A principios de septiembre un tal Adélio Bispo de Oliveira se abrió paso en la multitud que se apretaba en la calle Diz de Fora, en Mina Gerais, hasta acercarse a los tres o cuatro partidarios que transportaban en una especie de sillita de oro al candidato Jair Bolsonaro y le clavó un cuchillo en la barriga. Nada del romántico balazo en el pecho de corte espiritualista, ni del pragmático que busca la cabeza. Literal, Adélio pareció significar con sus gesto que a un hombre afecto a las bajezas verbales y la incontinencia en el agravio, había que atacarlo en sus partes bajas. Como a tono con el suceso la prensa sensacionalista, veloz en el cultivo de las delicatessen dateras y en aras del deber de informar ampliamente a su público, se adelantó a precisar daños en el hígado, el intestino, alguna vena y… la necesidad provisoria de un ano contra natura.
Muy distinto fue el atentado a Mireille Franco del 14 de marzo de este año, no sólo por su éxito sino por su estilo. Crimen de odio por la proliferación de disparos con munición tipo Uzzi, cuatro en la cabeza y nueve en el resto del cuerpo, pero más por la eficacia sicaria que prefiere pecar de excesiva antes de sustentarse meramente en la puntería y dejar la misión militar a merced del siempre factible error de profesionalismo.
Adélio Bispo de Oliveira no es uno de los nuestros. La revolución de los feminismos y de los grupos de disidencia sexual, como bien señala Paul Preciado, se oponen a la política como guerra, a la biopolítica y a la tanatopolítica, activando por una revolución hecha de palabras, performances, uso de los placeres, el arte y la experimentación: son libidinales y antipunitivas, y no asesinan a sus enemigos.
Mireille Franco luchó contra la militarización de las favelas, los derechos de las mujeres negras y en general el racismo que es la otra cara del Brasil de los carnavales, el buen futbol, las playas blanquísimas y los tópicos bananeros. Sus denuncias recientes habían sido precisas: al Batallón 41 de la Policía Militar, a la represión en la villa Acavi. Lesbiana, negra y feminista, propuso para el calendario de Río de Janeiro el “día de la lucha contra la homofobia, lesbofobia, bifobia e transfobia”. Fueron estos cruces activistas en expansión los que tocaron valientemente el corazón de la política mientras radicalizaban su sentido.
¿Qué es “la dimensión trágica” revolucionaria de hoy? Que este asesinato sea el síntoma de que las acciones de los feminismos, los militantes LGTTBI, los movimientos de migrantes y otros colectivos de vulnerables, sus micropolíticas del deseo y sus prácticas sociales anticapitalistas y latinoamericanistas, ya han dejado de ser percibidas como un plus en los procesos de democratización o un anexo de revolucionarios especializados, sino como una mutación de la política misma. Entonces habrá más terrorismo de Estado ejercido sobre estos cuadros nacidos de un vasto sustrato de reivindicaciones.
Un largo no de claridad
Elenáo, traducida como “El no”, es una consigna tan buena a la que no le bastará ensombrecer con su fecha de lanzamiento expandido, 29 de septiembre, la del 21 del día de la primavera, cuando los estudiantes ya han reemplazado en nuestra capital el picnic de los besos por las denuncias de abuso institucional incluido el sexual perpetrados en el colegio de Juvenilia: es irreversible. Ese “El” que oculta un nombre propio opera como un tácito entre compañeras y no como el eufemismo golpista con que la revolución libertadora hablaba del “tirano prófugo” o la del Proceso de reorganización Nacional imponía llamar a Montoneros, “la organización subversiva declarada ilegal en 1975”. “El” puede significar el Patriarcado, el Papa, el FMI, pero es también o sobre todo Dios, el enunciado por las religiones monoteístas que tan precisamente Rita Segato califica como monopólicas: “único dios, única verdad, única justicia, única riqueza, única belleza”. Entonces: apostasía y acción antievangélica antimonopólica de la Fe (los evangelistas, disciplinadamente ordenados por sus pastores, son pro Bolsonaro).
