“Este libro escarba en un tema fuera de agenda”, señala Enrique Vázquez; y como suele ocurrir con ciertos libros una vez que se lo ha leído –quién sabe si por el impacto emocional que generan, en este caso mezcla de indignación y una incipiente necesidad de cambiar el aparente orden natural de las cosas–, regresar a un prólogo es como retomar mentalmente una conversación para reconocer el lugar exacto donde lo importante pasó desapercibido en su momento. Fuera de agenda puede significar muchas cosas; pero por sobre todo dos: o bien que el tema ya está lo suficientemente resuelto como para merecer su atención o que tal vez ya nos encontramos frente a una situación naturalizada a tal punto que amenaza con no tener solución. Sólo que no hay naturalización sino es por medio de una determinada cultura, o para decirlo en los propios términos de Aduana, corrupción y contrabando: “La Aduana es un colador que no sólo no recauda lo que debería sino que además desalienta, mediante la coima institucionalizada, la expansión productiva de las empresas y extrae parte del patrimonio individual de los argentinos y los ocasionales visitantes extranjeros. Si se eliminaran los mecanismos de la corrupción estructural e institucional de la Aduana, muy probablemente quedaría resuelta una buena parte de los problemas fiscales del país. Pero sostener esa hipótesis no es el objetivo de este trabajo. Acá solo pretendemos exponer las diversas formas del contrabando y la ineficacia –o la complicidad– de las agencias pensadas para prevenirlo y castigarlo”. Aduana, corrupción y contrabando es el resultado de un exhaustivo trabajo que llevó a cabo el reconocido periodista Enrique Vázquez a lo largo de dos años. Entre el ensayo y la crónica surgen las primeras reflexiones luego de una entrevista con un Delegado que, más allá de explicar sus funciones laborales –gana más de 200.00 pesos mensuales sumando antigüedad, cargo jerárquico y tres sobresueldos que cobran los 6.000 empleados de la Dirección General de Aduanas–, le permite al lector ubicarse de manera explícita en la perspectiva que se desarrollará a lo largo del libro: histórica, jurídica, económica, política, “la delictiva y pegada a ésta la periodística con sus remanidos clichés sobre mafias y otros encantos” –los oyentes de Vázquez devenidos ahora en lectores conocen su inteligente sentido del humor–, entre otras. De pronto la pregunta ontológica “¿Qué es la aduana?” da lugar a establecer un puente tendido entre su concepción original y el devenir funcional a lo largo de sus 140 años de existencia para que asomen las primeras verdades en torno al contrabando (esclavos negros procedentes del África o del Brasil) y próceres que se enriquecieron con grandes estafas, como Juan Manuel de Rosas, por ejemplo. Los hechos históricos sientan la base para pensar cuestiones muy concretas en torno al ser nacional. Más adelante, a través de entrevistas con empleados aduaneros, camioneros, abogados, jueces y fiscales, pero, por sobre todo, mediante un riguroso trabajo de investigación a partir de documentos y expedientes, Enrique Vázquez pone la lupa sobre diversas causas judiciales, sus entramados políticos, sentencias vergonzosas y muertes dudosas como el caso del ex interventor en la Aduana, el brigadier Rodolfo Etchegoyen o quien fuera parte de su custodia, el comisario Jorge Omar Gutiérrez, quien vinculaba la muerte del brigadier con lo que podría haber descubierto en la Aduana y, por eso, “empezó a curiosear en el extraño mundo de los depósitos fiscales, adonde llegaban cientos y miles de contendores que nadie reclamaba, o que carecían de precintos, o tenían manifestaciones de cargas groseramente adulteradas”. Entre casos de lavado de dinero, tráfico de armas y narcotráfico (Las valijas de Amira), y la historia del Polar Mist (barco pesquero de bandera chilena que al momento del naufragio cargaba 474 lingotes de oro y 6210 kilos de plata), la información se precipita sobre los malogrados mecanismos de control, el programa informático actualizado en 2010 y rebautizado con el nombre de “Sistema Informático Malvinas”, reconocido por la sigla SIM. “Lo demás queda en manos de un despachante de aduana, un personaje parasitario que encarece inútilmente las exportaciones y las importaciones además de facilitar la corrupción de los agentes aduaneros, pero al menos tiene la obligación de operar con paciencia el SIM, irritantemente lento”.
De lo particular a lo general o como una mamushka que va incorporando según pasan los funcionarios y las presidencias, todo tipo de negocios ilícitos donde el Estado se ve perjudicado, por decirlo suavemente; y que no es justamente el modo en que es tratado en Aduana corrupción y contrabando, un libro de una rigurosidad ejemplar, rotundo y consecuente con la verdad a la hora de plantear muchos de los casos que debieran recordar los argentinos, como la llamada mafia de los contenedores, la aduana paralela o el de Legumbres S.A, empresa que ideó un artilugio para inflar las cifras de sus importaciones y llenar un doble juego de formularios alterando las fechas de entrega de las mercaderías y de percepción del importe, o aquel que cobró dimensión publica (el caso de los “autos truchos”) por involucrar a una actriz y un actor conocido de la pantalla grande.
Un capítulo titulado “Cavallo, generoso con la plata ajena”, le recuerda al lector que Domingo Felipe Cavallo ocupó dos importantes cargos durante la dictadura cívico militar para luego hacer hincapié en aquella transferencia millonaria que el Grupo Macri o Sociedad Macri (Socma) hizo al Estado gracias a una licuación de pasivos creada ideológicamente por Cavallo y el negocio multimillonario de la Sociedad Europea de Vehículos para Latinoamérica (Sevel). “Para aprovechar el obsequio administrativo de Cavallo montaron una Sevel gemela en la República Oriental del Uruguay. Desde la Sevel de Buenos Aires les vendieron las autopartes a la Sevel uruguaya y cobraron los reembolsos”. Las revelaciones continúan, la diversidad de casos pareciera no tener fin (durante el menemismo, sobre todo), así como tantas causas que quedaron prescriptas y se evaporaron en el tiempo. Pero no en la memoria de los argentinos y esa debe ser sin duda una de las grandes motivaciones para que existan esta clase de libros tan necesarios y urgentes. Aduana, corrupción y contrabando tiene la virtud de reunir una erudición rotunda en los casos más asombrosos y despreciables en materia de corrupción y está escrito por Enrique Vázquez, uno de los mejores periodistas que tiene nuestro país.