Nos metemos en las canchas donde el contacto de piso y suela produce chirrido. La pelota de básquet -que  para las pibas es un poquito menos pesada que para los pibes-  produjo eco con el Mundial que se llevó a cabo en la isla ibérica de Tenerife, donde la selección estadounidense se consagró campeona. La copa fue levantada por Diana Taurasi, una que tiene gen argentino y emboca para las yanquis. Gusta el detalle porque, según nos cuenta la máxima estrella del básquet femenino siempre que ve una comitiva argenta en las canchas se acerca con ganas de saber en qué anda la cosa. Las gigantes –apodo de la selección– esta vez no ganó ni un partido, pero pensemos que los puntos no se cuentan y que vale dejarlo todo cuando se sabe que durante un par de semanas picó el bichito del baloncesto. Andrea Boquete es la número 8 y juega al básquet porque de chica quería hacer todo lo que hacía su hermana; cuando su tía anotó a las sobrinas empezó la historia: “Podría haber sido cualquier otro deporte, pero fue este”. Vuelve del Mundial y recuerda el partido contra Turquía: “Estábamos cantando el himno y de pronto nos bajan la música y quedaron nuestras voces retumbando en el estadio”. De acompañar a su hermana a anotarse en un club a sentir sus voces retumbando en un estadio, así pica un poco la pelota de básquet.

Al compás del sonido de la bocha rozando la red, nos metimos en el baile de un deporte que desde hace dos años está profesionalizado en nuestro país aunque la temporada de la liga femenina va de marzo a julio, cuatro meses de torneo es poco, porque durante el resto del año hay que hacer la temporada afuera para sostener la pasión y  pagar las cuentas. Julieta Espósito, ex jugadora de Obras Sanitarias, empieza a  contar su relación con la pelota marroncita y dice: “Vengo de una familia de básquet”. Jugó toda su vida y durante este mundial fue la encargada de transmitir los partidos para DeporTV. Investiga,  se mete en las historias de las jugadoras y sabe de los entramados que se tejen para sobrevivir: “Luego de jugar la liga local las jugadoras se reparten entre España, Brasil e Italia, donde los torneos van de septiembre a mayo”. Pivoteando un poquito por cada lado  –algunas, no todas– logran tener una estabilidad laboral de once meses. 

Hoy la liga femenina en Argentina está compuesta por ocho equipos –de varios puntos del país– y la gestión está a cargo de  la ADC  (Asociación de Clubes) que además organiza la Liga Nacional –que es masculina– , la Liga de Ascenso –que también es masculina–  la Liga de Desarrollo –que tiene las dos versiones– y se trata de un torneo paralelo que le suma minutos a jugadorxs mas jóvenes que en las ligas  no juegan tanto. Sumar tiempo puede ser una de las estrategias para que en este deporte se empiece a equilibrar el peso de la pelota. Se puede comenzar por las cúpulas que siempre son espacios atractivos para colar preguntas. ¿Quiénes componen la ADC? La asociación está compuesta  por representantes de todos los clubes que forman parte de la liga y la mesa directiva se vota cada cuatro años. Por ahora a la mesita le falta diversidad e intercalar un poquito las voces, sin embargo a nivel metropolitano hay un par de tiros libres a favor: En La Asociación Metropolitana de Básquet Femenino (AMBF) las canastas no llegan a las provincias pero prometen. Graciela Spiazzi, su presidenta, cuenta que hay 50 clubes afiliados de la Ciudad y del Gran Buenos Aires con 3 mil federadas, desde su fundación la federación fue comandada por ellas. Dice que cada vez son más las que hacen deporte y toman las riendas. Desde la AMBF vuelven a los orígenes de este deporte: el baloncesto fue inventado por un profesor de Educación Física que tenía que idear alguna actividad en la escuela para el invierno. Dos canastas, trece reglas y nace un deporte. Ellas visitan escuelas a menudo, juegan con les chiques y antes de irse les dejan dos aros de básquet para que sigan abriendo la cancha y haciendo chirriar las zapatillas con el suelo. Así se diseminan canastas y el resto es práctica y puntería. 

Mientras pasaban los partidos mundialistas, nos metimos en las canchas  recreativas: pibxs que se juntan a picar la pelota, a veces alquilan canchas y otras se meten en las públicas. “El espacio público es masculino. El mundo es de los tipos, hay que pelearles la mitad de la cancha y cuando pueden sacarte el lugar, te lo sacan. Aprovechan nuestras discusiones para sacarnos del perímetro. Y se hacen ´los aliados´ pero cuando hay que intervenir en una disputa se quedan callados o se van”. Así describe una de las pibas de básquet recreativo lo que implica ocupar la cancha cuando no sos una masculinidad cis. Si el potrero, que abunda en estos lares, es un territorio de batalla para lxs pibxs, cuánto más lo es una canchita de básquet descubierta, en el barrio de Caballito, donde los sábados hay que hacerle marca personal al patriarcado. Los jueves es diferente, juntan algunos pesos y alquilan una cancha en un club de Monte Castro, donde además de practicar algunos pasos básicos al aro, juegan partidos a cancha completa, donde cada tres o cuatro minutos se hacen cambios para renovar el aire y también para que jueguen todxs. ¿Juegan todxs? Sí, indistintamente del género y con trayectorias deportivas diferentes  tratan de que la competitividad no le gane a la recreación. 

¿Qué basquetbolista no soñó alguna vez con tirar desde cualquier lugar de la cancha antes de que suene la chicharra y que la bola en el aire termine adentro? Se puede hablar de suerte, ese deambular por el borde del aro y entrar o quedarse afuera, si hay algo de suerte para encontrar en los deportes las pinceladas de feminismo por las que andamos indagando, bienvenide sea.

* Supernova (básquet recreativo) entrena los jueves a las 21.30 en Alcaraz 4969, Monte Castro, y los sábados a las 12 en cancha pública atrás de la estación de tren Caballito, CABA.