Desde Barcelona

UNO Rodríguez no recuerda semejante expectación apocalíptica -como leyendo augurios en tripas humeantes o en huesos arrojados sobre la tierra o en naipes adivinatorios- desde aquellos meses y semanas y días y horas y segundos anteriores a las 0:00 del 1 de enero de 2000 o a la emisión del último episodio de Lost. Se anticipó el Juicio Final con ordenadores desordenados, aviones cayendo de los cielos y bancas internacionales quebrando así como con una revelación que iba a cambiar para siempre las vidas de los espectadores. Y ya se sabe lo que sucedió: no pasó nada. Todo siguió como estaba. Y resulta que al final todos esos aislados estaban muertos. Igual sentimiento ha venido experimentándose con delectación sadomasoquista desde que Donald Trump se convirtió, contra casi todo pronóstico, en presidente electo de eso que –a falta de mejor y más certero y realista nombre-es conocido como Estados Unidos para iniciar la transición más ocurrente de la que se tenga memoria para pasmo de Demócratas y también de Republicanos. Trump –ya se sabe– ha venido haciendo y deshaciendo lo que se le antoja y desentonando lo que se le canta: rompe protocolos, tuitea sin límites, se desdice sin problemas, emprende “gira de agradecimiento” para ser aclamado a pie de avión, se burla de que le pasen su reality a ese otro extraño espécimen político-espectáculo que es Arnold Schwarzenegger, arma un equipo de gobierno que parece una especie de vestuario de gimnasio de lobos de Wall Street y águilas del Pentágono, maltrata a la prensa, y entiende como un logro el ser frágil hombre de negocios pero invulnerable apellido/marca. Una entidad que parece producto de la combinación de un sueño húmedo de Andy Warhol y de una pesadilla febril de Philip K. Dick donde las virtudes consumista de lo ubicuo se funden con las perturbaciones por el consumo de Ubik.

Y ahora el irresponsable Trump va a asumir el responsable cargo de Jefe del Mundo Más o Menos Libre. Y se va a acabar lo que se daba, aseguran oráculos y pitonisas. Y Rodríguez se pregunta si las radiaciones que comenzarán a emitirse desde el despacho oval de la Casa Blanca a partir de este 20 de enero tendrán alguna influencia en su vida diaria. ¿Le dirá su hija que tiene que abortar de su novio, el disc-jockey argentino Tomás Pincho? ¿Le dirá su esposa que quiera abortarlo a él? O lo que más le preocupa y a lo que más teme Rodríguez: ¿le comunicará su hijo de diez años que ya no hace falta que lo lleve de la mano hasta la puerta del colegio y que, en realidad, preferiría recorrer solo esos trescientos metros de felicidad y –maldito seas, Donald– entonces con quién cuernos teorizará Rodríguez acerca de temas tan trascendentes como el por qué será que las películas de la Marvel son siempre mejores que las de la DC y las series de tv de la DC son siempre mejores que las de la Marvel, eh?

DOS Tal vez, de nuevo, todo siga como estaba. Y el influjo de Trump sólo será el de atenuar un poco las idas y vueltas de Mariano Rajoy: otro listonto de cuidado, otro supuesto improvisado que calcula todo hasta el último milímetro y que en el no accionar ha descubierto el arma para acabar con sus rivales políticos quienes, desconcertados, sólo pueden arrojarse unos sobre otros y entre ellos mismos en un frenesí entrópico.

Así, más allá de los méritos y la ferocidad de Alec Baldwin imitando a Trump en Saturday Night Live, lo cierto es que lo único que se consigue allí no es una parodia sino una copia fiel de lo increíble. Al punto de que –en todos los sketches en los que aparece Baldwin/Trump-éste se vea obligado a hacer un alto y mirar a cámara y advertir al público que “De verdad, esto lo dijo en serio, no es broma”. Trump arranca con ventaja: nunca va a hacer el ridículo porque ya es ridículo. Por lo tanto, no tiene nada que temer; pero sí se le puede temer un poquito. Sobre todo si se tiene en cuenta que todo parece indicar que –moviendo esos bracitos– va camino de ser el primer candidato en toda la historia que cumplirá sus promesas como presidente. O que, al menos, va a intentar cumplirlas. Lo que ya es mucho.

TRES Al otro lado, todo luce como en una de esas novelas cataclísmicas de Stephen King o de Justin Cronin o de Robert McCammon donde los zombies y virus y vampiros vienen marchando. Ahí está Barack Obama cada vez más parecido no a un faraón sino a la momia de un faraón: la piel tirante sobre el cráneo, los ojos lacrimosos y hundidos, la boca amargada y como si no pudiese entender cómo pasó lo que pasó y cada vez más consciente de que su “legado” será nada más y nada menos que este tipo con pelo tan raro que se divierte tomando el pelo y que no tiene un pelo de tonto o tal vez los tenga todos, da igual en la Era de la Postverdad. Ahí, de tanto en tanto, se deja ver Hillary Clinton con ese aire como de alguien que flota hablando sola por los pasillos de uno de esos drugstores de pasillos kilométricos hasta que llega hasta el mostrador y exige a los gritos que le den ya mismo sus pastillas para sobrevivir aunque le hayan quitado la receta. Y después están todos aquellos que revelan, indignados, que los rusos se entrometieron en la última campaña presidencial norteamericana. Con una, para Rodríguez, candorosa ingenuidad o desvergonzado cinismo teniendo en cuenta la no del todo desinteresada y para nada solicitada por la ciudadanía extranjera “colaboración” de USA en numerosas democracias y golpes y dictaduras aquí y allá y en todas partes, para no hablar del espionaje a mandatarios “amigos”. En cualquier caso, se consuela Rodríguez, tal vez por fin John le Carré deje de lado a farmacéuticos y a banqueros y a él mismo y vuelva a ocuparse de esos espías a los que tanto se extraña.

CUATRO Más allá de todo esto y por encima de todos, aquí llega Trump. Apellido y palabra que en inglés –en los juegos de azar– equivale a triunfar con una carta que nadie esperaba. Lo que resulta tan intrigante como inquietante. Vienen tiempos interesantes, sí. Algunos amigos de Rodríguez se lamentan por los rincones con un “aquí Rajoy y Putin en Rusia y Trump en Norteamérica y parece que Marie Le Pen en Francia y… Va a ser el fin del mundo y el inicio de la Tercera Guerra Mundial y…”. Pero Rodríguez ha decidido tomárselo con calma. Quizás –piensa o quiere creer– semejante universalidad de signo negativo derivará en una suerte de monstruosa estabilidad, pero estabilidad al fin. Y tal vez los mártires asesinos de ISIS y de Al Qaeda tal vez se la piensen un poquito más antes de bombear teniendo en cuenta las represalias que les pueden caer de parte del neo-eje Trumputin.

Pero quién sabe; qué será, será; y Rodríguez ahora está contento. Está contento porque su hijo se aferró a su mano camino del cole y –sin soltársela y en la puerta y antes de entrar y sin importarle lo que piensen sus compañeros en verdad demasiado ocupados mirando fijo sus pantallitas– le preguntó si ya había visto los primeros avances de la continuación de Blade Runner que se estrenará, si seguimos aquí, el próximo octubre aunque transcurra en el año 2049. Secuela en la que, se rumorea, Roy Batty regresará para quizá volver a decir eso de “He visto cosas que ustedes los humanos no podrían creer…”.

Pero, tranquilo, Roy: a trompicones y a trumpicones, los humanos también hemos visto cada cosa y veremos cada coso…