Charles Aznavour musicalizó gran parte de mi vida. Desde los 14 años en adelante, cuando yo empezaba a salir en mi pueblo con amiguitos, recuerdo que sonaba la música de él, así que es uno de los recuerdos de la primerísima juventud. Lo que me llamaba la atención de él era la belleza de esa voz, aunque no entendiera las letras. Letras que ya más grande me ocupé de conocer; creo que hemos sido muchos los que aprendimos francés con él, con esa voz tan especial que te enamoraba. Y como si todo esto fuera poco, está el inmenso amor que muchos amigos armenios me enseñaron a sentir por él y por su lucha.

Ellos me contaron que invirtió muchísimo dinero en hacer la película Ararat, fue un gran luchador en ese sentido, una persona que nunca abandonó esa lucha. Desconozco cuál fue su historia personal, pero seguramente debe haber perdido seres queridos en el genocidio. Y además fue un actor tan exquisito, un tipo que atravesó el siglo siempre plagado de belleza, y uno de los amores de Edith Piaf. Un hombre tan sensible, que puede escribir mil canciones de tanta belleza, es evidente que tiene una vida interior muy grande. 

Es de esos seres a los que les resultan pocos 94 años. De verdad lloré su muerte, hoy a la mañana cuando conocí la noticia a través del programa de Víctor Hugo y escuché “She”, me hizo rodar una lágrima. Porque Aznavour es de esos artistas que una ama, que llegan a formar parte de tu familia, aunque no los hayas visto nunca ni de cerca.