Lucky

Estados Unidos, 2017

Dirección: John Carroll Lynch.

Guión: Logan Sparks, Drago Sumonja.

Fotografía: Tim Suhrstedt.

Música: Elvis Kuehn.

Montaje: Robert Gajic.

Reparto: Harry Dean Stanton, David Lynch, Ron Livingston, Beth Grant, Tom Skerritt.

Duración: 88 minutos.

Sala: Cines del Centro.

7 (siete) puntos.

Habría que hacer ese libro –seguramente esté más o menos publicado, y tenga mayor o menor tino- que reúna aquellas películas testamentarias. Films en donde su protagonista o realizador se saben, tal vez intuitivamente, prestos a partir. Estas películas, entonces, como mirada o decir último, tendiente a prestar una pátina más, de agradecimiento, de síntesis, de rabia cifrada o de eco que despierte tantas otras imágenes allí contenidas.

Hay un sentir así, muy profundo, en esa obra maestra que es Desde ahora y para siempre, en la cual John Huston versiona a James Joyce y alcanza una sensibilidad sublime. Saberlo condicionado físicamente, con la salud atendida durante el rodaje, hacen todavía más hondo el aprecio que el film despierta. Otro tanto sucede con Rouge, dedicada a su vez a concluir la trilogía de los colores de la bandera francesa, a cargo del polaco Krzysztof Kieslowski: el rojo como un recuerdo del después, que alerta sobre lo que vendrá, entre coincidencias del azar o el destino. O el tesón de vida al límite que tuvo el dibujante Caloi durante la concreción de Ánima Buenos Aires. Una vez el film llegó a la pantalla grande, con sus historias repartidas entre varios realizadores bajo la dirección de María Verónica Ramírez, pudo entonces el querido Caloi, pocos días después, partir en paz.

Cuando Lucky, la ¿última? película (hay algo más, todavía sin estreno) interpretada por Harry Dean Stanton, concluye en un primer plano de sonrisa cómplice, así como en la idea de una transmigración en forma de tortuga, ¿cómo no relacionar lo visto con el hecho inevitable, sucedido poco tiempo después? El actor no llegó a ver el film, y esto parece casi urdido a propósito, como si él mismo hubiese sabido que debía ser así, un gesto último: tal como la muerte misma que Luis Buñuel pensaba para sí, detallada en el libro Mi último suspiro.

 

Stanton juega una escena con el propio David Lynch.

 

A propósito, en Lucky el actor comparte escenas con el dueño de una tortuga huidiza de nombre Roosevelt, personificado ni más ni menos que por David Lynch. Que sean ellos quienes habiten el cuadro, acodados en la barra de un bar, en una conversación minimalista respecto de lo que ambos, por separado y juntos, significan, no puede menos que ser un guiño hacia el espectador y hacia ellos mismos. En este sentido, la reciente temporada de Twin Peaks ofreció su limbo de pesadilla tanto a Dean Stanton como a muchos otros prontos a despedirse, como Miguel Ferrer y Catherine Coulson. A propósito, la escena de Twin Peaks en donde Dean Stanton le explica a ese otro hombre de edad y cuerpo magullados que ya no debe vender su sangre, que acuda antes a él, es un momento precioso.

Ahora bien, y con la mirada puesta en Lucky, no se trata de ningún film excepcional. Es más, tiene algunos subrayados que bien vendría haber evitado, en donde se acentúa la intención de lo que se dice, como si un dedo señalara lo que el cine puede y debe resolver de otras maneras: ello sucede cuando es el momento (y son varios) del parlamento, allí cuando la cámara acompaña desde un leve movimiento, para luego acercarse hacia lo intenso y, en lo posible, las lágrimas; nada de eso hace falta, es más, se termina por trivializar lo que se pretende. Ocurre otro tanto con la canción que el actor interpreta en el cumpleaños, cuya intención dramática peligra ante las miradas atentas y sumisas de los demás. Todo tan acartonado. Pero, de todas maneras, mejor será reparar en lo que surge, porque toca de lleno al actor, y es esa sensación bien humana y agradecida la que felizmente se impone.

Vale decir, Lucky trata sobre alguien “afortunado”, sea por haber vivido tantos años y de cierto modo, tanto como por ser esa persona de vida dedicada a la actuación que se llama(ba) Harry Dean Stanton. Lucky camina el día a día de manera rutinaria, entre los ejercicios de la mañana, el primero de los muchos cigarrillos, la música mariachi, el camino al bar durante el sol de la mañana, el crucigrama y la compra de más cigarrillos, los diálogos repetidos. El pueblito desértico, los mexicanos, el aire western, hacen de Lucky el film testamentario aludido así como conscientemente vinculado con la tradición cinematográfica de su país. En otras palabras, el cowboy está por desaparecer, su tarea ha concluido. En este caso, porque ha vivido lo suficiente. Es hora de partir hacia otra aventura.

Una serie de situaciones entrañables quedarán tras él. Convivencias que, por usuales, parecían triviales, pero que sin embargo cobrarán un sentido mayor, dada la sugestión que comienza a perfilar el accidente doméstico y la visita al médico. ¿Cuándo se toma consciencia de algo semejante? Allí el dilema, y Lucky que –preocupado- busca significados concretos en las palabras cruzadas y en el libro gordo del diccionario. Un detalle nada menor lo supone la atención que el diccionario merece, puesto en un atril, a la manera de esa Biblia tradicional que en ningún momento tendrá cabida. Toda una elección estética. Que comulga con otro momento perfecto, cuando Lucky desprecia el concepto de propiedad. Algo que, en boca norteamericana, suena cuanto menos a blasfemia.

Por otra parte, el film tiene contados momentos en donde se vuelve sobre lo vivido. Uno de ellos lo hace desde una revisión dedicada a desmitificar glorias supuestas. Ése es el momento relevante que Harry Dean Stanton comparte con Tom Skerritt; los dos, veteranos de guerra. Entre ellos, además de una camaradería masculina, anida también un horror compartido, que escapa a las palabras, para el que nadie está preparado (aun cuando aquí, de nuevo, el parlamento elucubrado pone un acento y elimine matices).

Sencilla en su propuesta, con situaciones disfrutables y el eje puesto en el hacer del actor –cuyo cuerpo exhibe sin pudor-, Lucky es la película precisa que el inolvidable Travis (Harry Dean Stanton en París, Texas) necesitaba: en suelo cinematográfico, con el rostro cubierto de arrugas endurecidas, las orejas gigantes, y su sonrisa amable.