El Banco Central cerró su primera semana de política monetaria ultra recesiva. Los resultados por ahora no lo acompañaron. El tipo de cambio se mostró inestable (lo positivo es que se mantuvo en la zona de no intervención). Las presiones cambiarias se observaron al final de la semana con un mundo financiero hostil para los emergentes. El billete verde casi alcanzó los 40 pesos el jueves. Las tasas de interés en 74 por ciento y la mega absorción de pesos del mercado habían generado entre el lunes y el miércoles un retroceso de la cotización de 41 a 38 pesos. Esta volatilidad adelanta un nuevo error de diagnóstico. Las presiones sobre el dólar no se frenan simplemente con una menor cantidad de pesos en el mercado. La libre entrada y salida de los capitales financieros sigue siendo el problema de la plaza cambiaria.

El presidente del BC, Guido Sandleris, repitió en varias oportunidades en los últimos días que no es posible que siga subiendo el tipo de cambio si se retiran pesos del mercado. Esta consigna llevó al Central a anunciar una política monetaria de manual para intentar contener la corrida cambiaria de los últimos cinco meses. Prometió que el aumento mensual de la base monetaria será cero por ciento hasta junio de 2019. Esto implica que no habrá nuevos pesos en circulación para destinarse a la compra de divisas. La intuición indica que deberían moderarse las subas de la cotización si baja el ritmo de las compras.

Las autoridades del Central modelizaron y proyectaron los efectos esperados de la nueva estrategia de absorción monetaria. La apuesta es que se conseguirá una reducción significativa en la cantidad de transacciones de compra de divisas (por caída de las importaciones, el turismo y el atesoramiento del sector privado), mientras que la oferta de dólares se mantendrá. El resultado no debería ser otro que una moderación de las presiones cambiarias (con el precio de la divisa manteniéndose o bajando). El principal problema de esta apuesta es que se subestima el comportamiento de la oferta de divisas en el mercado interno. 

Las expectativas de devaluación no se moderaron y la nominalidad de las variables macroeconómicas anotó niveles impensados a principio de año. La inflación esperada en torno del 45 por ciento, las tasas de interés anualizadas arriba del 100 por ciento y los pasivos monetarios creciendo a un ritmo superior al 50 por ciento en 30 días no colaboran para recuperar la confianza necesaria para que los inversores se desprendan de dólares en el mercado. La plaza local tiene una importante gimnasia cambiaria para apostar a la devaluación. La oferta privada de divisas puede bajar más que la demanda. Esto implica que la inestabilidad puede ser permanente en los próximos meses. La falta de oferta privada permite que la volatilidad sobre el tipo de cambio se mantenga con un volumen muy bajo de pesos comprando las divisas.

Luis Caputo sabía de este problema. El ex presidente del Banco Central planteaba que era necesario intervenir para ponerle un techo a la divisa. No hacerlo era equivalente a mantener expectativas de devaluación ilimitadas y arriesgarse a un efecto espiral de la inflación. El Fondo Monetario le negó la posibilidad de intervenir por una razón lógica: no quiere que se usen los dólares prestados para financiar la fuga de capitales. El objetivo del organismo internacional es que esas divisas se destinen a garantizar el repago de las deudas con los acreedores. ¿Esto significa que si no se puede intervenir hay que dejar flotar y secar la plaza? La respuesta es obvia pero nadie quiere hacerse responsable. La otra forma de frenar expectativas de devaluación al mismo tiempo que se cuidan las reservas es poner controles de capitales. Pero esta herramienta no aparece en la agenda del gobierno. El directorio del Central prefiere arriesgarse a generar una mega crisis en el mercado interno antes que regular la cuenta capital.