casos de secuestro y tortura, y como responsable directo por la muerte de al menos 47 presos bajo su comando.
Los encontronazos entre Bolsonaro y su vice, el también general (retirado) Hamilton Mourão, ya se hicieron risibles, dejando claro la confusión entre los dos. Mourão criticó, en un encuentro con comerciantes, la existencia del “13vo salario”, como es conocido en Brasil el aguinaldo, diciendo que se trataba de una extravagancia nacional. El coordinador del programa económico, Paulo Guedes, ya había sido desautorizado por Bolsonaro al decir que implantaría una cuota única de impuesto sobre la renta, igualando pobres y millonarios. Bolsonaro, el mismo viernes de la entrevista en que dijo que no aceptaría la derrota, dijo también que para evitar malas interpretaciones había vetado apariciones públicas tanto del economista Guedes como del general Mourão. Es un caso único de un capitán que ordena a un general que cierre la boca para no decir más burradas.
El viernes por la noche –¡vaya noche!– un nuevo sondeo de intención de voto mostró que Bolsonaro permaneció estacionado a la cabeza, con 28 por ciento, mientras que su rival directo, Fernando Haddad, nombrado por Lula da Silva, escalaba seis puntos, situándose en segundo lugar con el 22. En la proyección de la segunda vuelta, Bolsonaro pierde contra todos los demás candidatos. Y el nivel de rechazo a su nombre sigue creciendo.
En ese ambiente de extrema tensión, con un candidato advirtiendo que si pierde contra su adversario más cercano las fuerzas armadas no admitirán ningún error, y con un magistrado de la corte suprema violando la misma Constitución, ayer sábado ocurrieron manifestaciones contra Bolsonaro en al menos 160 ciudades del mundo, de las cuales 97 están en Brasil.
En San Pablo la manifestación convocada por mujeres bajo el lema ‘él no’ reunión al menos 150 mil personas. En Río de Janeiro, en una de las manifestaciones más concurridas en muchos años, fueron al menos 200 mil.
Por irónica coincidencia, a las cuatro y media de la tarde, cuando en la región conocida como Cinelandia la manifestación de Rio crecía cada vez más, a poco más de un kilómetro, en el aeropuerto metropolitano Santos Dumont llegaba el vuelo 1036 de la compañía Gol. Dentro, cercado por un formidable esquema de seguridad, estaba Bolsonaro.
Ha sido un vuelo tranquilo, excepto para los pasajeros que en San Pablo, al ver quién sería su compañero de viaje, pidieron bajarse del vuelo.