I- Una marina vista a través de la ventana de una confitería; edificios que se funden en una maleza verde y el interior de un bar desolado. A estas acuarelas de paisajes y espacios interiores se suma la representación de arquitecturas que avanzan progresivamente hacia un lugar donde la imaginación empieza a superar y a distorsionar aquello que el ojo captura. El camino hacia la abstracción llega hasta un punto donde la geometría a todo color nos atrae.

En otra frecuencia, con pinceladas plenas y cargadas de tinta negra, Ivanchevich realiza otro grupo de piezas, en las cuales captura las líneas de fuerza de los espacios representados por las acuarelas. Y si en las acuarelas no hay presencia humana, en las tintas siquiera vestigios de un paisaje natural o citadino. Solo la presencia rítmica y caprichosa de los elementos básicos de la composición: el punto, la línea y el plano que, en un proceso de síntesis y destilación de forma y color, han sido desterrados de su lugar de origen. 

En la sala los elementos geométricos de las obras se desprenden de la superficie del papel y se integran a los muros de la galería. De este modo se genera una doble instancia espacio-temporal: por un lado observamos cada una de las piezas en su individualidad y por otro nos sumergimos en una nueva situación ambiental. Esta convivencia sugiere dos tipos de experiencias: una íntima, individual y contemplativa en tensión con otra colectiva e inmersiva. 

II- El contrapunto es la combinación de distintas melodías en la música, y Cecilia Ivanchevich adoptó esta técnica del lenguaje musical para organizar su propio sistema visual. A lo largo de la historia se ha reflexionado en extenso sobre la relación entre la pintura y la música, también se ha escrito sobre este vínculo para decodificar la obra de la artista, y no es precisamente la figura del contrapunto sobre la que quiero escribir sino sobre el contratiempo, que también es un elemento compositivo musical y representa una irregularidad rítmica, el sentido inverso al tiempo habitual con que se marca el compás. La obra de Ivanchevich se encuentra en sintonía con aquello que es contrario al tiempo ordinario –tiempo productivo y acelerado–, y es aquí donde me interesa detenerme: en el punto de partida de los nuevos trabajos de la artista, en el inicio del recorrido, en sus acuarelas.

Estas piezas nacen de momentos de ocio ¿pero qué es el ocio? El ocio se relaciona con el significado de skholé, y esta palabra griega está vinculada a la posibilidad de descanso, de dedicación a la contemplación y a la meditación. ¿Pero… hoy existe lugar para el ocio improductivo? ¿Hay espacio para crear bajo esta condición? Afortunadamente todavía son muchos los que creen que sí. Las acuarelas nacidas del tiempo ocioso son ensayos caprichosos, una reivindicación para ese estado de gracia. Una forma de experimentar curiosidades de laboratorio, así llamaba Xul Solar a las primeras abstracciones de Pettoruti, cuando el pintor, en palabras de su amigo, desataba su antojo de la fantasía por las abstracciones. 

Los períodos aparentemente improductivos: de viajes, de inquietud, de intimidad, de duda; esos momentos de ardor creativo, como los llamaba Xul, son extremadamente valiosos, y Cecilia Ivanchevich, a través del juego permanente de tensiones –el color y el blanco y negro; la figuración y la abstracción; el pequeño formato y la inmensidad de la instalación– nos invita sin correr, de-sa-ce-le-rán-do-nos, a experimentar una forma valiosísima de atravesar el tiempo.  (En la galería Cecilia Caballero, Montevideo 1720, hasta el 27 de octubre).

Lara Marmor: Curadora independiente y docente. Licenciada en Artes (UBA).