Otra película de superhéroes. ¿O no? En realidad no… pero sí. En qué quedamos: ¿sí o no? Es que se trata de Venom, uno de esos casos extraños en el mundo de la historieta en el que un villano se vuelve tan popular, que de alguna manera termina convertido en héroe. A algunos de esos personajes el cambio de bando les sienta bien, como en el caso de Deadpool, franquicia que va por su segunda entrega, ambas exitosas. Pero no funciona demasiado en el episodio inicial de Venom, en cuyo final se anuncia una secuela que por varios motivos se percibe más tentadora que este original.
Mejor empezar por los aciertos: el diseño del personaje. Hay que recordar que Venom ya había aparecido como villano puro en el episodio 3 que servía de cierre a la saga de El Hombre Araña, la dirigida por Sam Raimi. Aquella adaptación, débil y desdibujada, no terminaba de explotar el enorme potencial de la criatura ni dejaba contentos a los fanáticos. Esta vez el guion se apega más a su esencia, tanto en lo referido al relato de origen como a su imagen. Claro que respetar el original nunca es garantía de que la adaptación vaya a resultar exitosa. Como decía Tu-Sam: “Puede fallar, Leonardo”.
Venom parece hecha a reglamento. Desde su inicio con la panorámica de un oscuro cielo estrellado, que acompañado por una banda sonora ominosa obliga a suponer que nada bueno puede venir del infinito. En efecto, desde el espacio cae un transbordador que transporta cuatro criaturas alienígenas, una de las cuales se libera tras el impacto accidental contra el planeta. Se trata de simbiontes, especie capaz de alojarse en otros organismos y convivir dentro de sus cuerpos. Claro que además estas criaturas son más evolucionadas que los humanos y con intenciones para nada benignas. Mientras tanto, en la Tierra…
Eddie Brock es un reportero de televisión idealista que usa su oficio para ayudar a desamparados y humildes. Su némesis es el millonario que financia la expedición que acaba de fallar, cuyas intenciones no son menos aviesas que las de las criaturas que trajo al mundo. En algún momento y de forma accidental uno de los simbiontes (una raza de parásitos extraterrestres amorfos que aparecen en el universo Marvel) tomará posesión de Eddie: así nace Venom. El problema es que la película nunca encuentra el tono: cuando quiere ser graciosa no lo logra y cuando busca intimidar, tampoco. Venom es un buen ejemplo de ese tipo de cine que se piensa antes como entretenimiento físico que como ejercicio narrativo, creyendo que la acción debe ser un remedo de la montaña rusa, dejando al relato, la historia misma, en un peligroso segundo plano. El resultado es una película repleta de escenas vertiginosas, pero sin demasiado para contar. Un hueso con poca carne. Y ni siquiera aporta un buen antagonista: nunca funciona demasiado bien eso de poner al héroe a pelear con un enemigo que prácticamente es un espejo. La primera escena poscréditos deja claro que al menos eso se podría haber hecho mejor.