El médico congoleño Denis Mukwege y la ex esclava sexual Nadia Murad, joven iraquí de la minoría yazidí, corriente preislámica arrasada y esclavizada por el Estado Islámico (EI), fueron galardonados con el Premio Nobel de la Paz por sus esfuerzos para poner fin al uso de la violencia sexual como arma de guerra. “Comparto este premio con todos los yazidíes, iraquíes, kurdos y todas las minorías y supervivientes de la violencia sexual alrededor del mundo”, dijo la activista de 25 años, que desde 2016 es embajadora de la ONU para la Dignidad de los Sobrevivientes de Trata de Personas y que milita para que las persecuciones cometidas contra los yazidíes sean consideradas un genocidio.
El comité noruego al otorgar el galardón sostuvo que Murad “es la testigo que habla de los abusos cometidos contra ella y otros. Ella ha demostrado un valor extraordinario al relatar sus propios sufrimientos y hablar en nombre de otras víctimas” y recordaron que es “una de las cerca de 3000 niñas y mujeres que han sufrido abusos sexuales como parte de la estrategia militar del Estado Islámico, que usaba ese tipo de violencia como un arma contra los yazidíes y otras minorías religiosas”. Además, destacaron que “tras tres meses de cautiverio logró escapar y empezó a denunciar los abusos que habían sufrido ella y otras mujeres”.
En relación con el médico ginecólogo, el jurado argumentó que Mukwege y su equipo “han tratado a miles de pacientes que fueron víctimas de esos asalto” sexuales y que “ha condenado repetidamente la impunidad por violaciones masivas y ha criticado al gobierno congoleño y a otros países por no hacer lo suficiente para detener el uso de la violencia sexual contra las mujeres como estrategia y arma de guerra”.
Para precisar de qué se habla cuando se habla de violencia sexual, un informe del ex secretario general de la ONU Ban Ki-moon, detallaba, dos años atrás, que en los conflictos armados ese concepto supone “la violación, la esclavitud sexual, la prostitución forzada, el embarazo forzado, el aborto forzado, esterilización forzada, el matrimonio forzado y todas las demás formas de violencia sexual de gravedad comparable perpetradas contra mujeres, hombres, niñas o niños, que tienen una vinculación directa o indirecta con un conflicto”.
De esos horrores que usan principalmente el cuerpo de la mujer como campo de batalla, el médico cirujano, de 63 años, hijo de un pastor pentecostal, es un testigo directo desde hace casi tres décadas, en Kivu del Sur, en laRepública Democrática del Congo. Murad, en cambio, fue una víctima del terrorismo sexual del EI, cuando en agosto de 2014 invadieron su aldea, Sinyar, al norte de Irak, y fue esclavizada, como lo fueron otras 3000 mujeres y niñas yazedíes –minoría religiosa que extiende sus raíces más allá del 2000 a.C. y cuya deidad principal es el ángel redimido Melek Taus (simbolizado por un pavo real)– y sobrevivió para denunciarlo a viva voz y por escrito. El año pasado, publicó el relato de su cautiverio, Yo seré la última, con prólogo de la abogada de derechos humanos Amal Ramzi Clooney, esposa del actor George Clooney.
Mukwege, que tras ser galardonado le dijo al diario La Vanguardia que “la violación en una zona de conflicto es la voluntad de destruir al otro y a las generaciones futuras a través de la mujer”, y que “si el mundo comprendiera así la violación, no reaccionaría como si fuera un problema sexual”, estudió medicina en Burundi y comenzó su práctica en el Hospital Cristiano de Lemera, en Kivu. Se especializó en obstetricia y ginecología en Francia, y regresó en 1989 al hospital de Lemera, institución que dirigía en 1996 cuando un grupo armado ingresó y masacró a 35 enfermos. Tras la destrucción del hospital por la guerra civil, Mukwege, que se convirtió en un especialista en tratamiento de heridas sexuales graves (mujeres cuya vagina y recto han sido destruidos con cuchillos u otros objetos), y a quien llaman Doctor Milagro, fundó el Hospital de Panzi, donde hoy continúa trabajando. Por su trabajo y denuncias en todos los estrados internacionales recibió numerosos premios, entre ellos el Premio Sájarov a la Libertad de Conciencia, que concede el Parlamento Europeo, con el que también fue premiada, en 2016, Murad.
Un año antes de recibir ese premio, la joven activista relató ante el Consejo de Seguridad de la ONU –cuya resolución 1820 estipula que la violencia sexual “puede constituir un crimen de guerra, un crimen contra la humanidad o un elemento constitutivo de crimen de genocidio”– la masacre de los yazidíes. Frente a los líderes mundiales, la joven contó cómo el EI ocupó la aldea y lanzó un ultimátum: o se convertían al Islam o morían. Luego, asesinó a más de 700 hombres, entre ellos a seis hermanos de la joven, mientras que las mujeres fueron capturadas y convertidas en esclavas sexuales.
Murad, que logró escapar tres meses después, tras sufrir múltiples violaciones, sostuvo que aquel día “el EI no vino a matarnos sino a usarnos como botín de guerra, como objetos que se venden o se regalan”.