Tener un buen estado físico, dedicarse a realizar traducciones para pulir su vocabulario, y escuchar música de diferentes estilos. Esos son los tres manantiales de los que se nutre, según le explicó recientemente Haruki Murakami al periódico japonés The Yomiuri Shimbun, para seguir escribiendo con el entusiasmo y la dedicación necesarias para completar un libro como el flamante La muerte del comendador, su primer trabajo de largo aliento desde 1Q84 (2011), editado en tres tomos en su idioma original, y en dos por Tusquets. Siete años después, la traducción al castellano del nuevo libro de Murakami –esta vez al igual que en Japón– se publicará nuevamente en dos partes. La primera llegará a las librerías esta semana: presentada como Libro 1, lleva el subtítulo de “Una idea hecha realidad”. El Libro 2 se espera recién para enero.

Mas allá de su obvio significado simbólico, el subtítulo es mas específico: se refiere a uno de los protagonistas de una historia que, según se revela con el correr de las casi 500 páginas del tomo, es literalmente una idea que toma cuerpo. Un cuerpo pequeño, eso sí. Como el de un muñeco. O de la imagen de un cuadro capaz de escapar del lienzo, y empezar a aparecerse y dialogar con el narrador de una trama que involucra a un pintor de retratos decidido a no seguir aceptando esa clase de encargos, una casa solitaria en medio de una montaña que perteneció a un gran artista, y un empresario exitoso que vive cerca, dispuesto a pagar una enorme suma del dinero por un último retrato del pintor. Y, por supuesto, también una idea capaz de estar dando vueltas por ahí, literalmente.

En la misma entrevista, realizada a comienzos de año –acompañando la salida del libro en japonés–, Murakami explicaba que su intención fue escribir, en estos tiempos de atención dispersa, un libro largo, que no se pudiera soltar una vez empezado. Y agregó que su punto de partida fue el título, sacado de la primera escena de la ópera Don Juan, de Mozart, y el lugar, una casa solitaria en las montañas, cuya descripción le hizo pensar en la novela de Raymond Chandler que acababa de traducir, La dama del lago. 

Las referencias se extienden a otros homenajes que se explicitan apenas empezada la trama: por un lado, un cuento de Ueda Akinari, figura central de la literatura japonesa del siglo 18. Y por el otro El gran Gatsby, la novela de Scott Fitzgerald, que Murakami también tradujo al japonés, homenajeada en la figura del empresario exitoso, vecino del protagonista. “El cuento de Akinari es sobre una momia que vuelve a la vida”, reveló Murakami al comentar un adelanto de la novela publicado el mes pasado en The New Yorker. “Durante mucho tiempo estuve pensando en expandir ese cuento al formato de una novela. Y también siempre quise escribir algo que sirviese como un homenaje a El gran Gatsby”. 

La nueva novela también le sirve para regresar a un terreno conocido: el del narrador en primera persona, que había abandonado en sus últimos libros. “Después de haber completado una novela tan larga como 1Q84 en tercera persona, pensé que ya era tiempo de regresar. Cuando lo hice, sentí profundamente cuánto extrañaba escribir de esa manera. Fue como si regresase a un parque en el que solía jugar. La pasé muy bien escribiendo este libro”, confesó Murakami, y es algo que se nota en una novela que se lee como sus primeros libros. Sólo que las referencias del pop y el jazz pasan a ser de la ópera que escuchaba el dueño de la casa donde el pintor protagonista se instala a lamer sus heridas luego de una sorpresiva separación, en la que encuentra una colección completa de discos dedicados a ese género. “Cuando empecé a escribirla, no sabía que terminaría siendo pintor”, reveló. “Fue algo que descubrí una vez que estuve metido en la historia”. 

Novela sobre la creación artística, y sobre los conejos blancos que conviene no perder de vista para llegar a buen destino, La muerte del comendador –al menos en esta primera parte– despliega todo el arsenal del método Murakami, con mujeres misteriosas y escenas de sexo inesperadamente explícitas, al punto que le han merecido una inédita prohibición para menores de 18 años en Hong Kong. También incluye el descubrimiento de un pozo profundo y oscuro, como el que estelariza Crónica del pajaro que da cuerda al mundo. En aquella novela, su protagonista pasa largo rato perdido en esa oscuridad. Como un guiño a sus lectores, Murakami hace que el protagonista de La muerte del comendador asegure que nunca se atrevería a estar solo y a oscuras en este nuevo pozo. 

“Cuando escribo novelas, lo real y lo imaginario se mezclan naturalmente”, explicó. “No se trata de un plan que tengo, sino que cuanto más intento escribir de manera realista, aún más emerge invariablemente ese otro mundo. Para mí, una novela es como una fiesta. Todos pueden sumarse, y el que quiera irse puede hacerlo cuando quiera. Creo que las novelas sacan la fuerza que las mueve de ese sentimiento de libertad”, aseguró Murakami, cuyo nuevo libro se lee efectivamente con ganas y ritmo, a pesar de alguna que otra descripción repetitiva, que tal vez hubiese necesitado de una edición (la versión norteamericana, por ejemplo, saldrá al mismo tiempo que la castellana, pero en un solo tomo de 700 páginas: ¿alguien se habrá tomado ese trabajo?). Pese a esos reparos, justo cuando todo ya está en su lugar y el libro ha terminado de tomar envión es que justo se termina, y cuesta resignarse a esperar hasta enero para seguir leyendo. 

El regreso de Murakami a sus fuentes tiene toda la apariencia de haber sido todo un éxito, pero conviene recordar que algo parecido sucedió con el prometedor primer tomo de 1Q84, una obra que terminó resultando demasiado extensa y algo frustrante. Esta vez, Murakami promete que no habrá un final abierto. Eso sí, no se ha privado de comentar que aún no está seguro de si habrá o no un tercer tomo de La muerte del comendador. Lo cierto es que la primera persona parece haber llegado para quedarse. Y el Murakami maduro sigue –por suerte– corriendo detrás de cada conejo blanco que se cruza en su camino.