Tourette en política
¿Cómo puede ser que un Trump, un Bolsonaro, un Macri sean votados? ¿Hombres que hacen con soltura declaraciones a las que larguísimos procesos de democratización habían convertido, prácticamente bajo la categoría de cosa juzgada, de indecibles y de acuerdo casi a una concertación inconsciente, frases del tipo “los inmigrantes mexicanos son violadores “(Trump) “el error de la dictadura fue torturar y no matar” (Bolsonaro) o “si me vuelvo loco les puedo hacer mucho daño” (Macri)? ¿Es que el desorden neurológico llamado síndrome de Tourette, uno de cuyos síntoma es el “uso involuntario de palabras obscenas o de palabras y frases inapropiadas en el contexto social”, se ha desplazado a la comunicación política?
O si, como dice Richard Sennet en su libro El declive del hombre público, cada vez más los conflictos políticos son interpretados en función de la actuación de las personalidades políticas y no de sus programas, la credibilidad de éstas se debe menos a sus realizaciones, que sus estilos y sus anécdotas importan más que lo que dicen, convirtiendo los hechos sociales en símbolos de tal o cual carisma, entonces ¿que les hace que digan barrabasadas?
¿O tendremos que aceptar que esos “textos” no son fallidos sino funcionales a los proyectos de quienes parecen haberlos dejado escapar?
¿Por qué lo que antaño llamábamos “pueblo”, que incluye cada vez más a verdaderos refundidos de la tierra, prefiere la seguridad a la justicia, que sus hijos no sean gays, lesbianas o trans, que los negros sigan en los bordes o en la cárceles, que las mujeres lleven el peso del hogar sobre sus lomos, que los migrantes sean deportados, aunque nunca, por más interpelado y adulado que sea en épocas electorales, es reconocido por los siete u ocho dueños del mundo a los que representan sus candidatos?
¿Habría existido un límite en las prácticas contemporáneas de la revolución bienvenida de feministas y disidentes sexuales? Para Rita Segato las políticas de la identidad y los feminismo constituyeron una fuerte pedagogía democrática pero tuvieron su colonialismo interior, lograron que le pusieron palabras a todo lo que quería ser reconocido, pero agitaron sin hacer transformaciones irreversibles.
Existe seguro una responsabilidad de las izquierdas que jamás se liberaron de su puritanismo fundante y adhieren a la sublimación de los deseos y al ascetismo rojo como garantía de luchas “puras” que se centran siempre en la economía y la lucha de clases. “Es posible que la política revolucionaria en sí misma sea una instancia represiva “dijo alguna vez el activista Guy Hocquenghem, fundador del Frente Homosexual de Acción Revolucionaria de Francia, ex miembro del pc local, y muerto de sida en 1988.
Corderas (nada que ver con Gustavo)
La movilización es la ruptura del tabú de tocarse con otros, un provisorio sentirse igual al que marcha a nuestro lado, paréntesis a la clase, la raza, el género. Elías Canetti, autor de Masa y Poder vería en las movilizaciones del 29 de septiembre en Brasil, una simbiosis entre masas de prohibición o negativas cuyo paradigma es la que cumple con una huelga general, y las de inversión, aquellas donde según la expresión de Madamme Jullien, durante la revolución francesa “los corderos se comen a los lobos”. Y para señalar que la inversión no es simple, señala que los corderos no son carnívoros, entonces la metáfora sería la de una subversión soberana.
Para los feminismos actuales la dimensión electoral es de coyuntura: están plantados sobre un pasado de largas discusiones a través de las décadas, nunca fijas en el número ni la variación de sus conversadores, micropolíticas que se hacen y se deshacen para reconvertirse en diferentes formas y espacios, textos caducos a las que se les encuentra una nueva vuelta, colectivos que se tocan a través de sus alianzas, intromisiones fecundas en los tribunales y legislaturas. El NO puede dejar de ser literalmente lo contrario del SI: negar, impedir, obstaculizar sin detenerse es un arma que, como las corderas que no son carnívoras, puede dar vuelta el mundo sin matar o al menos y nada menos, poner en jaque al G-20, al FMI, a la prohibición del aborto, al arrasamiento de un país.